Exejecutivo de VTR, expresidente de Metro y actual director de Transelec y Empresas Navieras, Blas Tomic dejó hace dos meses el directorio de Codelco, donde estuvo ocho años. Aunque es amigo de Sebastián Piñera desde pequeño, cuando ambos estudiaban en el colegio Verbo Divino -”su gobierno fracasó, pero es un fracaso honrado”, dice-, políticamente es más cercano a Ricardo Lagos, quien fue su jefe en la Cepal en los 80 y a quien apoyó desde el mundo empresarial en la campaña de 1999. La política y las empresas no le son desconocidas. Hijo del histórico dirigente DC Radomiro Tomic y ahijado de Eduardo Frei Montalva, militó en la Izquierda Cristiana durante la Unidad Popular y trabajaba en Codelco en septiembre de 1973. Tomic reivindica los últimos 30 años –”fue una transformación colosal”, enjuicia-, pero sentencia su agotamiento definitivo. Votó en las primarias del domingo, pero declina precisar en cuál de ellas. Como hombre de tradición en la centroizquierda, exmilitante del PPD, probablemente votó -a falta de la Unidad Constituyente, en la que habría participado-, en la primaria de Apruebo Dignidad. “Puedes presumir lo que quieras”, responde con misterio y una sonrisa.

Tomic considera que las propuestas de todos los candidatos, salvo Daniel Jadue, resultaban atractivas. Las de los cuatro de Chile Vamos y las de Gabriel Boric. “Todos están alineados, sinceramente en mi opinión, con la necesidad de cambios profundos respecto de la realidad actual: el alcance, la intensidad, la urgencia de eso, es distinto en todos ellos. Pero hay una cosa común en la que todos concuerdan. Y eso me parece muy bueno y alentador para Chile y da lugar para que uno esté optimista y esperanzado, lo cual no significa libre de riesgos”, explica. También propone un ideal personal, ilusorio e imposible: que Chile fuese gobernado por Gabriel Boric, Claudio Orrego e Ignacio Briones, tres políticos a los que define como honestos, transparentes y apasionados. También dialogantes y jóvenes. “La juventud es, por definición, transformadora”, sostiene este ingeniero de 71 años.

El 18 de octubre de 2019, Tomic concedió una breve entrevista para hablar del Metro y las evasiones de esos días, que criticó. Pero también deslizó otra hipótesis: existía, desde hace años, un malestar generalizado en la sociedad chilena que tenía “justificaciones objetivas”, dijo. Aquello, cree hoy, sigue vigente. Aunque le desagrada usar la terminología izquierda-derecha, porque aluden, dice, a caricaturas que no comparte -más Estado unos, más mercado otros-, a ratos en sus palabras se cuelan ambos conceptos. “La gente de derecha sostiene que el Estado es siempre un antro de corrupción, ineficiencia, derroche y, por lo tanto, hay que optar por el mercado siempre, y hay gente de izquierda para la cual el mercado es el antro del neoliberalismo, el individualismo, del abuso y de la explotación. Todas, a mi juicio, son caricaturas que tienen un sentido para el juego político de corto plazo, pero que no son adecuadas para una conversación en serio”, señala. Y agrega: “No me escandalizan ni el Estado empresario ni la rentabilidad de los negocios en el mercado. Lo que es inaceptable es el abuso y la corrupción en cualquiera de esos dos espacios”.

¿Cómo interpreta los resultados de las primarias del domingo?

-Como un gran potente consenso de la ciudadanía en torno a la necesidad de transformaciones significativas, importantes y profundas. Lo que ocurrió acá es que el famoso ciclo de los 30 años que comenzó el año 90 dio todos sus frutos y se agotó: quienes fueron responsables de los enormes éxitos de ese ciclo no se dieron cuenta que sus propios éxitos generaron nuevos desafíos, pero mantuvieron básicamente la misma receta para un contexto que era completamente diferente. Se terminaron los 30 años, los que califico como muy exitosos, con un último período no muy brillante, y ahora viene un nuevo período de 30 años que está en gestación y que espero que cristalice y cuaje tan bien como fueron los 30 años anteriores.

Usted reivindica esos 30 años…

-Absolutamente. Los años de la Concertación fueron un gigantesco cambio progresista; ahora, 30 años después, se necesita la transformación de esa transformación. La Concertación no captó a tiempo que los desafíos, por la emergencia de una gran clase media en Chile, eran distintos. Es correcto decir que la Concertación se agotó: no solo su modelo, también sus liderazgos, porque no fueron eficaces para entender lo que habían generado.

¿Hay opción de resucitar el bloque?

-Yo creo que no hay ninguna posibilidad de reeditar la Concertación. Uno podría hablar de renovarla radicalmente, pero me parece que, a nivel de los liderazgos de sus partidos políticos, el desgaste que han sufrido es tan grande, que me parece irreversible.

