El reconocido economista serbio-estadounidense, Branko Milanovic, se puso en los zapatos de algunas de las figuras más relevantes de la historia de la economía y el pensamiento económico, como Adam Smith, Karl Marx, David Ricardo, Vilfredo Pareto y otros, para seguir la evolución de las ideas sobre la desigualdad a lo largo de los dos últimos siglos.
De esto trata su libro “Miradas sobre la Desigualdad: de la Revolución Industrial al final de la Guerra Fría”, el que fue elegido por los principales medios especializados del mundo como uno de los mejores de 2023, y del cual se acaba de publicar su versión en español, por la editorial Penguin Random House.
En conversación con Pulso, vía teleconferencia, el académico de la City University de New York y que ha tenido como foco de su carrera la investigación sobre la desigualdad, analiza las razones por las que hoy ese es un tema de debate crucial en el mundo, incluyendo los países desarrollados. Además, analiza cómo ve esta variable hacia adelante, en especial en medio de una mayor fragmentación política en todas partes.
¿Por qué cree que el tema de la desigualdad y la desigualdad de ingresos adquiere tanta relevancia en los últimos tiempos, en las últimas décadas?
—Se ha vuelto más relevante hasta cierto punto, porque antes simplemente no lo era. En mi libro explico por qué se estudiaba muy poco tanto en los países socialistas como en los capitalistas, es decir, esencialmente en Estados Unidos, que entonces era el país más importante para producir conocimiento económico.
Como probablemente habrás notado, destaco a América Latina, porque América Latina estaba en una situación diferente por dos razones. Primero, la cuestión de la desigualdad de ingresos era imposible de ignorar, porque la desigualdad de ingresos era muy alta, así que no podías simplemente no estudiarla. Y había bastantes economistas en América Latina que lo estudiaban, empezando, por ejemplo, por el trabajo empírico que la Cepal encargó al principio en 1950. Luego en América Latina también aparecieron los estructuralistas, y participó de manera bastante importante también en la teoría de los sistemas mundiales. Tuvo la segunda ventaja de haber, cómo decirlo, experimentado y observado que la distribución de la renta en un país determinado también puede depender de cuál sea su posición en la división mundial del trabajo. Así que estas son las dos “ventajas” que tuvo América Latina y, por lo mismo, trato a América Latina de forma diferente a Occidente, es decir, Europa Occidental y Estados Unidos, y el Este, es decir, la Unión Soviética y sus aliados.
¿La política en estas potencias no permitían estudiar la desigualdad?
—Para la Unión Soviética era muy difícil de estudiar, simplemente porque la clase capitalista desapareció, no existe tal clase, y en segundo lugar, había presiones, fuertes presiones para no estudiarla debido a la sensibilidad política del tema. En el lado occidental, sin embargo, también había presiones políticas debido al argumento de que si la Unión Soviética, con la que competía Estados Unidos, no tenía clases, Estados Unidos, por supuesto, afirmaba que ellos tampoco tenían clases y la estructura de clases en Estados Unidos siempre fue más débil que en Europa.
Además, hubo bastante prosperidad, al menos en Estados Unidos, tras la Segunda Guerra Mundial...
—Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1980 se tuvo un aumento significativo de los ingresos de la clase media en los países ricos, la creación del Estado de bienestar, la creación incluso de la autodeterminación, de la codeterminación en las empresas alemanas, lo que significa que los trabajadores tenían un papel en el proceso de producción. Y tienes el famoso acuerdo de Detroit entre los sindicatos de Estados Unidos, la United Auto Workers y el gobierno. Así que habías establecido un sistema muy cooperativo por el que los frutos del crecimiento se compartían en forma relativamente equitativa (...) Luego, a partir de los 80, eso cambió. Por un lado, se demostró que la Unión Soviética era económicamente ineficiente y, por otro lado, Reagan y Thatcher ya estaban cambiando el sistema, lo que condujo a un aumento significativo de la desigualdad.
¿Pero, volviendo a la pregunta, qué cambió en lo más reciente que se ha vuelto un tema clave?
—En primer lugar, la crisis financiera mundial (subprime) reveló en particular en Estados Unidos que la clase media en realidad no tenía los aumentos sustanciales en los ingresos que creía o, en realidad, al menos un aumento razonable de los ingresos, ya que eran simplemente capaces de pedir prestado en contra de ingresos ya estancados. Así que cuando se produjo la crisis financiera, el 1% de mayores recursos se dio cuenta que le había ido muy bien. Pero los estratos medios tenían sus casas embargadas. Tenían que pagar las deudas, que en tarjetas de crédito era más del 100% del PIB. Así que de repente lo que se reveló fue que la tasa de crecimiento de la clase media era mucho menor de lo que parecía. Y, por otro lado, se dieron cuenta de que el 1% más rico no fue castigado de ninguna manera por la crisis. Eso llevó a aumentar el interés sobre cómo llegamos a eso, y al interés en el tema de la desigualdad.
