La semana pasada me quedó en la mente una imagen: entrar al camarín del gimnasio a las 8 a.m. y ver un grupo de traders de una importante corredora, pegados a sus teléfonos. Les pregunto:
-¿Qué pasa?
-Es lunes negro me dicen. Japón cayó 12% y todo se está derrumbando.
-¿Están vendiendo?
-¡COMPRANDO!!!!
Bueno, era una apuesta arriesgada. Ese día el Nasdaq terminó cayendo cerca del 4% y todos comenzaron a hablar de la crisis que venía. Pero, de a poco la cosa cambió y al cierre del viernes terminó con una ganancia del 6%. Es decir, había que comprar el lunes y vender el viernes.
Explicar lo que pasó no es fácil, porque las bolsas son el termómetro de la economía: advierten la fiebre y no las causas. Y frente a este cuadro febril que vivimos el lunes, había básicamente dos opciones: un ajuste de precios o un ajuste más una recesión.
Y en esto, el punto a aclarar es el siguiente: si bien todas las recesiones vienen precedidas por una fuerte caída en la bolsa; no siempre una caída bursátil se transforma en recesión.
Dos ejemplos recientes de esto son las crisis de 1987 y 2008.
La crisis del año 1987 partió cuando Wall Street cayó 20% en un día. Ahí nació el nombre lunes negro. El mundo parecía que se iba a acabar, las acciones no paraban de bajar, pero al cabo de un tiempo quedó claro que el problema estaba encapsulado en el mercado bursátil. Es decir, fue una corrección en el precio de los activos, el precio de las acciones, pero que no afectó en el resto de la economía.
Por el contrario, la crisis del 2008, la llamada subprime, también partió con una fuerte caída en el precio de las acciones, pero prontamente develó una crisis financiera de proporciones, la que terminó a arrastrando las economías de todo el mundo. Es decir, en ese momento el mercado -el termómetro- fue el que avisó de un problema mayor en la economía real.
La pregunta, ¿qué es lo que nos quiere decir el mercado ahora?
Por una parte, hay muchas razones para pesar que hoy estamos en un ajuste tipo 1987, es decir, de un ajuste de precios. Coincidencias hay. En ese año, el S&P había subido un 36% en los ocho meses previo al lunes negro, muy parecido al 33% que registra este año. Segundo, porque el ritmo de crecimiento de algunas acciones, especialmente las tecnológicas, ha crecido en forma abismante en el último tiempo.
Partiendo por las llamadas siete magníficas, grupo que considera a Apple, Microsoft, Nvidia, Alphabet, Tesla, Meta y Amazon. Las tres primeras alcanzaron este año algo que parecía imposible: una valoración de sobre 3 billones. Es decir, juntas llegaron a costar más que el producto anual combinado de Alemania y Japón.
Ahora, este ajuste de precios queda claro cuando uno mira los precios en el último mes, donde el Nasdaq ha caído un 10%. Y en algunas de las empresas la cosa es brutal. Las acciones de Nvidia han bajado un 20%, mientras Amazon un 16% y Alphabet un 15%. Para qué hablar de Tesla cuyo valor es un 24% menor que hace 30 días.
¿Es lógico este ajuste? Lo que sabemos es que para justificar las valoraciones que han alcanzado algunas de estas compañías, más de 3 billones de dólares, necesitan mostrar resultados extraordinarios. No buenos, extraordinarios. Y eso no pasó. Porque cuando las magníficas comenzaron a entregar sus resultados del segundo trimestre, el mercado dio su sentencia: son buenos, pero no extraordinarios. Cuando eso pasa, la respuesta es siempre: hay que ajustar los precios. Así fueron cayendo todas en cadena.
Ahora dado el peso que tienen estas empresas gigantes en el índice Nasdaq y que, además son responsables de casi toda la rentabilidad que tiene en el año, las caídas hicieron aumentar en forma exponencial la tensión del mercado, porque todos están esperando cualquier señal para salir arrancando, es decir, vender. Y no llegó una señal, sino tres. Un dato malo en el índice de empleo en Estados Unidos. La noticia de que Warren Buffett había vendido la mitad de sus acciones Apple. Tercero el alza de las tasas de interés en Japón. Resultado: lunes negro.
¿Por qué no sería una recesión? Bueno, la mejor frase de la semana fue del Wall Street Journal: una recesión no es un interruptor que se prende o se apaga arbitrariamente; es un proceso. Y agrega que, si la explicación para todo el pánico es el dato de desempleo de julio, es un error: primero porque ya está internalizado. Segundo, porque la tasa de desempleo nunca ha sido un indicador de que viene una recesión.
En conclusión, esto parece ser sólo un ajuste de precios, lo que no sólo es lo menos dañino, sino también conveniente, porque así se evita que exploten de una vez grandes burbujas especulativas. Sería, entonces, una corrección sana. Hasta ahora.