EL 13 de abril fue la primera vez que Andrés Pollak Ben-David (60 años, casado, tres hijos) habló como presidente de Tricot. Ese día, debió reemplazar a su hermano Eduardo en la junta ordinaria de accionistas del retailer. Sus palabras fueron breves: agradeció la presencia de los accionistas, habló del efecto pandemia, hizo un resumen del año de la compañía y le traspasó la palabra al gerente general.
En ese momento, a kilómetros de distancia, Eduardo Pollak permanecía hospitalizado en EE.UU. a raíz de las consecuencias del Covid-19; 16 días después murió. Tenía 62 años. Eduardo había sido presidente de la firma desde 2004, el único desde que su familia tomó el control de la compañía. El 14 de mayo, Andrés Pollak lo reemplazó oficialmente. En el cupo vacante ingresó la viuda de Eduardo, Carolina Lanis.
Ambos hermanos trabajaron codo a codo por 25 años. Andrés fue siempre el vicepresidente del directorio. Había ingresado a la compañía en 1997, a la gerencia de marketing, y en 2004 subió a la mesa, luego que la familia decidiera que la plana ejecutiva sería independiente de la propiedad. “A Andrés le tocó participar en toda la transformación de la empresa”, subrayan cercanos.
Su padre, Jaime Pollak -fundador de Tricot- les había enseñado cómo dirigir una gran empresa y los valores detrás de ello. La sucesión estaba definida: inicialmente Eduardo había tomado la posta de su progenitor, secundado por su hermano. Ahora le tocaba asumir a Andrés.
Su hermano mayor Henry -siquiatra, 63 años- sigue en el directorio, y su hermana Dalia -sicóloga, 56 años- participa representada por su marido, Salomón Minzer, quien asumió la vicepresidencia en reemplazo de Andrés; un músico que -según lo califican sus cercanos- es uno de los grandes jazzistas del país.
“Eduardo y Andrés se complementaban muy bien. Andrés ponía el lado más creativo, y Eduardo era un gran ingeniero. La cara visible ahora cambió pero el conocimiento del negocio, los principios éticos y la hoja de ruta siguen”, precisan en el círculo de los Pollak.
Hoy, Andrés -a través de su sociedad Andrés Pollak Producciones Limitada- posee el 17,2% de Inversiones Retail Chile S.A., controladora de Tricot con un 71,9%. De los cuatro Pollak, Andrés es el que tiene el mayor porcentaje de la matriz.
De Cometa hasta La Marraqueta
A mediados de los 80, Andrés Pollak volvió a Chile. Tras salir del Colegio Hebreo, y tener una fallida incursión en Ingeniería Comercial de la Universidad de Chile, se había ido a estudiar música a una de las mejores escuelas del mundo: Berklee College of Music de Boston, en Estados Unidos. Sacó el título de Bachelor of Music in Film Scoring, es decir, en películas. Y con ese cartón bajo el brazo, volvió.
La pasión por la música viene de su madre, Yoná Ben-David. Todos los Pollak tocan algún instrumento como parte de su educación. En el caso de Andrés, es el piano y se ha especializado en jazz. Eduardo también era un aficionado al jazz, pero su instrumento era la trompeta.
El baterista Pedro Greene recuerda que conoció a Andrés en el ambiente de la música. “Era un joven que venía volviendo de EE.UU. de estudiar música, un increíble pianista, tremendo artista. Lo invité a integrarse al grupo Cometa”, relata. Cometa fue una banda chilena reconocida por ser pionera del jazz rock. Era un sexteto. Y tenía dos tecladistas, uno fundador que era Andrés Miquel y Pollak. En 1988 grabaron su primer y único disco. “Empezó una relación de creación, amistad y presentaciones muy estimulante. Estábamos todos en una etapa de muchos sueños y ganas de hacer cosas”, señala Greene. “Éramos unos internautas, unos buscadores, y hasta el día de hoy seguimos siéndolo. Nos une una gran amistad”, subraya.
Tal es así que una vez disuelto Cometa, pasó poco tiempo para reencontrarse en un proyecto en conjunto. Pollak, Green y el bajista de Cometa, Pablo Lecaros, formaron la banda de fusión criolla -entre jazz y folclor- La Marraqueta. “Entre los tres decidimos armar esto más chiquitito, que implicaba una relación muy estrecha entre los instrumentos por ser pocos y una complementación importante para que suene bien. Y esa implicancia que venía de Cometa se profundizó y se proyectó hasta hoy”, analiza Greene.
En ese momento, los tres integrantes tenían actividades paralelas: entre otras cosas, Lecaros y Greene trabajaban con la familia Parra y tocaban en orquestas. Mientras, Pollak había sumado otro desafío.
El ingeniero en Sonido Hernán Rojas volvió de Estados Unidos en 1987. Había vivido allá 14 años, trabajando en grandes estudios con bandas de la talla de Santana, Neil Diamond y Frank Zappa. Acá, trabajaba en el estudio Horizonte, de Julián García Reyes, ligado a la radio del mismo nombre. Un día, entró un joven a grabar con un computador Mac: era Andrés Pollak. “Yo venía llegando de EE.UU. con mi propio Mac y creo que era el primero que veía fuera del mío”, recuerda Rojas. Esa conexión los acercó. Ambos venían retornando del mismo lugar. “Hablábamos un idioma similar en cuanto a la música”, recuerda. “Teníamos los dos el sueño de que Chile contara con salas de grabación de altura internacional y eso lo empezamos a elaborar”, añade.
