El preacuerdo entre Codelco y SQM ha suscitado un amplio debate sobre su conveniencia, comparado a una licitación competitiva. Más allá de esa importante discusión, quizás la arista más valiosa sea la de contribuir a enterrar el discurso “antiextractivista”. Ese que, por años, y a un elevado costo, parte de la izquierda que hoy celebra el acuerdo, ayer enarboló. Dejar atrás ese eslogan pueril es condición necesaria para aspirar a un pacto de desarrollo de largo plazo anclado en recursos naturales en que tenemos ventaja comparativa y que la transición energética demanda. Un rayado de cancha con condiciones atractivas y estables que aceleren las millonarias inversiones privadas que se requiere y que el crecimiento de largo plazo clama.
En efecto, uno de los eslóganes de moda de los últimos años fue el “antiextractivismo”. Todo lo que sonara a minería, metálica y no metálica, bosques o recursos naturales en general, era visto como la antítesis del desarrollo. El summum lo conocimos en la refundacional primera Convención Constitucional, de la mano, además, de disparates como el “decrecimiento”. El preacuerdo Codelco-SQM, probablemente por la guitarra del pragmatismo de millonarios ingresos fiscales, significa la renuncia discursiva de cierta izquierda a esa bandera que ayer flameaba.
Un correlato del “antiextractivismo” es el mito del valor agregado. Otra idea para la galería, pero con escasa sustancia y a la que Paul Krugman denominó “internacionalismo pop”. Según esa errada visión, el camino al desarrollo supondría dejara atrás el “extractivismo” en favor de sectores de “alto valor agregado”. Dicen que la historia no se repite, pero rima. Y lo cierto es que el nuevo mito del valor agregado no es distinto de la sesentera idea que, a punta de distorsiones, forzó el desarrollo de una industria nacional de “alto valor”, aunque al costo de destruir valor en lugar de crearlo.
Esa mirada ignora que aprovechar nuestras ventajas comparativas agrega valor y puede apalancar desarrollo tecnológico. El cobre a cientos de metro bajo tierra vale cero. Usar sofisticada tecnología para extraerlo, tal cual lo hace el propio Codelco, agrega enorme valor. El litio tampoco aflora espontáneamente. De ahí la asociación de Codelco con quienes saben. Y si de modelos a emular se trata, países como Nueva Zelanda o Australia se han desarrollado apalancados en sus recursos naturales y no renunciando o avergonzándose de ellos.
Hoy la transición energética, principal transformación desde la revolución industrial, demanda los recursos naturales en que tenemos ventajas. El combate contra el cambio climático así lo requiere. Estamos frente a una oportunidad histórica y la pregunta es si queremos tomarla.
Tomar la oportunidad supone dejar atrás el discurso “antiextractivista” y del internacionalismo pop. Es condición necesaria (aunque no suficiente) para una estrategia de largo plazo, ambiciosa en metas de aumento de producción en los sectores que la transición energética reclama. Decir sin complejos: más y mejor minería metálica y no metálica, más hidrógeno verde; más sector forestal que abate CO2 y sustituye materiales con mayor huella de carbono. Por supuesto, todo esto puede y debe hacerse bajo altos estándares ambientales. No hay incompatibilidad, como erróneamente algunos creen. Y también potenciando el desarrollo de cadenas de valor.
Este es parte del diagnóstico que hicimos en la comisión Marfán. Nuestra producción de cobre ha caído más de 10% en la última década. También hemos perdido protagonismo en la industria del litio y, luego del preacuerdo Codelco-SQM, cuesta entender que no se apueste por concesionar, tal cual ocurre en la minería metálica y en los países líderes en litio. La incipiente y promisoria industria del hidrógeno verde requiere acelerarse con marcos de inversión claros, atractivos y plazos de tramitación razonables.
La agenda de permisos del gobierno es un paso en la dirección correcta. Pero se requiere mucho más. Se requiere ambición. Pensar en grande. En aras de un acuerdo país y un marco de estabilidad e incentivos que aceleren las millonarias inversiones privadas en recursos naturales que el mundo demanda y que pueden allegar gran riqueza y desarrollo a nuestro país. La estrategia de minerales críticos de Canadá o Australia, son modelos que bien haríamos en emular.
Pero nada de esto será posible mientras se mantenga el eslogan “antiextractivista”. Por eso el preacuerdo Codelco-SQM es tan importante como señal de abandono, por parte de un sector político, de una consigna tan costosa como pueril. Y que ese cambio sea sincero y permanente, sería una gran noticia para Chile.