Para desarrollar una ruta sólida de cambios para abordar los problemas de desigualdad es preciso dar con el ritmo que permita mantener a toda la sociedad a bordo del proyecto. Así lo afirma James Robinson, coautor junto a Daron Acemoglu de “¿Por qué fracasan los países?: Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza”, una de las obras más influyentes al analizar de manera crítica la forma en la que ha operado la economía de mercado en algunas naciones.
El también académico de la Universidad de Chicago dice a Pulso que, pese a ello, los mercados necesitan un país próspero y dinámico, algo que no se puede tener “si hay descontento social”.
El resultado polarizado de las elecciones en Chile se ha visto en otras latitudes. ¿Cuál es su diagnóstico para que llegar a esto?
-Refleja cambios estructurales de muy larga data en el mundo. La enorme expansión económica de China ha creado esta masiva deslocalización en la economía mundial. Creo que la globalización se ha intensificado enormemente, propagando masivas desigualdades y rupturas.
Esto se combina con la era que comienza con la revolución de (Ronald) Reagan, la cual plantea una suerte de adoración a una forma muy simplista de economía de libre mercado y un proyecto ideológico que revierte el rol del Estado en la sociedad. Este modelo de sociedad se propaga por el mundo en los años 90, con el Consenso de Washington.
Entonces, lo que vemos ahora es el choque de dos proyectos muy contradictorios y la irrupción de líderes populistas a cada lado, que toman diferentes formas en cada país.
Por ejemplo, en Estados Unidos tenemos un Partido Demócrata contando con el ala de izquierda más poderosa que jamás hemos visto, con figuras como Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez y toda esa gente que propone políticas más radicales de redistribución. Esto preocupa a sectores tradicionales conservadores, lo que queda de manifiesto con Donald Trump.
Todo esto me recuerda mucho a los años ‘20 y ‘30 del siglo pasado, cuando hubo un aumento de carismáticos gobernantes populistas por toda Europa, no solamente con Mussolini sino que muchas otras partes del continente. Eso fue una respuesta a la Gran Depresión, a la deslocalización de la vida de las personas y en general a la economía de libre mercado y la industrialización del siglo IXX.
¿Cómo se desarrolla este fenómeno en América Latina y en particular en Chile?
-Esta confrontación también sucede en América Latina, donde además por cuestiones identitarias siempre se está en búsqueda de alguien que los redima, lo que se manifiesta en figuras que van desde Simón Bolívar hasta Hugo Chávez. Entonces, resulta menos sorpresivo este fenómeno en la región que en Estados Unidos.
Actualmente, el fenómeno se distingue con el surgimiento de un líder carismático en El Salvador (Nayib Bukele). La democracia no ha cumplido con las expectativas, por ejemplo, por la corrupción, entonces la gente busca soluciones abriendo un espacio para personas que prometen cosas que no pueden cumplir.
El contexto es diferente en Chile, que tiene una historia democrática y de institucionalización más exitosa. Lo que pasa en El Salvador es inimaginable en Chile, pero también debemos reconocer que era inimaginable pensar en una presidencia de Donald Trump en Estados Unidos.
En ese contexto, ¿cómo analiza a Chile desde el estallido hasta hoy, en que se enfrentan dos proyectos contradictorios?
-Particularmente en Chile lo que veo es un genuino intento por avanzar en algún tipo de inclusión en el modelo económico, por ejemplo, incluir más a personas de pueblos originarios en la sociedad de una manera que no hemos visto antes en el país. Ese tipo de cosas son grandiosas.
Sin embargo, si avanzas muy rápido en los cambios puedes crear una fuerte reacción en contra. Supongo que eso es lo que pasa en Chile. Se tiene que encontrar un campo medio, tienes que encontrar un paso al que se pueda avanzar en la inclusión de la gente y en una apertura de la sociedad. Hay que hacer los cambios de manera que mantengas a todos a bordo y mi impresión es que hay mucha gente que está asustada en Chile con los cambios rápidos.
Desde mi punto de vista, los mayores problemas están dados por esta forma simplista de entender la economía de libre mercado, que ha creado masivas desigualdades y deslocalizaciones. Es el rol del Estado hacerse cargo de eso, por lo que es legítimo intentar expandir su rol de manera que pueda ayudar a la gente.
¿Cómo piensa un rol más preponderante del Estado en la economía para que se haga cargo de la desigualdad?
-En los países escandinavos hay una enorme diferencia en la desigualdad antes de impuestos y después de impuesto. El Estado ha jugado un rol muy importante para que consigan la equidad que características a sus sociedades. En cambio, en América Latina la desigualdad es prácticamente la misma antes y después de impuestos, siendo la región más desigual del mundo. Una de las razones es justamente que el gobierno hace muy poco para cambiar eso.
Eso es algo que se tiene que abordar y conducir. En el mismo hemos visto un enorme descontento enfocado en los problemas de desigualdad, pero quizá es algo bueno porque por primera vez los gobiernos latinoamericanos podrían, de hecho, hacer algo sistemático al respecto.
Las alternativas que buscan un rol más preponderante del Estado en el combate a la desigualdad, como el caso de Gabriel Boric en Chile, no son las predilectas del mercado. ¿Cómo lidiar con los riesgos aquello implica?
-Lo que es bueno para los inversionistas y mercados es un próspero, pacífico y dinámico Chile. No puedes tener todo eso si hay descontento social. Lo que sea necesario para volver a unir a Chile y encontrar consenso en torno a un mercado mixto con un rol más importante del Estado es bueno para el país y, por lo tanto, para los mercados. Mirar el movimiento del mercado en sus reacciones diarias es una preocupación de muy corto plazo. No diría que es algo vital. Hay cosas mucho más importantes en Chile que los mercados.