El término “crowdfunding” es muy familiar para quienes se mueven en el ecosistema de las startups, pero para los que no, puede que sea algo críptico. Este mecanismo colaborativo de financiación de proyectos y que utiliza las tecnologías de la información es, justamente, a lo que se dedica Broota, que en mayo pasado cumplió diez años de vida.

Aunque le iba bastante bien como socio de una empresa de servicios informáticos, a sus 30 años el ingeniero civil industrial José Antonio Berríos quería hacer una pausa y algo diferente. El 2011 postuló a un voluntariado en el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS, por sus siglas en inglés) y fue seleccionado para participar en el noreste del Congo (África). Específicamente en Masisi, Kivu del Norte, zona que atraviesa una serie de conflictos, desde los tribales hasta los relacionados con las guerrillas, pasando también por temas religiosos. Casi no había telecomunicaciones, medios de transporte y menos energía eléctrica pública. Las calles eran de barro. La misión del equipo en que se encontraba Berríos era construir escuelas secundarias. “Pero era algo muy precario. Un profesor enseñando a un puñado de alumnos. Sin libros ni infraestructura. Nosotros construíamos sin fijarnos en la tribu o religión. El objetivo es que jóvenes y niños se empoderaran con conocimiento para que no entraran a la guerrilla”, cuenta Berríos.

Fue cuando surgió el desafío de organizar un torneo de fútbol de jóvenes de secundaria. Capacitaron a un profesor y un alumno para organizarlo, quienes recorrieron las diferentes tribus durante los partidos. Llevaban los resultados anotados en una hoja de un cerro a otro, pasando por los bosques, la neblina y terrenos inundados. Lograron que jugaran 1.080 personas en 52 equipos. “Fue una experiencia increíble sobre cómo las personas pueden dejar sus diferencias cuando hay algo en común. Dejaron de lado sus machetes y la violencia para alinearse. Fue algo que me marcó”, recuerda el chileno.

¿Qué pasaría si se utiliza el mismo concepto colaborativo para que privados financien a privados, en vez de las herramientas más tradicionales como la banca?, se preguntó Berríos más tarde en Chile, tomando lo que vivió en el Congo. Además, en su propia empresa vivía en carne propia lo difícil que era conseguir créditos, a pesar de tener buenos números. El primer estudio de abogados al que le consultó por este modelo le dijo que no se podía hacer en Chile. Pero la respuesta de una segunda firma, Carey & Allende, fue positiva y les ayudaron con la figura, ya que no existía regulación al respecto. “No le pisábamos la cola a nadie (como a los bancos) y generábamos impacto”, dice Berríos. “Un día entró a mi oficina Gonzalo Muñoz (el fundador de TriCiclos y Champion de la COP 25), que trabajaba en una compañía a la que prestábamos servicios informáticos. De pronto se pone hablar de cómo el creía que debía ser una empresa. Del impacto positivo. Algo que me dio vuelta la cabeza y comulgaba con lo que yo pensaba. Por eso que cuando partimos, lo hicimos junto con Sistema B, donde nos certificamos. Así, tomamos la decisión de financiar empresas que tengan impacto positivo”, dice Berríos.

Hace una década...

Diez años atrás, en 2013, se lanzó la plataforma online, sin una estrategia de marketing. Simplemente era una página invitando a cualquier persona a invertir en startups, dejando su nombre y correo electrónico. Cerca de dos mil personas se interesaron. Las primeras empresas que financiaron fue Guayacán (cervezas) y TrabajaConmigo, la cual después cerró.

El 2014 necesitaban un contador y publicaron la oferta en Twitter. Fue cuando llegó el ingeniero comercial Federico Iriberry, quien además había formado una incubadora y conocía muy bien el ecosistema de startups. Terminó siendo socio y actual CEO de Broota. Además de su cara visible.

“Teníamos cinco supuestos fundamentales. Si funcionaban, sabíamos que lograríamos el modelo de negocio a largo plazo. El primero era que las empresas estuviesen dispuestas a mostrar sus números, a desabrocharse la bata. Luego, que los inversionistas pusieran plata en una plataforma sin ninguna esperanza de cuando retirarían el capital. El tercero es generar un impacto positivo. Luego estaba el objetivo de construir valor económico, ya que esto no es una fundación. Y el último supuesto es que, aparte de construir valor, el modelo debía ser muy atractivo en términos de rentabilidad”, dice Berríos, quien siente que los tres primeros se cumplieron rápido, pero los dos últimos tardaron casi nueve años.

El modelo de Broota permite que cualquier persona (inversionista) pueda aportar con capital en una o más startups del portafolio, desde los $500.000, con el compromiso de recibir una participación en etapas tempranas y ayudar así a construir las empresas del futuro. Cada empresa tiene definido un monto, que parte en los $ 100 millones, así como el plazo. Deben constituirse o tener su matriz en Chile, contar con al menos dos fundadores 100% dedicados y con el control de la compañía, entre otros elementos. “Somos exigentes porque deben ser startups con impacto positivo, con tracción creciente, con equipos bien conformados y con modelos de negocio innovadores”, agrega el CEO de una firma que es más una fintech que un crowdfunding.

Broota realiza, en primer lugar, una evaluación a la startup para ver cuál debería ser su valorización, lo que tiene un cobro de $ 1,5 millones, que incluye un mini due diligence y otros elementos. “Si el resultado es que no es beneficiosa para los posibles inversionistas, no pasa a la siguiente etapa y se queda con la evaluación. Pero si está calificada y nos ponemos de acuerdo en su valorización, pasa a una etapa de financiamiento en la plataforma, donde debe invitar a su entorno cercano para que inviertan. Si recauda el 30% de la ronda o al menos $200 millones, logró claramente una confianza transitiva y así, avanza a una campaña pública, donde existen cerca de 14 mil inversionistas. Si llega a la meta, nosotros nos encargamos de hacer todo el tema legal, emitir las acciones, recaudar el capital y que la personas firmen, entre otros elementos”, explica Iriberry.

En una década, Broota ha permitido que más de 3.800 personas hayan podido financiar a 65 rondas por más de $ 23 mil millones a startups como Karün, Algramo, BabyTuto (una de las más famosas luego de su compra por Walmart), Khipu, Pago Fácil, LOMI, Freemet, Socialab, Buydepa, The Wild Foods, FarmaLoop, Datascope, Amplifica, Time Jobs, GoodMeal, Ecoterra y Poliglota. El promedio de inversión es de $5 millones. En 2022 se financiaron exitosamente diez startups por más de $8.200 millones.

Justo ahora en junio, Broota abrió ventana para que startups con impacto postulen a levantar capital a través de su plataforma. “Ha sido un bullado año 2023, en donde existe cierta incertidumbre sobre levantamientos de capital para startups; no obstante, desde Broota creemos que será un año que presentará grandes oportunidades no sólo para las startups, sino para quienes invierten en ellas”, concluye Iriberry.