Es la hora de la jubilación...

- ... de esa generación, de todas maneras. Yo creo que toda la generación, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, de los últimos 30 años, alcanzó su edad de jubilación. Toda. Primero, porque ese fenómeno tiene una base biológica y es hasta instintivo. La ciudadanía no se siente cómoda asignándole una y otra vez a lo largo de décadas responsabilidades tan grandes, complejas e intensas a las mismas personas. Durante los últimos 10 años, la población chilena le dijo a todos los liderazgos: tenemos un conjunto grande de nuevos problemas, acuciantes, angustiantes incluso, y queremos que ustedes los resuelvan. Ese fue el mandato. En ese proceso de frustraciones sucesivas, que ya lleva 10 años, o 12, o 16, todas las instituciones representativas de ese orden establecido han perdido legitimidad. Todas. Los partidos políticos, el Ejecutivo, el Congreso, la Iglesia, las empresas incluso, los Carabineros, la justicia. Eso obliga realistamente a un esfuerzo de reformulación muy profundo y amplio.

Usted participó en política en sus años universitarios, militó en la Izquierda Cristiana y en el gobierno de la Unidad Popular. ¿Qué paralelos hace con esa época?

-Hay algunos paralelos a la vista, hay otros potenciales paralelos, dependiendo de cómo se gestione el período que viene. El primer paralelo es que el Chile del año 64 requería transformaciones muy profundas y eso fue lo que representó el gobierno de Eduardo Frei Montalva, que ha sido el gobierno democrático más trasformador de los últimos 100 años, y fue una transformación positiva, indispensable. Las transformaciones no son un decreto, son un proceso sumamente complejo que toma años, lleno de riesgos, que enfrenta todo tipo de adversidades y adversarios que son poderosos. Porque en todas las transformaciones hay alguien que defiende lo establecido, le tiene terror al nuevo orden que solo se conoce en el papel. El paralelo con ese período podrían ser “los 30 años” de la Concertación. Luego del gobierno de Frei Montalva surgió al poder una visión auténticamente revolucionaria: es decir, acelerar el alcance, la profundidad y la velocidad de esos cambios de una manera sustancial. El resultado de ese ímpetu revolucionario fue desastroso. Ahí hay lecciones y potenciales paralelos con el momento actual, que los liderazgos actuales, si leen bien la historia, debieran estudiar.

Tras ese gobierno Chile giró a la izquierda. ¿Ahora también?

-El gobierno de Frei Montalva fue un tremendo giro a la izquierda en el país, si seguimos utilizando el concepto de izquierda de una manera tradicional. La Concertación fue un tremendo giro a la izquierda respecto del régimen del general Pinochet, sin ninguna duda. Pero yo preferiría evitar ese tipo de calificativos. Fue un tremendo proceso de cambios profundos el que desató el gobierno del presidente Frei Montalva. Y el gobierno del presidente Allende y la Unidad Popular propuso un camino de profundización acelerada de cambios que ya estaban teniendo lugar, lo cual no es en sí mismo criticable. Lo que es criticable, creo, fue, y así lo hablaba mi padre en esos tiempos, que no se puede hacer la revolución en democracia con minoría en el Congreso y en la ciudadanía. La gran lección que dejaron esos episodios es que los procesos de transformaciones profundas, de alcance nacional, que involucran a la sociedad entera, no se pueden hacer intentando aplastar y ni siquiera excluir a ningún sector importante y poderoso de la sociedad.

¿Cómo los empresarios? ¿Los empresarios temen hoy un gobierno de izquierda?

-No creo que los empresarios vayan a ser enemigos de los cambios. Han ido cambiando su mirada y estoy seguro que la gran mayoría se va a incorporar constructivamente al nuevo contrato social. Eso fue lo que pasó a partir del año 90: tenían temor a las transformaciones que, obviamente, vendrían con la democracia y con la estrategia de crecimiento con equidad de la Concertación. Yo creo que la gobernabilidad es esencial para que funcionemos como sociedad. El mundo de los negocios, por llamarlo de alguna manera, debe aceptar de buena gana, no con resignación, sino con convicción, que estas transformaciones, en su sentido grueso, son necesarias para Chile y para ellos. No porque sean el mal menor, sino porque se justifican, porque son éticamente justificadas. Estas transformaciones se encontrarían con adversarios gigantescos si son hechas en contra del mundo de la empresa. Las empresas son el mercado en Chile y el mercado es un pilar indispensable en nuestra sociedad. El capitalismo es el modelo que existe hoy en todo el mundo, salvo en unas pocas excepciones. No le he escuchado a ningún candidato, ni siquiera a (Daniel) Jadue, decir que lo que aquí se trata es de erradicar el capitalismo.

