Está el tema del cambio tecnológico, el envejecimiento de la población, una caída en la productividad. También se habla de una pérdida de poder a nivel mundial de los sindicatos", enumera Cecilia Cifuentes, académica de la Universidad de Los Andes, en un análisis compartido por economistas estadounidenses.
Ryan Nunn, de Brooking, cree que la causa principal a largo plazo es "un menor crecimiento de la productividad y una mayor desigualdad salarial", mientras que Kevin Lang, profesor de la Universidad de Boston, también apunta a la debilidad de los sindicatos que "han perdido gran parte de su poder y no pueden aumentar los sueldos en el extremo inferior de la distribución salarial".
La situación es grave, asegura Cifuentes, a quien le preocupan las consecuencias que no son de orden económico: "la gente empieza a culpar a la globalización. Esto es bencina para los movimientos antiglobalización".
Trump, una consecuencia. Ejemplo de aquello es lo que ocurre en EEUU, donde Donald Trump, de la mano del proteccionismo y enarbolando la bandera de la reconstrucción de la gran industria nacional (o Make America Great Again), llega a la presidencia en un país donde el aumento de las remuneraciones es "decepcionante", según el informe de Perspectivas de Empleo 2018 de la OCDE, el cual consigna que en el último trimestre de 2017 el alza fue de 0,6%, un punto por debajo de los registros previos a la crisis.
Aunque EEUU goza de pleno empleo, "la mayor parte de los nuevos puestos de trabajo ha sido en sectores de bajos salarios, como comercio minorista o comida rápida", describe Daniel Barlow, analista de Vermont Businesses for Social Responsibility.
La "lenta desaparición de la industria tradicional" y el "enfoque en las ganancias a corto plazo para los accionistas y directores ejecutivos, sobre la inversión en salarios y capacitación", forman parte de las causas, asegura Barlow.
Así, sostiene que la elección de Trump es "un síntoma" y que "la idea de que alguien puede lograr el Sueño Americano, simplemente trabajando duro, está muerta".
Ese sueño hoy también resulta en frustración en Europa, donde no sólo los países más golpeados por la crisis, como Italia, Grecia y España, padecen un estancamiento de los salarios, sino que también los que lograron salir más o menos airosos, como Francia o Alemania.
Un problema extendido
En el primer grupo la situación se explica por un persistente alto desempleo, que en el caso español sigue en torno a 15%. "En ese escenario puedes esperar que los salarios sean bajos", sostiene Jacob Kirkegaard, economista de Peterson Institute, que para el análisis de todo el Viejo Continente, destaca el lento aumento de los precios como un factor relevante. "Sueldos e inflación se siguen el uno al otro", indica.
Las cosas son más complejas en Francia. Allí la ralentización de las remuneraciones es reciente y para Kierkegaard obedece a la reforma laboral de Emmanuel Macron. Según detalla, esta "permite la negociación individual por empresa en lugar de la que llevan adelante los sindicatos nacionales. Sabemos que cuando eso pasa, los salarios se vuelven más lentos".
Para Bob Hancke, académico de London School of Economics, el estancamiento es particularmente sorprendente en la potencia germana, donde crecen al mismo ritmo estadounidense. "Mi sospecha es que la Unión Económica y Monetaria en Europa actúa como una trampa de deflación salarial: el crecimiento económico a través del crecimiento de las exportaciones, que se basa en un bajo crecimiento del costo laboral". En ese marco acota que "no veo aumentos masivos de salarios en el futuro; demasiados elementos estructurales y cíclicos juegan en contra".