Un amigo dice que para separarse se requiere de la interacción de dos fuerzas, una de repulsión que te aleje de casa y otra de atracción que te invite a una vida al otro lado del muro. Si bien a partir de cierta intensidad basta con una de las dos fuerzas para actuar, reconozco que el efecto combinado de ambas más que duplica la intensidad del resultado: lo quintuplica según mis estimaciones (factor en que se ha incrementado la expatriación de recursos en los últimos dos años, por dar un ejemplo).
El inversionista chileno lleva más de 10 años constatando como los títulos de emisores internacionales florecen, mientras los locales se mantienen estancados. Por ejemplo, el más importante título que emite este país, el peso chileno, se ha desvalorizado 40% con respecto al dólar durante ese período, papeles de deuda y acciones, misma cosa. Lo más sorprendente es que esto ocurra cuando “la cosa tangible que vendemos al mundo” se encuentra a niveles históricos. ¿Qué pasó en Chile para que su activo real número uno esté en las nubes y sus activos financieros estén sin embargo en el suelo? La confianza en este país, o la “marca Chile” si prefiere, se está corrompiendo. Vamos por parte.
El sesgo país (predisposición a invertir en país de origen en desmedro de otros) que nos distinguía del resto de Latinoamérica, primero se redujo de manera gradual producto de lo atractivo que se ha visto el mundo desarrollado, y de manera abrupta en los últimos dos años, producto de lo repulsivo que se está haciendo Chile para el capital. El estallido delictual, el separatismo/terrorismo en la Araucanía, las propuestas de nacionalización y degradación de la propiedad privada de la Convención, el posible quinto retiro del Parlamento, etc., transmiten a los inversionistas una menor capacidad (y voluntad) por parte del país para resguardar el valor de sus activos en general, y financieros en particular. Al capital ya le empezó a causar náuseas el nuevo Chile, lo que cualquier persona alfabetizada financieramente puede constatar al ver el precio al que se cotizan los títulos financieros emitidos por los sectores privado y público.
Por el lado de las empresas, en pocos años pasamos de tener que obligarlas legalmente a repartir utilidades (el 30% como mínimo) a que muchas estén voluntariamente repartiendo el 100% de ellas (reinvirtiendo nada). Algunas incluso están repartiendo utilidades acumuladas de ejercicios anteriores: se están descapitalizando. ¿Malo para los dueños del capital? No necesariamente, la vida puede ser más satisfactoria al otro lado del muro. ¿Malo para los que necesitan de ese capital (el resto del país)? Absolutamente.
Con las personas naturales pasa lo mismo. Pasamos de gente queriendo invertir algo en el extranjero para “diversificar”, a tener gente que está activamente liquidando activos locales para llevar el capital fuera, o reestructurando sociedades para que sus activos locales no liquidables cuenten con accionistas y/o acreedores extranjeros (es más costoso para un país darle un manotazo a un “extranjero” enseña la historia). E incluso, gente que está cambiando su residencia tributaria para dejar de ser “ciudadano económico” chileno.
Al igual que usted, no tengo idea cuánto más se va a deteriorar la “marca Chile”, y con ella la pérdida de valor de cualquier contrato/activo financiero. Por ahora, veo demasiados líderes que con razonamientos infantiles e incapacidad para vislumbrar las consecuencias de sus actos se muestran inconscientes de la pobreza y desigualdad que están incubando.
* El autor es ingeniero civil PUC y MBA The Wharton School (@tomcasanegra)