“We can’t go on together with suspicious minds. And we can’t build our dreams on suspicious minds”. Elvis Presley, 1969

En estos días circula una extraordinaria entrevista de Elon Musk con Joe Rogan, en que explica las razones que lo llevaron a comprar Twitter. La historia se resume más o menos así: Musk compró Twitter para detener el avance de la cultura “woke” de cancelación de la extrema izquierda. De acuerdo a Musk, la compañía había sido cooptada por el ultraprogresismo. Y esto habría ocurrido por una simple casualidad geográfica. La zona de San Francisco - Berkeley, unida por la carretera 80 vía el Bay Bridge-, ha sido desde los 60 el polo más izquierdista de Estados Unidos (de esto puedo dar fe: tengo el orgullo de haber estudiado en la U. de Berkeley, de profunda tradición progresista). Por otra parte, si uno baja por la 101 de San Francisco al sur, en unos 45 minutos llega al Silicon Valley, la Meca de la tecnología global, hogar de los mejores programadores y emprendedores del mundo. En el cruce de estos dos ejes geográficos, justo en el centro de San Francisco, los dos grupos se juntaron (como una ironía, la casa central de Twitter está a 5 cuadras de la intersección de la 80 y la 101). Y el progresismo decidió tomar Twitter por asalto. Este megáfono mundial, que sólo los más asombrosos techies podían construir, era la mejor manera de difundir sus ideas a nivel planetario. Musk, que no es precisamente un conservador, sino todo lo contrario, observó el proceso de radicalización progresiva y sus nocivos efectos globales. Hasta que decidió actuar y compró. En una misión mesiánica buscó devolver ese megáfono al centro y combatir el sesgo. “Si estás en un extremo izquierdo, todo te parece de derecha”. Actuó con una decisión asombrosa: despidió al 80% de la compañía y tarjó todo con una gran “X”. La historia de Twitter sigue escribiéndose, pero Elon se ha ganado varios problemas. La radicalidad de sus decisiones me lleva a preguntarme si Musk también sospechó en exceso. Quizás Musk tuvo sesgo sobre el sesgo…

La historia de Twitter, las mentes sospechosas y el prejuicio exagerado tienen varios paralelos con nuestro proceso constitucional. La mayoría Republicana genera un rechazo y una sospecha tan grande de parte de la izquierda que le impide analizar los temas con objetividad. Tienen el sesgo de Elon, pero al revés. Aclaro que no me siento para nada cercano al P. Republicano, jamás los he votado (excepto en la 2ª presidencial), pero siempre me ha parecido que las críticas hacia ellos son absolutamente desproporcionadas. Esto se ha vertido en la discusión constitucional: las razones que se escuchan para rechazar son exageraciones gruesas o derechamente falsas. La protección de los Fondos de Pensiones, la propiedad privada más importante de una inmensa mayoría de los chilenos, es esgrimido como un argumento: “Jamás podremos tener un componente de solidaridad, como en Alemania”. Pues resulta que ese artículo busca evitar que los ahorros sean expropiados, como en Argentina (sin considerar que en el ranking Mercer de Sistemas de Pensiones Chile supera a Alemania). “Jamás podremos tener un Sistema Único de Salud, como en Inglaterra”, olvidando que siempre es mejor tener más que menos opciones, que Fonasa funciona mal, que gasta más por paciente que las isapres y que el NHS inglés está desfinanciado. “El aborto en 3 causales será inconstitucional”, cuando la misma izquierda se negó a reponer la frase “el que está por nacer”, que habría despejado ese fantasma totalmente improbable.

Como toda obra humana, la propuesta tiene errores. Algunos garrafales, como el inexplicable tema de las contribuciones. Pero hay un avance sustantivo en términos del saneamiento del sistema político, la madre de todos nuestros problemas. Ha habido también un respeto sacrosanto a los 12 bordes, las famosas “líneas rojas” que constituían los acuerdos mínimos. Ante todo, ha sido gestada en democracia, la objeción de origen larga y furiosamente enarbolada por la izquierda.

Nuestros procesos constituyentes terminan con un saldo amargo. Han generado división en lugar del encuentro que prometieron. Siempre he sido profundamente escéptico del poder constitucional para mejorar la vida. Tengo conciencia, eso sí, de su tremenda capacidad de arruinarla, como fue aterradoramente claro en la propuesta anterior. Ese poder corrosivo se ha manifestado parcialmente durante estos 4 años de incertidumbre. Por eso, si la nueva propuesta es derrotada o no, lo realmente importante es que el tema se cierre definitivamente. Se les dieron todas las oportunidades y se las farrearon. Que nadie ande soñando con nuevos estallidos ni alzando miniejércitos de piqueteros profesionales. Chile no quiere ni aguanta eso. Les dimos 4 años, recursos enormes y atención infinita a tema que no fue nunca prioridad. Se peleó entre amigos y parientes. Se trancó la pelota de la inversión y el crecimiento. Salió demasiado caro. Esto tiene que ser el final, cualquiera sea el resultado. El respeto a la palabra empeñada es el comienzo para empezar a desterrar las desconfianzas, las “mentes sospechosas” que tanto daño le han hecho a Chile.