Columna de Francisco Pérez Mackenna: ¿Globalización en riesgo?
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“La alta dependencia de la economía chilena a la apertura comercial hace necesario mantener abiertas las puertas a través de los tratados de libre comercio. Esto requerirá de mucha prudencia y de gran destreza negociadora para sortear el viento en contra que se ha levantado en diferentes latitudes”.
Primero fueron México, Canadá y China. Luego el acero y el aluminio. El número mágico para los aranceles que están por venir parece ser 25%. Desde su llegada a la Casa Blanca, la administración de Donald Trump ha puesto rápidamente en marcha su plan para “Make America Great Again”. Pero, ¿por qué con aranceles a ciertos países y productos?
Lo que aparece como motivación para México y Canadá es una estrategia para frenar la inmigración ilegal y el tráfico de estupefacientes. Para China, la lista de motivos incluiría el no respeto a la propiedad intelectual, prácticas desleales en el comercio a través de subsidios y la política cambiaria, temas de seguridad nacional y un largo etcétera que de seguro considera el déficit comercial bilateral. ¿Y qué hay con el acero y el aluminio? Probablemente sea sólo una de las armas negociadoras de la nueva administración estadounidense, pero sin duda es un camino de alto riesgo.
En 1936 Abba Lerner publicó su “Teorema de la simetría”, según el cual una tarifa a la importación produce, en el comercio internacional, el mismo efecto que un impuesto a las exportaciones, ya que el costo de tener que producir lo que se deja de importar está dado por los bienes que ya no requieren ser manufacturados para su exportación, actividad donde están las ventajas comparativas de las naciones. En otras palabras, los aranceles funcionan como un impuesto al comercio.
El momento en que Lerner publicó su teorema no es trivial. La historia da cuenta de que el período entre las dos guerras mundiales del siglo XX fue una de las épocas de mayor reversión de la globalización, y las exportaciones de bienes como porcentaje del PIB mundial cayeron a niveles similares a los observados a mediados del siglo XIX. En ese momento, Estados Unidos tuvo un rol protagónico en el desplome de los volúmenes, primero con un alza de tarifas orientada a la recaudación al terminar la Primera Guerra Mundial, y luego, en 1930, con la reforma tarifaria con énfasis proteccionista de Smoot-Hawley.
A medida que el proteccionismo de los años 30 fue revirtiéndose y el comercio global se fue recuperando, la economía mundial comenzó su más notable época de prosperidad que la historia de la humanidad haya conocido. Durante la segunda mitad del siglo pasado el PIB mundial creció al 4% al año (con las economías en vías de desarrollo creciendo a igual tasa que las desarrolladas) y una expansión del comercio al doble de esa tasa. Ese nivel de desarrollo permitió quintuplicar el PIB per cápita a nivel global.
La globalización es una tendencia que ha acompañado a la humanidad desde sus inicios, pero que hoy nuevamente está en cuestionamiento. Desde Marco Polo, hace más de siete siglos como nos recordaba mi profesor de comercio internacional Michael Mussa, la integración económica ha venido avanzando a ritmo creciente. Mussa fundaba la fuerza de la globalización en tres razones: 1) los avances en el transporte y las comunicaciones; 2) las políticas públicas prointegración; y 3) las preferencias o gustos de las personas y las sociedades que se han favorecido de las mejoras en tecnología y del aumento del intercambio entre naciones.
Es justamente en este tercer factor donde encontramos la clave para entender el real potencial de éxito de las fuerzas que empujan la globalización hacia la retirada. Entender por qué los “espíritus animales”, como los denominó Keynes, pueden estar cambiando su visión sobre el comercio global es clave para proyectar su alcance y efectos en el tiempo, pues un gobierno de solo cuatro años, como el de Trump, jamás podría lograr efectos significativos en la reasignación de recursos a través de mayor proteccionismo si es que las personas pensaran que cuando termine su período todo volverá a ser como antes. Nadie reubica una planta productiva con un horizonte de solo 4 años, por ejemplo.
Entre los elementos que sin duda alimentan discursos y políticas proteccionistas encontramos el aumento de la participación de los servicios por sobre los bienes en el PIB de los países industrializados, que pudo generar la falsa sensación de que sus economías son menos dependientes del comercio; la falta de reciprocidad hacia la libertad de comercio y emprendimiento que los EE.UU. ha ofrecido; la vulnerabilidad que evidenció la pandemia respecto a la dependencia de productos esenciales; y las tensiones geopolíticas por la hegemonía global.
En este contexto, la alta dependencia de la economía chilena a la apertura comercial hace necesario mantener abiertas las puertas a través de los tratados de libre comercio. Esto requerirá de mucha prudencia y de gran destreza negociadora para sortear el viento en contra que se ha levantado en diferentes latitudes.
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