Muchos los tildaron de locos, dice. Chile estaba volviendo a la democracia y la situación económica era incierta. Pese a ello, en 1989 surgió Sonus en la calle Mallinkrodt, en Bellavista. Primero, con dos salas, una para música y otra para publicidad, hasta llegar a tener cuatro salas, doble turnos de trabajo y 16 personas. “Queríamos generar una línea de trabajo donde la satisfacción al cliente fuera lo más importante. Esa ética gringa de no esconder cuando pasa algo”, señala Rojas. Y llegó el éxito: trabajaron con bandas como Los Tres, La Ley y Lucibell.
Rojas asegura que Pollak tenía y tiene una mirada muy estratégica. Tal es así que a él se le ocurrió complementar el negocio de la publicidad con el desarrollo de videos, ampliándose más allá del sonido y la música. Sumaron nuevos socios. Trajeron los equipos más avanzados que existían para la posproducción de video, un estándar digital que nadie tenía en la región, equivalente a la Alta Resolución. Así desarrollaron campañas para la cerveza Becker, la estrategia de los carrier en las firmas de telecomunicaciones y también publicidad para Tricot. Aquello los puso en el radar de su principal competidor: en 1995 Chilefilms les ofreció comprarlos. Y aceptaron.
En el intertanto, La Marraqueta grabó tres discos y viajaron a países como México, Perú y Francia. Y si bien inicialmente la sede de la banda era un taller de Pedro Greene en Balmaceda 1215, luego pasó a ser el home estudio que se hizo Pollak en su antigua casa en Lo Barnechea, y ahora, en su casa en Lo Curro. “Andrés trabajó mucho en publicidad y tenía un estudio grande, después lo dejó, pero mantuvo la pasión por los estudios, y el que tiene es impresionante”, señala el guitarrista Mauricio Rodríguez, que se sumó a La Marraqueta en 1997. De hecho, agrega que Pollak maneja todo el proceso de producción y grabación de un disco. “Dos discos míos me los ha masterizado él”, añade. Aun más, en su casa tiene una mesa de grabación de 2.800 parámetros y perillas que maneja a la perfección, cuentan sus cercanos. Además, de estar suscrito a las revistas más especializadas en la materia, “es muy trabajador, obsesivo. Hemos pasado largas horas ensayando, tocando, ya sea él en el piano o en la mesa de grabación”, dice Rodríguez.
Pollak hizo la música para la película Johny 100 pesos, y su secuela, además de los capítulos Balmaceda y Prat de la serie Héroes, de Canal 13. Asimismo, elaboró el disco más vendido de Pablo Herrera, junto con trabajar con cantantes como Keko Yungue, Fernando Ubiergo y Cecilia Echenique.
En 1989 ganó el premio a la mejor música publicitaria, otorgado por la Asociación Chilena de Arte Publicitaria (Achap), y mejor jazzista del año, por parte de la Radio Universidad de Chile.
En 2018 se subió junto a sus compañeros de Cometa al escenario del Anfiteatro Andes para una presentación por los 30 años de la creación del grupo. Y ya tienen listo un cuarto disco de La Marraqueta. Lo produjeron completo en la casa de Pollak. Green confidencia que está terminado hace ya nueve meses. Sólo falta la carátula. “Somos lentos, sacamos un disco cada diez años”, ríe. Pero ya está y la idea es que se salga este semestre.
“Desde el punto de vista afectivo, Andrés es muy querible, dialogante, reflexivo, cariñoso, simpático, cercano. Y por otra parte, es multifacético”, subraya Greene. Es que además de ser pianista de jazz, productor musical, ingeniero de grabación, presidente de Tricot y director del Museo Interactivo Judío de Chile, es piloto de avión. En 2017 creó la sociedad Transportes Aéreos Bandurria Limitada, junto a sus hijos: Nicolás y Karina. Amigos dicen que tiene un bimotor que pilotea habitualmente. Pedro Greene añade, entre risas, que es capitán de alta mar: “A Andrés uno le pasa un yate en las Galápagos y te lo pilotea”. “Soy un admirador de él por todos los ámbitos que maneja, tiene una capacidad increíble, y es superpiolita”, destaca.
Hoy, pasa parte del año en Nueva York, en su departamento en Manhattan. Su hijo Nicolás estudia guitarra allá.
Cambio de dupla
Quienes lo conocen aseguran que su pasión por la música lo ha ayudado en su actividad empresarial. Por ejemplo, le ha permitido explotar habilidades blandas, como la empatía con clientes y trabajadores. A ello se suma su capacidad para hacer negocios. Hernán Rojas cuenta que fue Pollak quien le enseñó a manejar una planilla Excel con un sinfín de variables. “Tiene una visión muy clara de los negocios. Es muy ordenado, metódico, estudioso”, agrega Rojas.
Cercanos precisan que conoce la compañía muy bien. De hecho, participó activamente en su apertura a Bolsa en 2017 y dedica gran parte de su tiempo a la firma. Quien lo sucedió en la gerencia de Marketing cuando ascendió al directorio fue Fernando Gajardo, un ingeniero en Sonido que trabajó con él en Sonus. Y que sigue hasta hoy en Tricot. “Maneja bien las variables del negocio”, repiten en la compañía.
Ahora, sus metas pasan por seguir fortaleciendo la omnicanalidad y la digitalización, y que la empresa retome sus resultados una vez que la pandemia termine.
A sus cercanos les ha dicho que tras la muerte de Eduardo, la rutina no ha variado, pero que la pena es enorme. Con su hermano hablaban a diario, eran socios y mejores amigos. Ahora, su dupla será otra. Salomón Minzer asumirá ese rol. “Estoy tranquilo y contento, nos complementamos muy bien”, ha dicho en su entorno. “Trabajaremos en una ruta trazada y planificada que tiene muchos años por delante”.
Y la música seguirá radicada a sus horas libres. P