Se acerca el fin de año y, con ello, la hora de los balances. Una mirada a los números de la economía chilena permite tener una conclusión optimista respecto de lo que ha sido este año. Desde el punto de vista macroeconómico, el crecimiento de la actividad pasó de menos de 2% a 4%, una inversión que volvió a aumentar con fuerza (+5,5%) luego de cuatro años consecutivos de contracción.
Todo esto con una inflación contenida que se ubica marginalmente por debajo del 3% (2,8%) y un mercado laboral que si bien observa un alza en la tasa de desempleo de 0,4 pp hasta 7,1%, la calidad del empleo creado va en alza. Mientras los puestos de trabajo por cuenta propia -usualmente de menor calidad- retroceden -0,2% en el último trimestre móvil, los asalariados privados (de mayor calidad) suben 1,5%.
Adicionalmente, el gobierno se comprometió a reducir el déficit fiscal efectivo a -1,7% (-1,9% de 2018 y -2,8% en 2017).
No obstante, durante la segunda parte del año, en que coincidió con una esperada desaceleración económica, se generó en el ambiente la sensación de que la promesa económica del nuevo gobierno no se había cumplido.
Fue tema de discusión en los medios, en grupos políticos y en La Moneda. Esta última incluso creó el eslogan "Chile en marcha" para dar cuenta de que el país avanza. No obstante, la última encuesta CEP reveló una realidad distinta. La principal preocupación es delincuencia y pensiones. El empleo aparece en la quinta posición, pobreza en la siguiente posición y sueldos más abajo.
Estas tres bajaron su porcentaje respecto de hace un año, pero esta última de manera relevante. Lo mismo ocurre con las personas al ser consultadas por su situación versus la del país. Pareciera ser, entonces, que el nuevo malestar por el tema económica es más bien de una élite, que revela un desacople con las personas.