“El comienzo de todo gran edificio es una sola piedra”, Anónimo.
En su libro “The Chile Project”, que narra el ascenso y caída del neoliberalismo, Sebastián Edwards relata la insólita importancia de un modesto librito, del cual se imprimieron sólo 25 copias, en el desarrollo de Chile. “El Ladrillo” se le llamó debido al peso de sus páginas mimeografiadas. En realidad, no fue un libro, sino un documento de trabajo, escrito en 1972 a varias manos por un grupo de economistas que iban desde la DC hasta la derecha. Nadie podía adivinar que ese sencillo documento transformaría el país. Cada capítulo se refería a distintos aspectos: Mercado de capitales, Comercio internacional, Políticas sociales, Impuestos etc. Ahí estaban las ideas que serían la génesis, el ADN original, de lo que terminaría siendo, en democracia, el rally más espectacular de progreso en la historia de Chile y Latinoamérica: Los 30 años.
En rigor, fueron menos de 3 décadas. Porque llevamos ya 10 años de decadencia. A contar de 2014 se pinchó el modelo con medidas que fueron aplastando la economía más exitosa de la región. Lo que iba a pasar fue escrito en su debido tiempo. Todo se ha dado con precisión matemática. No había que ser ningún genio. Si administración tras administración se tomaron decisiones que acumularon costos, incertidumbres, regulaciones y dificultades a quienes invierten y emprenden, el resultado no podía ser otro que el estancamiento primero y la desesperanza general después. Ya llegamos a destino. Quienes nos gobiernan se comportaron como un niño que alega y reclama por toda la comida que le traen. Ahora que los hicieron cargo de la cocina, no saben qué hacer. Afortunadamente no lograron causar todo el daño que anunciaron. Ni siquiera podrán empujar su deslavado programa de 2º tiempo, por razones muy diferentes a “la oposición brutal” que alegan y que no ha existido. Contrario a sensus a las tesis de Winter, sus propuestas de Reforma tributaria y sobre todo Reforma previsional no avanzarán, porque no resuelven el problema y están contra las aspiraciones y preferencias de la mayoría.
El giro a la izquierda dura ha tenido consecuencias graves. Los costos los estamos pagando todos. Pero ese ciclo está llegando a su fin. Llegó la hora de ponerse a trabajar en un futuro mejor para Chile. Un nuevo set de convicciones, que luego se transformen en carta de navegación de largo plazo en base a ideas liberales que han generado países exitosos como Australia o Nueva Zelandia. En términos del Modelo del Estado y su relación con las personas, tenemos que volver a las políticas públicas pensadas desde los incentivos que generan, no desde sus intenciones. Hay que revalorizar el rol de la tecnocracia. El Estado debe ser eficiente y rendir cuentas a los ciudadanos, no transformarse en caja pagadora ni agencia de empleos. Hay que medir cuánto de cada millón de pesos en impuestos llega de vuelta a los ciudadanos y cuánto se queda en los vericuetos del Estado. Se deben focalizar los recursos en quienes más lo necesitan y no en quienes más presionan.
En términos de desarrollo del capital humano, tenemos que revalorizar la meritocracia y el esfuerzo individual. Poner la movilidad social como objetivo central de las políticas públicas. Invertir en educación temprana en lugar de comprar apoyo político con perdonazos para los universitarios. Gastar mucho en educación pública con modelos bien pensados, replicando los colegios exitosos en lugar de destruirlos. Solucionar el tema de las pensiones con un pilar solidario pagado con impuestos generales y no con el ahorro adicional de la clase media. Generando un sistema de salud público eficiente, que compita con el privado y al que se le premie si entrega buenos servicios. Por el lado económico, poner el crecimiento en el centro. Agrandar la torta es la única forma de progresar sin límites. Simplificar los impuestos y los procesos de inversión. Aprovechar el momento histórico para nuestra minería, valorando su rol en el desarrollo de Chile y la descarbonización del mundo. Recordar que el capital, tanto local como extranjero, tiene decenas de miles de alternativas hacia donde partir. Somos la última estación del mundo. Nadie invierte por patriotismo si no hay retorno ni seguridad, si los ricos son vistos como una piñata a la que exprimir y golpear sin pudor ni remordimiento. Tener en cuenta lo frágil del mercado de capitales y cómo su buen funcionamiento beneficia a todos.
En términos políticos, recuperar la amistad cívica. Aceptar que el debate mejora la calidad de las decisiones y que todos están convocados a aportar. Lo más importante, aislar a los que no creen en la democracia y validan la violencia. Los que quieren jugar con trampa son el germen que destruyen la democracia. Pasó el tiempo de los lamentos. Hay que ponerse en acción. Los albañiles lo saben: hay que partir por la primera piedra. O más bien, por un humilde primer ladrillo. Podría ser, quien sabe, el comienzo de algo grande.