Era imposible que Ilan Rosenberg y Marcos Skarmeta no estuvieran algo nerviosos. Corría un caluroso día de noviembre de 2017 y se encontraban en el Hospital El Salvador, siendo testigos de cómo se realizaba el primer implante craneal fabricado por su propia tecnología. La paciente llevaba tres años encerrada en su casa. Había tenido un aneurisma y para tratarlo tuvieron que aplicar descompresión para que la sangre fluyera, retirando parte de su cráneo y produciéndole una gran deformación. No quería salir a la calle.

“La operación salió bien y el implante quedó perfecto. A la semana, la paciente estaba haciendo su vida normal. Le cambió la vida”, recuerda Rosenberg. Un año después, ArcomedLab ya tenía cerca de 100 implantes instalados.

Pero el procedimiento no es algo que se pueda hacer solo en una clínica y con un presupuesto desorbitado. Una de las ventajas de la tecnología de ArcomedLab es que hacen accesible este tipo de procedimientos para la realidad de Chile y América Latina. Tanto para clínicas privadas como para hospitales públicos. Algo que no se existía en el mundo. Y todo, con desarrollo nacional. Tanto así, que en su sitio web se puede pagar directamente con Webpay.

La historia comenzó en Europa. Rosenberg, quien es técnico protesista maxilofacial, estuvo estudiando para perfeccionarse en esa área en Italia entre 2011 y 2013. En ese país conoció al odontólogo Marcos Skarmeta, quien estaba de vacaciones con su familia. “Justo en ese momento tenía la idea de llevar a Chile la franquicia de un laboratorio de alta tecnología en prótesis dental, que utilizaba impresión 3D. Marcos me comentó su interés en invertir en ese proyecto si es que se concretaba. El 2013 regresé a Chile, nos juntamos y partimos. De a poco. Creciendo de forma orgánica. Justo en el momento en que empezaban a aparecer en el país otros laboratorios con tecnología similar”, recuerda.

El 2017 decidieron crecer y del mundo de la boca (cavidad oral) decidieron pasar al territorio craneofacial. “Cerca del 5% de la población mundial tenía acceso a implantes personalizados de ese tipo. Y a Chile solo los traían grandes multinacionales de manera muy exclusiva. Fue cuando nos preguntamos ¿por qué no indagar cómo hacerlo a precios menores?”, dice Rosenberg,

Ya tenían conocimientos de algunos materiales “biocompatibles” y el concepto de impresión 3D crecía cada vez más en el mundo médico. Así, en 2017 dieron vida a ArcomedLab. Viajaron por el mundo buscando tecnología, pero nada los convenció en un cien por ciento. Tenían que innovar para bajar los costos. Hicieron dos prototipos que los donaron a entidades públicas. Hasta que encontraron la fórmula. “La competencia trabaja con sistemas CNC, qué básicamente son máquinas fresadoras que esculpen un bloque de un material especial para darle forma al implante personalizado. En ese proceso, se pierde el 40% del material, lo que aumenta los costos del producto final. Lo que hicimos fue comprar impresoras 3D aptas para materiales biocompatibles, las cuales rearmamos, reprogramamos, incluyendo piezas y repuestos de todas partes del mundo. Así, cambiamos el concepto. A través de un escáner en 3D que realizamos al paciente, sacamos una imagen con un software altamente especializado, con el cual diseñamos e imprimimos el implante mediante una serie de procesos”, dice Rosenberg.

El material que usan se denomina PEEK (Poliéter éter cetona) y otra ventaja es que con la impresión 3D son capaces de configurar el diseño de la estructura interna del implante, imitando al hueso en su composición anatómica, a diferencia de la competencia, que lo hace en materiales sólidos. “El hueso no es sólido. Tiene una médula, porosidades, etc. Nosotros podemos reproducir eso”, comenta Rosenberg, y agrega: “Además, tenemos la posibilidad de crear geometrías complejas que los sistemas CNC no logran”.

Ganaron un concurso de innovación de la Fundación Everis, en España, lo que los ayudó a que médicos especialistas y entidades de salud ya los miraran sin escepticismo. En 2018 se certificaron con el Instituto de Salud Pública (ISP) en Chile y el 2019 con la norma ISO 13485/17664 de la FDA (Estados Unidos) para procesos digitales. Así, se ganaron también la confianza de la comunidad científica.

A fines de 2019 ya estaban trabajando prácticamente con los hospitales y clínicas más importantes de Chile, además de trabajos con pacientes de Brasil, Perú y Argentina. Sus implantes costaban cerca del 25% de lo que se hacía hasta entonces.

Pero el estallido social y los primeros meses de la pandemia los golpearon fuerte. “Estábamos viento en popa, pero los técnicos no llegaban y los hospitales no abrían. Y cuando empezó la pandemia, nos cerraron todos los pabellones quirúrgicos para este tipo de procedimientos. La empresa se paralizó por unos ocho meses. Si emprender en Chile es difícil, emprender en biosalud lo es aún más. Fue realmente una angustia tremenda. Teníamos adultos y niños esperando”, dice Ilan Rosenberg. Incluso, recién hace dos meses se abrieron los pabellones, por lo que proyectan facturar medio millón de dólares este año, algo positivo considerando la situación.

La crisis la aprovecharon para buscar inversionistas ángeles. Se entusiasmaron Avram Fritch, vicepresidente de holding Rebrisa; Alexis Camhi, fundador de Trust VP; Roberto Camhi, fundador de Mapcity, y Fernando Mendoza, gerente general de Nicolaides. Entre los cuatro pusieron US$ 500 mil y mucho “smart money”. Fue el momento perfecto también para armar un nuevo laboratorio de 3 pisos y 450m2, donde además construyeron el primer “clean room” de América Latina para la impresión de huesos sintéticos con PEEK.

Actualmente poseen cerca de 400 implantes instalados exitosamente en el último año, incluyendo, aparte de Chile, a países como México, Brasil, Perú, Argentina y España. Acaban de ganarse hace unas semanas dos fondos de Corfo por $ 50 millones y ya están en conversaciones para llevar su tecnología a Japón, Israel, Malasia, India y algunos países árabes. Además, están preparando una nueva ronda de inversión para entrar al mercado de Estados Unidos. La meta de los fundadores es levantar US$ 3 millones.

En términos tecnológicos están en proceso de patentar varias innovaciones. De hecho, están trabajando en un fármaco que proporciona antibióticos. O sea, que una vez puesto el implante se liberen ciertas dosis de antibióticos de manera sectorizada, después de la cirugía, durante un tiempo. “Algo que aún no hace nadie”, dice con total seguridad Ilan Rosenberg, socio fundador de ArcomedLab.