“Todos los superhéroes tenemos una identidad secreta. Yo no sé de ninguno que no la tenga”. Bob Parr (Mr. Increíble), “The Incredibles”, Pixar, 2004.

Aunque ni ellos mismos lo sospechaban, los chicos llegaron para darnos estabilidad. Y efectivamente la hemos tenido. El país se encamina a crecer un 2,5%, la inflación bajó a 4%, las tasas de interés ceden. La Plaza Italia es de nuevo un testigo mudo de la vida de la ciudad. Ya nadie se sube al plinto de Baquedano pilucho ni arrasa con los restaurantes de Lastarria cada viernes por la tarde a falta de otro panorama mejor, ni quema una iglesia para sacarse fotos y subirlas a Instagram. Cual superhéroes sin capa, los muchachos del FA y sus aliados llegaron para estabilizar y ordenar, para apoyar a la policía con aumentos presupuestarios, para cambiar al Matapacos por Krypto, el perro de Superman, siempre dispuesto a salvar a quien lo necesite y golpear a los delincuentes. Para sacarnos del caos, de la economía sobrecalentada, de la guerra contra el extractivismo, contra los empresarios y contra el TPP11. Para darnos certidumbre.

El discurso del Presidente confirmó estas nuevas convicciones. Tuvo ribetes de gran estadista, de esos antiguos. La palabra estabilidad y todos sus derivados tuvieron un lugar central en el mensaje, aplicados a la economía, la salud, la inflación y la seguridad. La ministra Vallejo escribió un par de días antes una columna en El Mercurio dando cuenta de los logros de los estabilizadores, remarcando en tono maduro la reinstalación del orden y las certezas antes extraviadas.

No deja de ser una ironía que sea todo cierto. Porque lo es. El gobierno de Gabriel Boric pasará a la historia con un track record mucho menos nocivo que el de Michelle Bachelet 2. Con la perspectiva de 10 años, podemos decirlo con aún mayor convicción que cuando combatimos sus ideas: esa administración fue responsable de descarrilar el camino de Chile al desarrollo. En sólo 14 meses, desde el comienzo del gobierno, el 11 de marzo del 2014, hasta el cambio de gabinete de mayo del 2015, en pleno caso Caval, se logró lo que parecía imposible. La reforma tributaria dinamitó el dinamismo económico y la inversión, la educacional arruinó a los colegios subvencionados y municipales, el cambio en el sistema político transformó al Congreso en una ingobernable parcelación de pymes. Arenas, Peñailillo y Eyzaguirre duraron poco, pero tienen bien ganado un lugar de privilegio en la historia: fueron los estandartes del team que dilapidó nuestra oportunidad de alcanzar el desarrollo.

¿Cómo es posible que el amenazante gobierno de Apruebo Dignidad terminara como ejecutor de la Gran Estabilización, causando mucho menos disrupción que la anunciada y aún menos de la que causó la anterior administración de las izquierdas? ¿Por qué no fueron fieles a las turbulencias que prometieron?

La respuesta parece ser muy sencilla. Porque no pudieron.

Las coordenadas de la misión eran ciertamente otras y tenían más que ver con una palabra terminada en “ción” pero que no comienza con “estabiliza”. Corría noviembre de 2021 y Sebastián de Polo, a la sazón secretario general de RD y candidato a senador por Santiago, lo decía en la tapa del diario: “Vamos a meterle inestabilidad al país, porque vamos a hacer transformaciones importantes”. Pero De Polo terminó siendo embajador en Brasil en lugar de senador. Perdió la elección, al igual que varios candidatos de su sector. Ese fue el primer traspié en la ejecución del plan desestabilizador: la composición del Congreso fue mucho más balanceada de lo esperado, impidiendo la pasada de retroexcavadora que sí logró aplicar Bachelet durante esos primeros 14 meses.

Pero había Plan B. La madre de todas las transformaciones. La pócima capaz de entregar todos los súper poderes que alguna vez se soñaron: la Constituyente. “Muchas de nuestras reformas no se pueden hacer con la Constitución actual”, señalaba el ministro Giorgio Jackson hace sólo dos años. “Es algo que a todas luces es evidente”, refrendó el Presidente Boric. Y tan evidente era que se lanzaron con todo a aprobar una Constitución que no dejaba títere con cabeza en ninguna institución en Chile o lo que quedara de él. Se eliminaba el Senado, pasábamos a ser una plurinación con varias lenguas y sistemas de justicia, se establecía Latinoamérica como foco de las relaciones internacionales y Bolivia como modelo a seguir. Todo, muy lejos, ciertamente, de los pechos henchidos y orgullosos por la actual estabilidad. Y pasó lo que todos sabemos. El 4 de septiembre del 22 nos pegamos una salvada más grande que cualquier hazaña que se haya visto en las interminables secuelas de Marvel, incluso a ojos de muchos aprobadores de aquellos días.

¿Será la madurez de los años y la experiencia del poder que los ha hecho cambiar? ¿Será que nuestros nuevos superhéroes, los estabilizadores, han comprendido que los países prosperan cuando los privados tienen libertad y certeza para tomar decisiones y emprender, cuando el Estado no mete sus narices en todo y aplasta todo con impuestos y regulaciones, cuando la violencia está fuera de las reglas del juego? Mirarán con otros ojos los 30 años, aquellos días donde Chile era más fome, pero brillaba porque hacía las cosas con la cabeza en vez de con el corazón? Ojalá sea así. Porque si es cierto, estamos salvados. Podremos reponernos y llegar a ciertos consensos para avanzar. Sería fantástico. Y uno quiere creer. Hasta que se acuerda del entrañable, musculoso-aunque-con-sobrepeso Mr. Increíble, y su certeza de que no existen los superhéroes sin una identidad secreta. Entonces surge esa pregunta enorme, la más importante de todas: quiénes son y en qué creen. Cuál de sus identidades es la real.