No podemos comprender una vida moderna sin pensar en los materiales que estamos usando. Y creo que los biodegradables son una solución para muchos de los problemas ambientales en relación a los empaques”. La frase no es de un gurú de la sustentabilidad o un charlista famoso sobre el cambio climático. Tampoco es un eslogan. Simplemente es parte del propósito de BioElements, una startup chilena que se dedica a desarrollar envases y embalajes biodegradables en base una fuerte inversión en Investigación y Desarrollo.
Y sus números avalan que es más que una palabra de “buenismo verde”. Con casi siete años de vida, el año pasado tuvieron ventas por US$ 30 millones y este año esperan llegar a US$ 50 millones. Tienen clientes en cuatro países (Chile, Perú, Colombia y México) y acaban de abrir Estados Unidos. Trabajan con más de 55 clientes, incluyendo a los grandes retailers.
¿Cuál es su fórmula? José Ignacio Parada, CEO y fundador de esta startup responde: “Elaboramos una resina especialmente investigada en nuestro laboratorio, denominada BioE-8, que permite biodegradar los productos otorgando características renovables, para que puedan perder su masa en el medio. Exista o no la presencia de oxígeno”.
Desarrollan bolsas, films, empaques, cubiertos y vasos con estas características, evitando la acumulación en basurales, vertederos, zonas fluviales, rurales y urbanas. Sus productos pueden incluso biodegradarse en seis meses, en condiciones favorables. Pero para ser conservadores, esta startup asegura que pueden hacerlo entre 16 a 20 meses como máximo. Parada aclara desde un principio que, justamente, no han patentado su innovación porque es un secreto. “No hemos registrado la propiedad intelectual porque no queremos revelar información importante sobre los componentes que tiene nuestra fórmula. Es un secreto industrial como el de la Coca Cola”, compara.
Todo comenzó en 2014. De profesión abogado, Parada sentía que había un vacío en los nuevos materiales. No solo en los compostables, sino en los biodegradables. Fue cuando el papá de su amigo de la universidad, Juan Eduardo Joannon (ingeniero comercial), le comenzó a dar consejos de cómo desarrollar la idea. Finalmente, ambos terminaron siendo socios.
“Felicito a la Ley REP, a la nueva Estrategia Nacional de Residuos Orgánicos y a las normas chilenas, pero existen materiales que no necesitan de un manejo especial para reincorporarse al medioambiente”, indica. Comenzaron con los empaques “termocontraíbles” como los six pack de las cervezas, demostrando que eran una alternativa al plástico. Y empezaron a crecer rápidamente.
No solo la estrategia comercial fue importante. La clave era validar su investigación desde un principio. O sea, certificar el nuevo material. En Chile, el sello fue del DITUC (Universidad Católica), del IDIEM (Universidad de Chile) y de la PUCV. En el exterior, por TUV Austria, Vincotte (Bélgica), la UNAM (México) y la Universidad Agraria La Molina (Perú). Garantías que permiten su expansión a mercados internacionales y que hoy posibilitan su presencia en Perú, Colombia, México y Estados Unidos, “con la intención de abrir dos nuevos países a fin de año”, asegura el CEO de esta startup.
Otro elemento de esta fórmula fue hacer alianzas con la industria plastiquera, la que ha tenido que bajar su producción debido a un mayor rechazo de la población en torno a este tipo de material. Muchas maquinarias que antes se usaban para el plástico hoy han sido transformadas para desarrollar BioE-8. Incluso, aparte de los 42 empleados que trabajan actualmente en BioElements (sus oficinas están en la comuna de Vitacura), subcontratan cerca de 200 personas para las plantas que poseen en Chile (Lo Espejo) y México. Entre ambas producían 500 toneladas mensuales de material el 2020. Actualmente van en 700 toneladas y esperan llegar a 1.000 toneladas al mes para fines de año.
El año pasado destinaron US$ 1,8 millones a Investigación y Desarrollo y este año proyectan llegar a los US$ 3 millones, el otro ingrediente de su receta.
Pero quieren crecer más aún, por eso que ya están pensando en una ronda de inversión Serie A, organizada por Endeavor, cuyo monto fluctuaría entre los US$ 20 millones y US$ 40 millones.
La pregunta del millón es cómo un ingeniero comercial y un abogado arman una empresa que basa su negocio en el desarrollo científico. ¿Dónde está la cabeza del mundo de la ciencia? Y la respuesta la entrega Parada: “No hay una explicación lógica. Yo siempre supe que me tenía que dedicar a algo sustentable. Con Juan Eduardo buscamos especialistas en el tema para lograr el resultado que queríamos, sumado al trabajo con las universidades. Ser abogado dio la mirada a la vida real, que muchas veces no existe en la academia. Eso te demuestra que puedes no ser un experto en el tema e igual sacarlo adelante”.