Son esos momentos en que pareciéramos estar frente a un punto de inflexión, cuya existencia solo determinará el tiempo. Ocurrió hace algunos días en el Encuentro Anual de la Industria al que estaban invitados empresarios ligados a la Sofofa, parlamentarios y representantes del Ejecutivo, encabezados estos últimos por el propio Presidente de la República.
Luego de las palabras de Richard von Appen, presidente de la Sofofa, en las que abordó las principales preocupaciones del mundo empresarial y reafirmó la disposición del sector privado a trabajar por el desarrollo económico y social del país -un discurso respetuoso, pero que transmitió fielmente el sentir del sector privado- le correspondió el turno al Jefe de Estado, Gabriel Boric.
El Presidente de la República manifestó que la principal preocupación de su gobierno era la seguridad, lo que se ha instalado como una prioridad para la ciudadanía y las empresas. En relación al TPP11 afirmó que el gobierno no tiene un ánimo dilatorio ni de mala fe y que va a ser ratificado prontamente. Sobre el combate a la inflación hizo un llamado a los parlamentarios a pensar “no solo en la medida concreta sino en el bien común global” (¿desaliento a nuevos retiros?). Respecto a la inversión reconoció que hay demasiados retrasos a la hora de la evaluación de proyectos y que los trámites en algunos servicios públicos operan con plazos que no son razonables.
Pero quizás en su frase más reveladora, señaló que “la mayoría de los empresarios en Chile son gente honesta y trabajadora y que quieren lo mejor para su país”, rematando que “cada empresario tiene una historia que contar sobre cómo se enfrentó a la adversidad, cómo salir adelante y esa experiencia es valiosa”. Llamó a encontrar las sinergias en lo que nos una, para seguir avanzando.
¿Es importante lo ocurrido en la Sofofa? Es indudable que puede ser un primer paso para sacudirse de los prejuicios y buscar instancias de trabajo público-privadas efectivas. El tiempo dirá si las declaraciones presidenciales se traducen en hechos concretos que moderen la pulsión reformista y se enfoquen en el enorme desafío en materia económica que se nos viene por delante. Parece claro que una reforma tributaria de gran envergadura no es oportuna si, por aumentar las tasas, se desfonda la base de recaudación. O que cambios regulatorios que buscan mejorar las condiciones de los trabajadores derivan en que muchos pierdan su empleo y su situación final empeore. Para qué hablar de la inversión, que no responde solo a factores de tramitología, sino que es sensible a las condiciones económicas, políticas, incluso sociales, para su desarrollo.
Hay que destacar el tono del discurso presidencial. Si la valoración del sector privado se transforma en un sentir transversal en el Ejecutivo y de quedar plasmada en acciones concretas, podríamos afirmar que lo ocurrido por estos días marcó un verdadero punto de inflexión.