“El miedo causa vacilación… y la vacilación hará que tus peores temores se hagan realidad”. Bohdi, 1991
En la escena final de Punto de quiebre, Bohdi surfea una ola gigante. No queda claro si muere o no. Final abierto. Era el malo de la película. Estaba lejos de ser perfecto y vivía peligrosamente, pero siempre con arrojo y decisión, al ritmo de Red Hot Chili Peppers y Jimi Hendrix. Surfeando, saltando en paracaídas, parecía inmortal (aunque Patrick Swayze, que lo interpretó, ya dejó este mundo). Su profunda reflexión sobre cómo enfrentar el peligro con convicción podríamos aplicarla a Chile.
Quien podría dudarlo: el país vive tiempos peligrosos. Los audios, recogidos en una silenciosa oficina, han salido disparados, furiosos, en todas las direcciones, amenazando arrancar las instituciones desde sus cimientos. Todo huele a sospecha. Cada actor ha cumplido un tristísimo papel. Los protagonistas haciendo trampa, jactándose además de ser expertos en hacerlas, la justicia filtrando a discreción, los defensores amenazando a medio mundo, la prensa publicando sin filtro alguno, sin criterio para distinguir delitos, indiscreciones y conversaciones privadas sin rastro de dolo. El Presidente y los ministros tomando posición en los procesos judiciales (el ABC del Estado de derecho, como dijo la defensa). Nadie demostrando ni el más mínimo decoro ni cuidado por las instituciones. “Que funcionen”, dice de vez en cuando alguien con voz engolada, haciendo un guiño a la perdida grandeza republicana de la era Lagos. Dónde terminará esto, nadie sabe.
Mientras tanto, el Banco Central nos dice que nos encaminamos a una nueva década perdida: 1,8% de crecimiento hasta el 2035. Algo que este país no merece ni jamás esperó. Llevo escribiendo esta columna desde 2013. Advertir el pantano al que nos llevaban las reformas de Bachelet 2 se transformó en una cruzada. Una que claramente fracasó. Los ministros Arenas, Peñailillo y Eyzaguirre estuvieron muy poco en sus cargos, pero su legado ha sido duradero. Estancamiento económico secular, un sistema político ingobernable y un aparato educacional que no ha hecho sino empeorar y frustrar a las generaciones del futuro.
En el intertanto, los ministros van al Chile Day y el titular de Energía termina peleando con los inversionistas. Se viene carta de los bancos franceses. Vaya viaje de promoción de inversiones… Después el ministro Marcel, el adulto en la habitación, tuvo que salir a poner paños fríos. Nadie excepto él parece hacerse cargo ni dimensionar la gravedad de un país que no invierte, que no va a ser capaz de generar los trabajos y el bienestar que los ciudadanos demandan. El otro día el ministro de Economía comentaba en la radio las proyecciones de largo plazo del Central, bajándole el perfil a todo, como un comentarista que analiza un país ajeno en que todo funciona. Sin plan. Sin garra. Sin hacerse cargo. Como una terrible ironía, deslizó que la esperanza de nuestro futuro eran el cobre y el litio. ¡Los mismos que denostaron por años “el extractivismo” de nuestra economía minera y exportadora, la ven ahora como el último refugio! ¿Cómo llegamos acá? La explicación es simple. Se ha reventado la competitividad de todo el resto de los sectores con impuestos, regulaciones y costos laborales. Al final sólo queda, magullado y todo, lo que somos world class: la minería. Años repitiendo como loros que hay que hacer cosas “con valor agregado” e “invertir en I+D”, mientras se recargaba con piedras la mochila de todos los sectores productivos. Terminamos quedándonos con casi nada. La violencia y la inmigración descontrolada son la guinda de la torta. Sí, todo parece estar convergiendo fatalmente para que, parafraseando a Bohdi, los peores temores se hagan realidad.
El país ha cambiado tectónicamente. Pero no por las razones que alegan las izquierdas, que han marcado la agenda y gobernado la mayor parte de los últimos 10 años, arrastrándonos al estado actual de cosas: estancamiento, falta de oportunidades y descrédito de las instituciones. Inestabilidad e informalidad. La mayor parte de los chilenos somos, sin embargo, ciudadanos honestos y trabajadores. Emprendedores. Valientes. Gente que quiere que la dejen trabajar en paz. Que queremos recuperar la extraviada senda al desarrollo.
Es hora de enfrentar la ola y hacerse cargo. Surfearla. Con una agenda nueva y ambiciosa. Modernización, desregulación y competitividad. Con una reforma que viabilice el sistema político, lleno de incentivos perversos a la no cooperación. Con foco en certezas que reencanten a los inversionistas. Creando las condiciones para explotar el potencial de cada uno de los chilenos. Creyendo que es posible y es natural que nuestros hijos tengan una vida mejor que la nuestra. Hay que hacerlo ahora. Ya. Con decisión. Sin vacilaciones. Como Bohdi lo haría.