¿La globalización jugó un papel también? Considerando que muchos empleos y fábricas se movieron desde países desarrollados a otros más pobres...
-Sí, creo que jugó un papel muy interesante en la estructura de clases, porque lo que hizo, especialmente para las personas que tienen capital en Estados Unidos, fue que las empresas y los capitalistas emplearan mano de obra mucho más barata en China, lo que por supuesto fue muy bueno para China, porque estas personas obtuvieron puestos de trabajo. También transfirieron tecnología a China y esencialmente despidieron o al menos utilizaron muchos menos trabajadores estadounidenses. Además, la apertura de EE.UU. hizo posible que China continuara exportando bienes relativamente baratos, lo que a su vez significó que los salarios de los trabajadores estadounidenses que competían con estos bienes bajaron.
Y hay buenos estudios que demuestran que incluso si tu primer shock con China es tal que pierdes el trabajo y luego consigues otro, ese segundo trabajo no te va a pagar el salario que te pagaba el primer trabajo. Por lo tanto, el impacto de China sobre la mano de obra estadounidense ha sido muy significativo y ha incrementado la desigualdad de ingresos en Estados Unidos.
Si bien en EE.UU. tuvo ese efecto, en países como Chile la globalización sí ayudó a aumentar los ingresos...
—Podríamos decir que la globalización tuvo un efecto desigual, porque los países difieren en cómo se conectan con la globalización. En algunos casos, como EE.UU., se conectaron de tal manera que exportaban capital y también se deshacían de parte de la mano de obra y la reemplazaban por mano de obra más barata. En el caso de China, aumentó enormemente el PIB per cápita, pero también aumentó la desigualdad, porque China comenzó con una desigualdad muy baja, pero luego fue capaz de entrar en la globalización en condiciones diferentes y se benefició porque la globalización significó un mayor empleo de determinados trabajadores y mayores exportaciones de ciertos tipos de bienes. Chile, por ejemplo, continuó exportando, por supuesto, el cobre que exportaba antes, pero aumentó la producción de muchos otros bienes, incluido el vino, por ejemplo, que comenzó a exportarse mucho más con la globalización.
Usted en el libro señala que Francia en la época de la Revolución Francesa tenía una desigualdad similar a la que se ve hoy en países como Brasil y Colombia. ¿El problema de América Latina no es entonces respecto de la etapa en la que estamos en nuestro proceso de desarrollo?
-Es una buena pregunta. Creo que en realidad la gente ha argumentado que hay elementos estructurales en la desigualdad latinoamericana. Hasta donde conozco la literatura, hay dos elementos estructurales que se mencionan. Uno, el elemento estructural debido al colonialismo español que creó en muchos países sociedades de dos niveles entre los indígenas y los que son españoles o los que son medio españoles, etcétera. Esto, por supuesto, no se aplica a todas las sociedades, porque algunas de ellas tienen realmente muy pocos indígenas, pero podría aplicarse a sociedades como Perú, Bolivia y Paraguay. Pero luego hay otra explicación estructural sobre la que he leído y que tiene que ver con la forma en que América Latina se incorporó a la primera globalización, a la que América Latina se incorporó como productor agrícola y que, en consecuencia, esa globalización llevó a una especialización en la producción de bienes que se vieron favorecidos por la existencia de grandes terratenientes y eso también contribuyó a la desigualdad.
En un mundo tan fragmentado y en el que vemos una mayor polarización política dentro de los países, ¿hay margen para seguir pensando en combatir la desigualdad?
—Es una pregunta complicada, porque la polarización o la alta desigualdad hacen que la necesidad de luchar contra la desigualdad sea más apremiante. Pero si el poder político refleja la desigualdad económica, es decir, si los ricos controlan el proceso político, es evidente que las medidas redistributivas serán más difíciles de aplicar. Sin embargo, no soy del todo pesimista. La acción política y social puede cambiar las cosas como en el pasado. Pero el requisito previo para el cambio es saber cuál es la situación actual y este es uno de los papeles de los economistas.
En el mismo sentido, ¿cuál es el futuro de la desigualdad? ¿Cree que seguirá aumentando a nivel mundial o empezará a disminuir, al menos en algunas regiones?
—La desigualdad global, definida como la desigualdad de ingresos entre todos los ciudadanos del mundo, ha ido disminuyendo desde mediados de los años 80. Esto se ha conseguido gracias a las altas tasas de crecimiento de China, India, Vietnam y el resto de Asia. Pero que la desigualdad mundial siga bajando en el siglo XXI dependerá cada vez más de que los grandes países africanos puedan crecer a tasas significativamente superiores a la media mundial. Hasta ahora la experiencia ha sido decepcionante. África es cada vez más pobre con respecto al resto del mundo y, como además es el único continente con un fuerte crecimiento demográfico en las próximas décadas, gran parte de lo que ocurra con la desigualdad mundial dependerá del crecimiento de grandes países africanos como Nigeria, Etiopía, Egipto, Sudán o el Congo.