Chile se ha beneficiado de dos shocks ligados a la minería en los últimos 30 años. En los 90, el boom de inversión minero cuadruplicó la producción de cobre, elevando el crecimiento económico del país por sobre el mediocre promedio latinoamericano. Luego, Chile fue uno de los países que sacó mayor provecho del despegue de China y la consecuente alza en los precios de los commodities (el súper ciclo 2003-2012), que generó un shock de ingresos tal que, al sumarse al shock de inversiones anterior, bridaron tres décadas de potente impulso económico al país.
El fin del súper ciclo, coincide con una evidente baja en el crecimiento del país, pero lo peor fue la incubación de males como el deterioro en productividad, desorden político, falta de visión de largo plazo en políticas públicas y ambiciones para capturar rentas en lugar de procurar seguir generándolas. El doble período de bonanza fue, aparentemente, incapaz de sentar bases sólidas para proyectar el crecimiento del país sin el impulso de los favorables shocks mineros. La historia latinoamericana está llena de ejemplos en que los booms son seguidos por declives (o colapsos) por la incapacidad de mantener el crecimiento y caer en las trampas de políticas de corto plazo y capturas de renta.
El desafío es que se acerca una tercera y quizá última oportunidad para esta generación de chilenos gracias a la minería. El fin de las energías fósiles y la explosión de las energías renovables no convencionales sorprende a Chile con ventajas. Tenemos una industria de cobre madura, aunque con inmensos desafíos. Tenemos litio, aunque perdiendo mercado ante Australia, Argentina y China por indefiniciones regulatorias. Además, hay posibilidades de explotar cobalto. Todo ello, plantea la interrogante de si aprovecharemos nuestras ventajas país en esta tercera oportunidad para lograr el tan anhelado sueño de ser el primer país latinoamericano desarrollado.
La falta de articulación política inevitablemente genera desaprovechamiento de oportunidades. Es indispensable una visión de largo plazo capaz de trascender afanes rentistas y de rédito político cortoplacista, que logre dar el envión necesario a la captura y creación de valor a través de los recursos mineros. Si no, al igual que Sísifo, seguiremos empujando la misma roca, y antes de llegar a la cima del desarrollo, la veremos caer nuevamente, tal como ya ha ocurrido a lo largo de la historia con los ciclos bajistas de los metales.