“Podemos permitirnos un breve período de regocijo”. Winston Churchill, 8 de mayo de 1945, día de la Victoria Europea. También citado por Depeche Mode en “Black Celebration”.
No me cansaré de repetirlo: En términos económicos y políticos Chile tuvo un año glorioso. Cuando lo digo, la mayoría me mira con extrañeza y me habla del bajo crecimiento, de la inflación descontrolada, del gobierno que no da pie con bola, de los portonazos y la inmigración. Todo eso es cierto. Pero las realidades deben contrastarse con las expectativas. Y a comienzos del 2022 Chile estaba en la cuerera. Listo para la foto y sin escape. La propuesta Constitucional era un recocido de todas las malas ideas en 499 artículos. Un camino sin retorno a la decadencia y al totalitarismo. Salimos, de las cuerdas con un K.O. en el 12º round. Y por eso no cabe otra cosa que estar felices: nos merecemos un breve período de regocijo.
“Pero no olvidemos ni por un momento los esfuerzos y sacrificios que tenemos por delante”, continúa un prudente Churchill. ¿Pasado el peligro mortal de la propuesta constitucional, seremos capaces de lidiar con nuestros problemas y retomar la senda del crecimiento y el desarrollo? ¿O pasaremos a ser parte del minúsculo y poco selecto grupo de países que parecían haber encontrado el camino del progreso para luego retornar a la mediocridad?
Por una increíble ironía del destino, nuestro vecino de pandereta es el estandarte de las oportunidades perdidas. Entre 1870 y 1914 Argentina parecía tener timbrado el pasaje a potencia mundial. Pujante, enorme, abierta, cosmopolita. Progresista y liberal. Pero ese tren imparable, que corría a toda velocidad, se descarriló. Estruendosa y lamentablemente.
Como la historia rima, la suerte tocó nuestra puerta justo 100 años después. Tal como el caso argentino, el boom chileno se basó en ideas liberales y en la apertura al mundo. En la convicción de que solo el crecimiento y la generación de empleos son la llave al progreso generalizado.
Nuestro motor, que también parecía imparable, se fundió en 2014, exactamente un siglo después de que Argentina entró en su larga senda autodestructiva. Cuando Michelle Bachelet, responsable inicial de la debacle, asumió por 2ª vez, el PIB tendencial, la capacidad de crecimiento de largo plazo, era 5%. Hace poco el Banco Central lo estimó en 2,1% Así, en 2032 tendremos una economía un 45% más chica de lo que creíamos en 2013… una catástrofe en términos de oportunidades y bienestar.
¿Es esto reversible? Difícilmente. Todo indicaría que transitaremos el camino de los extraviados sin retorno. El Boom chileno, a diferencia de la explicación infantil del “extractivismo”, fue un fenómeno de expansión del capital, sobre todo en sus primeros 20 años. Tuvimos niveles de inversión de sobre 25% del PIB, con conductas hoy juzgadas irracionales e irrepetibles por parte de los actores locales, en base a varios factores, entre otros: 1) Un extraordinario atractivo para la reinversión en Chile; 2) Un mercado de capitales poco globalizado y con limitadas alternativas fuera del país; 3) Un enorme y creciente stock de ahorro interno en base a los recursos acumulados en los fondos de pensiones.
Hoy todo eso está pinchado, quizá irreversiblemente. Los inversionistas locales fueron espantados a punta de declaraciones destempladas e impuestos. Los extranjeros miran con preocupación cómo se cuestionan los tratados y se amenaza industrias completas por sesgos políticos.
Creo, sin embargo, que este gobierno pasará con mucha más pena que gloria. La izquierda dura confirmará, una vez más, su impecable track record para crear estancamiento y pobreza. Y, quizás, se abrirá una ventana. Lo más probable, en una nueva ironía, esta vez sí basada en la economía extractivista del cobre, el litio y el hidrógeno verde, que moverán el mundo del siglo XXI.
El futuro está lleno de obstáculos. Lo sabemos, querido Winston. Pero incluso si falláramos, y todo sale mal, y discurrimos de a poco a la mediocridad latinoamericana, la alegre autoflagelación de las callecitas de Buenos Aires es infinitamente mejor que la aplastante desesperanza del Malecón de la Habana. Eso merece un período para el regocijo. Y uno no necesariamente breve. El 2022 escapamos de la cuerera.