En una columna de marzo de 2022 abogué por un pacto fiscal, en vez de una reforma tributaria más. Un pacto de largo aliento que, al tiempo que recaudara, fuera pro inversión y crecimiento, comprometiera reglas estables y un mejor gasto público. Sigo manteniendo esa postura. Si el gobierno se jugó por una criticable y rechazada reforma, hoy vale la pena levantar la mirada y darse el tiempo de discutir un buen pacto. Es necesario. Además de prioridades sociales cuyo financiamiento responsable supone ingresos permanentes, se suman años de sistemático déficit fiscal estructural. Y, en materia de crecimiento, llevamos una década perdida. Urge conciliar recaudación con mayor crecimiento. Un buen pacto es una oportunidad para ello.

El pacto podría incorporar cuatro cosas valiosas: 1) recaudar hoy atacando evasión y exenciones; 2) baja del impuesto corporativo, incentivos a invertir y un paquete de simplificación regulatoria; 3) mejor gasto público y adecuadas prioridades; 4) una hoja de ruta de ampliación futura y gradual de la base y tasas de impuestos personales, con un gatillo automático fijado ex ante y vinculado al crecimiento. Veamos.

Como señalé en esa columna, nuestra brecha de recaudación con la OCDE es del orden de 5% del PIB. Pero también nos separan US$ 20.000 de ingreso per cápita. El pacto debe ir cerrando ambas brechas, sin saltarse pueblos. Pero también es cierto que, para nuestro nivel de desarrollo, la recaudación debiera ser 2% del PIB mayor. ¿Qué tal un pacto que establezca una hoja de ruta de recaudación con una estación de partida de ese 2% del PIB, estaciones intermedias con gatillos automáticos en la medida que el país crezca y una estación de largo plazo de 5% del PIB si alcanzamos el desarrollo?

¿Cómo recaudar hoy ese 2% del PIB? El royalty aportará 0,5% puntos. Otro 0,5% puede venir de exenciones tributarias. A su vez, el gobierno plantea recaudar 1,6% del PIB con medidas antievasión y limitando la elusión. El foco debe ser tolerancia cero a la evasión (renta e IVA) de personas y empresas de todos los tamaños. La elusión debe abordarse simplificando el sistema tributario para reducir espacios y no asimilándola a la evasión.

Cada peso que no se recauda por no abordar la evasión y exenciones es uno que se sobrecarga a quienes ya pagan. De ahí, por ejemplo, nuestra alta tasa corporativa. El pacto puede y debe bajar el impuesto de primera categoría desde el 27% actual al 23% promedio en la OCDE. Sería una valiosa señal proinversión, a la que podrían sumarse iniciativas como la depreciación instantánea. La baja de tasa tiene un costo fiscal de 0,6% del PIB, lo que, junto a las medidas recaudatorias (2,6% del PIB), define una recaudación neta de 2% de PIB: la estación de partida.

Los incentivos tributarios a la inversión deben reforzarse con una simplificación regulatoria y reducción de tiempos de tramitación. No solo para permisos sectoriales (como propone la agenda de productividad del Gobierno), sino también ambientales. El todo en una ley a aprobarse con el pacto. La maraña regulatoria y tiempo de permisología es un alto impuesto implícito que limita la inversión y la competencia. A modo de ejemplo, para un proyecto minero estimo que acortar su tramitación en un año es económicamente equivalente a 1,6% de menor tasa corporativa.

El pacto es trunco sin adecuadas prioridades de gasto y un compromiso de mejor gasto público. El pacto debiera plantear una meta concreta de ahorro de corto y largo plazo (¿0,6% y 1% del PIB, respectivamente?) y una institucionalidad permanente, al estilo del CFA, que escrute y proponga mejoras de gasto. Ante los escándalos recientes, esto es más necesario que nunca y debe llevar, además, a discutir en serio sobre el cuoteo político y un nuevo estatuto de empleo público, sin el cual la mejor gestión es una quimera.

¿Y la hoja de ruta de recaudación futura? Urge abordar una verdad incómoda planteada en otra columna y, recientemente, por el ministro Marcel: que la brecha de recaudación de largo plazo está en los impuestos personales. Ello debido a una amplísimo tramo exento y tasas marginales bajas en los primeros peldaños de impuesto (no así en los superiores), por lo que la recaudación promedio para la cadena en su conjunto es baja. Mientras no vayamos aumentando la base y adecuando tasas, nos seguiremos haciendo trampa. Siendo un tema espinudo, ¿Cómo avanzar? Primero, con gradualidad y un criterio ex ante que vaya modificando tramos de renta y tasas con un gatillo automático vinculado al crecimiento y consiguiente aumento de ingresos personales. Segundo, complementando con un impuesto negativo al ingreso: transferencias directas a personas de menores ingresos, condicionales a su formalización. Esto, además, incentivaría la formalidad y reduciría la desigualdad de ingresos.

¿Habrá voluntad para avanzar en un pacto así y salir del inmovilismo de corto plazo? Una mirada de largo plazo exige no cerrar la puerta a un buen pacto. Y recordar que hay oportunidades en que solo Nixon puede ir a China.