Sin duda, después de la gran crisis que está más fresca en la memoria, al menos de los mayores de 40 años, es la gran crisis de la deuda de principios de los 80 en Chile.
Esa crisis fue la peor desde la década de los 30, con el PIB cayendo un 11% en 1982 y un 5% en 1983 (según cifras empalmadas por el Banco Central, aunque en ese momento se reportó una baja del 14% en el 82). Esto, en medio de una política de tipo de cambio nominal fijo, mientras la cuenta corriente mostraba déficits cada vez mayores. Además, el promedio anual de quiebras de empresas pasó de 277 en el período 75-81, a 810 solo en 1982, de acuerdo al texto de Meller, que agrega que “la verdadera situación de angustia financiera se disfrazó mediante continuos préstamos bancarios a clientes insolventes (principalmente empresas relacionadas o asociadas a los propietarios de los bancos)”, lo que finalmente explotó en 1983, cuando el gobierno liquidó tres bancos, intervino cinco y el BC ofreció grandes créditos al resto, para salvarlos.
El decano de la Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política de la Universidad Católica, Patricio Bernedo, recuerda que “en la crisis del 82 en Chile se mezcló la irresponsabilidad y el descontrol en las decisiones de grupos económicos ligados al sector financiero, con un importante deterioro del escenario internacional, que implicó el aumento del precio del petróleo, una fuerte caída del precio del cobre, un brusco aumento de las tasas de interés internacionales y el tener que asumir el manejo de una pesada deuda externa, que en gran proporción había sido contratada por el sector privado, con tasas de interés flotantes. El PIB cayó en torno a un 14% y el desempleo aumentó a cerca de un 24%” (otros datos del BC sitúan el desempleo en 19,6%).
Como resultado de lo anterior, y “en contra de los predicamentos que dominaban el pensamiento económico de la época, el Estado aumentó los controles sobre los bancos y las empresas; generó empleos de emergencia (Programa de Empleo Mínimo (PEM) y Programa de Ocupación para Jefes de Hogar (POJH), intervino el mercado cambiario y las tasas de interés, y fomentó la diversificación de las exportaciones, entre otras medidas. Que el Estado adquiera más presencia, poder y control en la economía es un rasgo característico en la gran mayoría de las crisis económicas, porque pasa a ser el motor, al menos temporalmente, para revitalizar el crecimiento económico”, afirma el historiador UC.
Con estos antecedentes, Escobar indica que en el escenario actual “los plazos de reacción se acaban y se hace necesario un apoyo importante de liquidez que va mucho más allá de retrasar el pago de impuestos, o de evitar el pago de sueldos con cargo al seguro de cesantía. El pago de las cuotas de créditos de todo tipo se puede transformar en una guillotina para todos (personas y empresas) quienes han perdido sus fuentes de ingresos por la crisis. La velocidad de reacción para evitar colapsos de empresas y para tomar medidas que faciliten realizar consumo de manera segura es crítica. Si no se hace nada rápido, esta crisis que partió con condiciones de origen distintas que las de la recesión de 1980, puede terminar peor”.
Riveros añade que hoy “el foco debe estar en la parte social, incluyendo a sostener el empleo, a proteger los ingresos, apoyar a la mediana y pequeña empresa y, por qué no, proceder al salvataje de empresas estratégicas para el país (como Latam), adquiriendo parte de la propiedad. Es crucial que el país apoye su institucionalidad, que es lo que permitirá fundar una recuperación y evitar que esta crisis se prolongue en el tiempo”.
“Una lección importante, que aparece en casi todas las crisis económicas, es el pragmatismo en las decisiones que se van tomando; es dejar de lado, en muchos casos, los paradigmas que te guiaban para tomar otro rumbo, aunque sea temporalmente”, puntualiza Bernedo, y agrega que “otra lección que se debe tener muy en cuenta es que las grandes crisis económicas suelen generar grandes impactos en la política: Hitler surgió en medio de los coletazos de la Gran Depresión; en Chile cayó Carlos Ibáñez seguido de un año de alta inestabilidad política; la crisis de 1982 fue seguida por las denominadas “protestas” contra la dictadura militar, que duraron varios años”.