Se inicia el segundo año del gobierno y se reactiva la discusión tributaria. Es probable que, cambios mediante, éste avance en aprobar su reforma. Lamentablemente, no será un pacto tributario de largo plazo, sino una reforma recaudatoria más. Seguimos haciéndole el quite a lo más obvio: que la recaudación es un asunto de base por tasa. Y es que en las sucesivas reformas hemos puesto demasiado acento en lo segundo y poco en lo primero. La verdad incómoda es que tenemos una base tributaria estrecha que hemos evitado ampliar dado que es impopular. ¿Resultado? Cada vez que se busca recaudar, sobrecargamos la tasa de empresas y personas que ya pagan. Raspamos dónde siempre, pero ya no da. Queremos recaudar como país rico, pero con una base de país pobre. Estamos en una trampa tributaria.

Este problema de base tributaria estrecha viene de tres fuentes.

La primera corresponde a las exenciones tributarias. En el gobierno del Presidente Piñera avanzamos en este plano. Primero a través de un trabajo con el FMI y la Ocde para definir y medir todas las exenciones de acuerdo a los mejores estándares internacionales. Luego, convocando a una comisión transversal de economistas compuesta por expresidentes del Banco Central, exministros de Hacienda y académicos, quienes entregaron un informe con recomendaciones. Y, al final del gobierno, para financiar la PGU, se eliminaron algunas exenciones equivalentes a 0,3% del PIB. Pero queda camino por recorrer dentro de los 2,5 puntos del PIB de exenciones vigentes. La reforma tributaria es tímida al respecto y sólo contempla bajar exenciones por 0,2% del PIB.

Es cierto que la economía política de todo esto es compleja. Que es fácil decir, pero más difícil hacer ya que los distintos grupos exentos ponen el grito en el cielo. Pero es clave avanzar, con un cronograma gradual, pero de norte claro. ¿Por qué? No solo por un asunto de justicia tributaria, sino por una aritmética de sentido común: para un objetivo de recaudación, cada peso de exención es un peso que se le sobrecarga a empresas y personas que ya pagan, subiéndoles la tasa. Eliminar exenciones es un camino para recaudar más, pero también para rebajar la tasa de quienes ya pagan (o al menos no seguir sobrecargándolos).

La segunda fuente de nuestra estrecha base es un amplísimo tramo exento del impuesto a la renta. Mientras en Chile 3 de cada 4 personas están exentas, en la Ocde la inmensa mayoría paga algo en un esquema progresivo. A modo de ejemplo, como señalé en una columna anterior, replicar en Chile la base y estructura de impuestos personales de países como Nueva Zelandia o Canadá aumentaría la recaudación en 4 puntos del PIB. Algunos erróneamente creen que la varita recaudatoria mágica es siempre subir la tasa del tramo más alto (hoy ya mayor que en varios países Ocde). Imaginemos que se duplicara la actual tasa marginal máxima desde 40% a 80%. La recaudación aumentaría sólo en 0,3% del PIB (en rigor, menos, dado el cambio de comportamiento que generaría esa tasa expropiatoria). El punto es que esa misma recaudación podría lograrse con un modesto aumento de 1% de la tasa de todos y cada uno de los tramos de ingreso (incluido el tramo exento). Un asunto de base amplia.

La tercera fuente de nuestra exigua base es una creciente informalidad, tanto laboral (cerca del 30%) como en actividades comerciales. Informalidad que, por definición, no paga ni impuesto a la renta ni IVA. La masificación de los medios de pago electrónicos y de POS ofrece una oportunidad para mejorar la fiscalización y abordar parte del problema a nivel comercio. En personas, un camino propuesto en otra columna, es girar la política social hacia transferencias monetarias directas, decrecientes en el ingreso, pero contingentes a la existencia de trabajo formal (impuesto negativo al ingreso). Se trata de recompensar la formalidad en lugar de la informalidad. Complementar los recursos de las familias de menores ingresos, valorando y premiando su esfuerzo, pero también su formalización. Parte del financiamiento para esto podría obtenerse de redirigir los recursos de decenas de programas mal evaluados o inefectivos.

Si de pacto tributario de largo aliento se trata, éste solo puede ocurrir cuando nos atrevamos a abordar la verdad incómoda que hemos escondido bajo la alfombra por tanto tiempo: la necesidad de ir ampliando gradualmente la base en todas sus dimensiones. De lo contrario, seguiremos engañándonos. Seguiremos inmersos en una trampa tributaria en la que llevamos años.