Amenudo me preguntan qué explica el milagro chileno de 1990-2014. ¿Cómo hizo Chile para pasar de ser un país mediocre a tener el mayor nivel de bienestar de América Latina?
Mis respuestas tienden a ser largas y alambicadas, repletas de cifras y citas históricas. Son las típicas respuestas de un académico. Pero a veces mi interlocutor exige una explicación breve y sucinta. Entonces me despercudo y señalo tres factores: la apertura económica que transformó a las exportaciones en motor de crecimiento, la política de los acuerdos entre gobierno y oposición, y un Banco Central independiente, que ha velado por la mantención de la estabilidad macroeconómica.
Hace 30 años muchos políticos de la Concertación dudaban sobre las bondades de un Banco Central autónomo. Pensaban que era una trampa más de la dictadura; un cerrojo dejado por Pinochet para perpetuar su poder.
Pero algunos economistas jóvenes pensábamos lo contrario. La pregunta, insistíamos, no era si el banco debiera ser autónomo -estábamos convencidos de que la respuesta era "sí"-, sino que quién lo iba a liderar. Argumentábamos que un banco independiente, dirigido por profesionales serios y dedicados, era una garantía de estabilidad, un seguro de que la debacle inflacionaria de 1973 no se repetiría. En una entrevista publicada en el diario La Época el 16 de julio de 1989, fui aún más lejos y dije que en las negociaciones con el gobierno saliente, la Concertación debía insistir en que el primer presidente fuera Andrés Bianchi o Carlos Massad. Son, apunté, altamente respetados en el mundo financiero global y dan garantías de ecuanimidad.
Al final, la idea de un banco independiente se aprobó y Andrés Bianchi fue su primer líder. Al poco andar las nuevas autoridades democráticas se dieron cuenta de que el arreglo era óptimo. Los ministros de Hacienda y Economía se dedicaron a delinear políticas estructurales que mejoraron la competitividad, y a elaborar políticas sociales que redujeron con fuerza la pobreza. El tema inflacionario fue delegado a un grupo de profesionales cuyo único objetivo era lograr la estabilidad.
Con una mirada de mediano y largo plazo, el nuevo Banco Central se dedicó a atacar la inflación en forma sistemática, con medidas profundas y duraderas, sin los trucos de antaño. El objetivo era transformar a Chile en un país "normal", con una inflación de un dígito, cercana al 3% por año.
Casi nadie recuerda que en 1990, al volver la democracia, la inflación era casi del 30%, un nivel hoy día considerado aberrante. En 1995 ya se había reducido al 8,2% y en 1999 se llegó a la meta del 3%. Desde entonces Chile ha sido uno de los países más estables de la región. Con la excepción del 2008, año en que estalló la crisis financiera global, la inflación ha estado todos los años, desde 1999, por debajo del 4,5%.
Las nuevas generaciones toman esta estabilidad como algo obvio, como si fuera el estado natural de las cosas. Pero no es así. Fue difícil de alcanzar y solo se pudo hacer gracias al cambio institucional que le dio independencia al instituto emisor.
Considérese el siguiente dato: durante medio siglo -entre 1946 y 1995- la inflación nunca estuvo por debajo del 5% anual. Más aún, solo fue de un dígito en tres oportunidades: 1960, 1961 y 1981 (5,5%, 9,6% y 9,6%). Y en todas estas ocasiones fue un logro artificial y tramposo; un logro efímero que no pudo mantenerse. De hecho, en esos tres años la inflación fue de un dígito, porque se fijó artificialmente el tipo de cambio. A los pocos meses se produjeron serias crisis cambiarias. La de 1962 puso en peligro la realización del Mundial de Fútbol, y la de 1982 resultó en penurias y en la tasa de desempleo más alta en la historia del país.
En casi todos los países donde ha cundido el populismo en los últimos años -Argentina, Bolivia, Venezue- la-, una de las primeras medidas de los líderes populistas ha sido quitarle independencia al Banco Central. Los resultados han dejado mucho que desear.
El éxito del Banco Central de Chile no se debe solamente al diseño institucional. También responde a la enorme capacidad profesional de sus líderes y funcionarios. La admiración que han suscitado es tal, que durante los últimos meses un grupo amplio y creciente de expertos y académicos internacionales abogó porque José De Gregorio, presidente del banco en el período 2007-2011, fuera nominado para dirigir el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Chile ya no tiene un milagro económico; tampoco hay una política de acuerdos. Pero aún nos queda un Banco Central independiente, profesional y dedicado. Debemos estar agradecidos y debemos protegerlo. Le debemos mucho.