“Si la ilusión es real, deja que (los buenos tiempos) te lleven. Si tienen el atractivo del trueno, deja que estén de tu lado”, Good Times Roll, The Cars (1978). Justo con el comienzo del otoño, el sol parece alumbrar con un poco más de fuerza nuestro sombrío panorama económico. El ministro Marcel, de rostro invariablemente adusto e impenetrable, anuncia las buenas nuevas respaldado por cifras mejores. Con un 0,25% de crecimiento en 2023, esquivó por centímetros el iceberg de la recesión. A eso se sumó el Imacec de 4,5% para febrero, ayudado por el año bisiesto, pero igualmente sorprendente. Todo esto ha dado nuevas ínfulas a su gestión. El viento sopla a favor: el cobre roza los US$4,35, las tasas ceden lentamente y este año creceríamos entre 2% y 3%. Esto entusiasma a algunos y levanta las cejas de otros. En tiempos pretéritos estas cifras habrían prendido todas las alarmas. Son la mitad de lo que solían ser. Yo comenté en Twitter que hace 10 años, cuando Chile crecía al 6%, el 0,25% de todo el 2023 lo crecíamos en dos semanas. Varios me contestaron que era mentira, que nunca tuvimos crecimientos de 5% o 6% anual. Eso me pareció aterrador. ¡Ya los más jóvenes no se acuerdan de lo que fuimos! Es como que les hablen de Balmaceda. No conocerán jamás el país que pasó del grupo de los colistas, a ser líder en todas las métricas en América Latina.
Pero la cosa es lo que es. Nuevo escenario. Y hay que contrastarlo con las expectativas iniciales que se tenían de este gobierno. Lo que anunció en su programa y planificó desde “La Moneda Chica” para tomarse el poder con el fervor del converso: tumba del neoliberalismo, “meterle inestabilidad al sistema”, subida de impuestos de 8% del PIB, Empresa Nacional del Litio, cuentas nocionales y el sistema de reparto, pago del CAE y la deuda histórica. Todo esto remachado por la propuesta constitucional de la Convención: antimoderna, antiglobal, antitecnología, anticrecimiento y con un aterrador tufo antidemocrático. Un recocido cavernario de todas las ideas fracasadas y por fracasar que habrían reventado hasta la economía mejor manejada del mundo.
Nada se pudo concretar. ¡Cómo ha cambiado la cosa! Por culpa del Congreso, de la oposición, del 62%, de los poderes fácticos, de Craig y Narbona, de los yankees o de la FIFA, las ideas que se plasmaron en el programa y la Convención, que sólo han destrozado economías a lo largo del tiempo y a lo ancho del mundo, han sido archivadas. Estoy totalmente seguro de que debe haber muchos muy agradecidos entre los partidarios y también dentro del gobierno porque se haya hecho tan poco. Comenzando por el enorme grupo de arrepentidos del Apruebo (todos conocemos a muchos). Porque, para qué andamos con cosas, abrazar un rosario de herejías económicas y estar preocupado sinceramente del empleo, del crecimiento y de los equilibrios macro es simplemente imposible. No cuadra el pulso con la orina. Así, como prisioneros en Estocolmo, secuestrados contra su voluntad, pero secretamente felices, agradecen calladamente, cada noche, al cerrar los ojos, que todo haya fallado para terminar resultando. Tanto como para que al final, hasta el niño símbolo de la transición, Enrique Correa, destaque al área económica como el gran logro del gobierno. “Se parece bastante a la de los 30 años, que la Coalición del Presidente criticó tanto” dijo, sorprendiendo a medio mundo.
¡Todo un honor ministro! Y un mérito a su capacidad política ir sacando esto adelante minimizando el daño. Así que deje que los buenos tiempos lo lleven en sus alas. No se preocupe si algunos sacan a relucir a Barros Luco o lo critican en voz baja a la salida de las reuniones. Siempre es mucho mejor hacer poco a los ojos de los maximalistas, atragantados con conceptos tan grandilocuentes como vacíos. “Transformaciones sociales profundas” balbucean, sin saber qué diablos son ni para dónde hay que transformar, emborrachados por esa peligrosa mezcla de voluntarismo e ingenuidad del que no maneja datos y es ciego a la evidencia y al conocimiento. Mal que mal, atajar nuevos retiros, no sucumbir (tanto) a gastos innecesarios, pelear con la permisología, destrabar los TLC que estaban en la pitilla, no es tan poca cosa. Usted bien sabe que los mercados hacen su trabajo. Si se despejan las nubes, las platas vuelven y los espíritus animales también. Detrasito vienen los números. Capaz que el 2025 sea un buen año, como usted cree. Ojalá pase. Y que cuando este capítulo llegue a su fin, en marzo del ‘26, seguramente saldrá de su oficina, entrará al ascensor y se mirará al espejo. Ahí estará su rostro. Serio. Adusto. Pétreo. Y quizás esbozará una de esas sonrisas leves y algo tristes de toda despedida. Y reconocerá en sus ojos la satisfacción profunda y solitaria de las misiones cumplidas.