Octubre suele marcar una serie de eventos que ponen de relieve los avances y brechas en educación financiera. Se trata de una materia fundamental, para ejercer una ciudadanía plena y responsable, que permita a las personas desenvolverse de manera autónoma en operaciones cotidianas como el manejo de un presupuesto, planificación de gastos, así como el uso de tarjetas que son hoy la llave para acceder al comercio electrónico.
Según diversos estudios, Chile es el país con la más alta tasa de bancarización en la región y con más de 18 millones de tarjetas de crédito operativas. Pero las cifras son menos auspiciosas cuando hablamos de educación financiera, pues tanto en encuestas propias como externas, más del 50% de las personas consultadas suele autoevaluarse con una nota igual o inferior a 4.0, cuando se trata de entender y desarrollar operaciones financieras básicas. En síntesis, las personas cuentan con acceso a instrumentos financieros, pero no tienen las herramientas necesarias para un manejo eficiente y positivo que les permita gestionar su situación financiera y no terminar en medio de problemas críticos como el sobreendeudamiento.
Se trata de un tema de la mayor importancia, que va vinculado también con el nivel educacional que alcanzan las personas. En Chile hoy son más de 186 mil estudiantes que no asisten a un establecimiento educacional ni han completado su educación escolar y cerca de 5 millones los chilenos mayores de 18 años que no han finalizado esta etapa. Con los efectos de la pandemia se estima que, en el peor de los casos, serían más de 267 mil los niños y jóvenes que se encontrarían en esta situación, lo que representa un incremento del 43% de alumnos que dejarían sus aulas solo durante este año.
La educación es un derecho y, sobre todo, una oportunidad para mejorar las condiciones de vida de todas las personas. Es por eso que cada vez que un niño, niña o joven se aleja de la escuela, se está también apartando de sus sueños y de la posibilidad cierta de construir un mejor presente y futuro. Ningún país puede permitir que se diluyan los sueños ni menos la posibilidad de concretarlos. Todos tenemos responsabilidad sobre este tema y, en especial, quienes estamos en el mundo de la empresa y en la industria financiera. La educación debe ser la prioridad de un país y, en esa tarea, todos podemos aportar.
¿Cómo lograrlo? De partida, contribuyendo a hacer pedagogía en nuestro actuar cotidiano, en el diseño de nuestros productos con el compromiso irrestricto con la transparencia, con el precio justo y el ser capaces de disponer de una oferta amplia y abierta. Y, por supuesto, también apoyando a quienes más lo necesitan, porque es en esos espacios donde también se aporta a construir equidad.
La educación financiera no es una asignatura opcional o secundaria, debe estar cada vez más integrada a la vida cotidiana de las personas, en sus distintas etapas y necesidades. No debe restringirse solo a los establecimientos educacionales, debe permear también otras esferas. Un comportamiento ciudadano responsable es exigible cuando se han entregado las herramientas precisas y se ha dado espacio para el ejercicio de la responsabilidad personal.
En el mes de la educación financiera son todas esas conversaciones las que necesitamos poner sobre la mesa. La pandemia nos ha llevado a agilizar muchas transformaciones y tal vez es el tiempo preciso para enfocarse en aquellas materias que resultan esenciales, como lo es esta.
*La autora es gerenta de división personas, comunicaciones y sostenibilidad de Banco Santander.