Esta semana hubo noticias que pueden parecer contradictorias, como la mejora en las proyecciones de crecimiento de Chile para este año, pero una degradación de la clasificación de riesgo de país.

En efecto, nos habíamos acostumbrado a que Chile no liderara las predicciones económicas en América Latina pese a contar con buenos niveles de precio del cobre.

Un problema de expectativas bajas a nivel de empresarios casi sin precedentes marcaba la pauta. Este escenario fue coronado por la rebaja de clasificación de riesgo de Chile en 2017 por parte de dos agencias.

No obstante, la situación este año es distinta. Ahora a varios países le bajan las proyecciones y Chile liderará la expansión económica en América Latina, lo que denota una diferenciación del país, que se refleja sobre todo en el riesgo país, costo de financiamiento en dólares y niveles de las tasas en moneda local. El FMI elevó la proyección a 3,8% (desde 3,4%), similar al crecimiento mundial. Algo que si bien puede parecer como un logro que no es especialmente desafiante, se debe recordar que Chile no crecía en línea con el mundo hace tres años. Las mejores expectativas empresariales fueron clave para la mejora.

Por ello puede resultar extraño que en este mejor ambiente la clasificadora Moody's haya decidido recortar al rating. Sin embargo, no es del todo disonante. Ambos hechos noticiosos son un reflejo de que la situación empieza a mejorar para Chile, pero que incluso duplicar la tasa de crecimiento respecto de las últimas evidenciadas el año pasado no es suficiente para compensar la deteriorada situación fiscal. Tampoco son suficientes los ajustes fiscales que el gobierno está aplicando.

El punto de fondo es que se requieren señales que quiebren la inercia para lograr un crecimiento más elevado no sólo coyuntural, sino que de más largo plazo, así como una reversión en el déficit público.