¿La izquierda es más hostil con los empresarios?

-Acusar a todos los que tienen algo que ver con la gestión de empresas es una etiqueta retórica. Gestionar una empresa es un oficio complejo, difícil y necesario para Chile. Ser eficiente no es ser neoliberal.

¿Cuáles son las transformaciones profundas que usted espera?

-La primera es modernizar el Estado por dentro. A mí me sorprende que quienes creen -y yo soy uno de esos- que el papel del Estado tiene que ser más potente y ampliarse a ámbitos donde hoy no está, no tengan como primera línea en su programa la modernización del Estado por dentro. Modernizarlo no es decir que el Estado tendrá ahora empresas o que se hará cargo de todo lo que se ha privatizado. Eso no es modernizar el Estado, eso es darle más tareas. La primera línea de la modernización es que quienes se hagan cargo del Poder Ejecutivo, en todos sus niveles, desde el municipio hasta La Moneda, se comprometan a terminar con el clientelismo y el cuoteo, que es la mayor fuente de ineficiencia, corrupción y amiguismo. Y el clientelismo es de izquierda y derecha. No hay que idealizar el Estado: es un conjunto de instituciones manejadas por personas de carne y hueso. Y el Estado se equivoca también. La clave para que el Estado haga bien lo que debe hacer son las personas que lo gestionan. Codelco es la empresa más grande de Chile y los avances que ha vivido en los últimos 10 años han sido fenomenales, en gran medida gracias a los talentos profesionales con que cuenta. Codelco no puede ser una empresa de izquierda o de derecha. Si Codelco se politiza, jamás llegará a ser una empresa de clase mundial, como ya lo está logrando en muchos aspectos.

¿Codelco contradice la supuesta ineficiencia estatal?

-El Estado puede ser muy eficiente y muy ineficiente. Y lo que hace la diferencia es cuál es el diseño que hay detrás y cuáles son las personas que lo lideran. Yo no firmo un cheque en blanco a nadie que diga que el Estado tiene que tener un rol más poderoso y que eso por definición va a ser excelente para Chile. A mí esa declaración no me dice nada respecto de si las cosas van a andar bien o mal. Un Estado mal administrado puede ser tan abusador o ineficiente como un monopolio privado. De hecho, el Estado tiene el monopolio sobre muchos servicios públicos que funcionan mal o muy mal en los gobiernos de izquierda y en los de derecha.

En Codelco participan los trabajadores. ¿Le gusta la propuesta de Boric de obligar a los directorios a incluir trabajadores?

-La participación de dos representantes de los trabajadores en el directorio de Codelco ha funcionado bien. Han hecho aportes valiosos en diversos temas, sobre todo en los relacionados con la operación de los distintos procesos productivos y de respaldo. Lo que sería fatal para cualquier empresa es instalar un ambiente confrontacional al interior de su directorio. No sé si en Chile hemos alcanzado la cultura necesaria para evitar esa confrontación, tanto por el lado de los accionistas como de los sindicatos.

Solo mencionó la modernización del Estado. ¿Qué otros cambios imagina?

-La descentralización, sin ninguna duda. Modificar el presidencialismo, con una fórmula más horizontal. También me parecen bien los énfasis en inclusividad. Los temas de La Araucanía: ahí hay un problema insoluble si alguien pretende resolverlo para siempre y completamente, pero la situación actual es insostenible. Obviamente, la salud y la educación. El tema de los derechos sociales universales como horizonte ético me parece bien, que se recoja en la Constitución y los sucesivos gobiernos estén comprometidos a ir avanzando en esa dirección. En el programa de Boric está explicitado el concepto de gradualidad. No hay que ser maximalista ni absolutista.

¿El Estado debería volver a manejar las pensiones?

-Las AFP han cumplido bien el papel que la ley les asignó, pero están completamente deslegitimadas. ¿Cómo se explica? Porque hay otros factores que intervienen. Las pensiones en Chile son malas y es fácil en el mundo de la pequeña política tomar a las AFP como chivo expiatorio. El error es no haber modificado a tiempo la normativa que regula a las AFP y todo el sistema de cotizaciones. Me parece lógico que esté en debate como se reforma el sistema de las AFP. No llego tan lejos para decir que la mejor idea es eliminarlas, pero sí creo que el sistema no puede seguir tal cual está...

¿Es optimista o pesimista?

-Soy un esperanzado. Tengo esperanzas, pero hay riesgos muy importantes. Hay un cierto vértigo que se ha desatado en este proceso de transformaciones que hoy está comenzando y eso a veces produce que se descarrilen los procesos. En la derecha y en la izquierda, de nuevo usando esos términos que no me gustan, veo una disposición honesta a avanzar en un camino de cambios profundos. P