Treinta años han pasado desde el plebiscito del Sí y el No. Un buen momento para un balance económico. El país es otro. De ser una economía del montón en la región, pasó a liderar, con avances en materias macro y sociales nunca vistas. Los logros del cuestionado modelo chileno están a la vista.
El principal logro social -e impresiona más- es la fuerte reducción de la pobreza. Midiendo con la metodología actual, la tasa de pobreza en 1990 era de 68%. En cambio, según la Casen 2017, el año pasado llegó a 8,6%, mientras la pobreza extrema alcanzó sólo un 2,3%.
Chile tiene el mayor PIB per cápita del subcontinente, luego de que multiplicó por cinco. El país ha crecido más que el mundo y que la región en estos 30 años.
El control de la inflación es igual de relevante. El fantasma de la hiperinflación aún estaba vivo, pero se logró manejar. Hoy fluctúa en tornos a 3%. Los dos dígitos quedaron atrás.
La clave fue la adopción y mejora de las bases para el desarrollo que se iniciaron años antes del plebiscito. En vez de eliminarse, se consolidaron en los años siguientes de democracia, gracias a la mantención de estos pilares, en lo fiscal, monetario y en su carácter pro mercado.
Disciplina fiscal, autonomía del Banco Central, inserción mundial con acuerdos comerciales, rebaja unilateral de aranceles, apertura de flujos de capitales, mejoras al sistema de pensiones, mayor acceso a educación. Esta fue la fórmula del éxito de Chile.
Un punto que merece ser relevado es lo realizado en el Banco Central, cuya autonomía fue fijada por ley en octubre de 1989. El BC inició en 1990 la aplicación de un sistema parcial de metas de inflación, el que se profundizó en 1999 con la flotación cambiaria y se pasó completamente a un marco basado en metas. En esto radica el éxito del control de la inflación, siendo fundamental la credibilidad de la institucionalidad.
Son 30 años de la confirmación del modelo chileno que, si bien se debe seguir perfeccionando, ha demostrado ser exitoso.