A tres años del 18 de octubre, es un momento para recordar la historia y proyectarnos -desde allí- hacia el futuro también. Es un desafío porque “la historia” no es lo ocurrido -el pasado-, sino un conjunto de recuerdos, influenciados por contextos y emociones de las personas. Los recuerdos tampoco son registros guardados en cajones que solo habrá que encontrar y abrir. Son representaciones mentales de cada persona que cambian dependiendo de los circuitos neuronales que se activan en el momento de recordar.
Los recuerdos del 18 de octubre son registros inevitablemente subjetivos, llenos de emociones. Se han grabado en las memorias de todos, asociados con esperanzas, dudas, miedos o rabia. Algunos recuerdos pueden ser como fotografías, con un foco en solo algunos aspectos nítidamente ampliados: certeras pero sesgadas por solo contener un mosaico de la imagen; otros pueden ser narrativas conceptuales más amplias. Sobre estos recuerdos, las personas en general tendemos a juzgar y opinar. Es otro aspecto importante porque suele ser borrosa la línea entre opiniones legítimas y opiniones que desvían o falsifican la memoria colectiva. Hannah Arendt propuso una vez cómo diferenciar entre ambas: “Las opiniones pueden provenir de intereses y pasiones muy diferentes, variar ampliamente y, sin embargo, ser todas legítimas, siempre y cuando respeten la integridad de los hechos a los que se refieren”, escribió en su ensayo “Verdad y política” (1964).
¿Cómo recordar el 18-O, respetando la diversidad de opiniones, pero cuidando la “integridad de los hechos”? es una pregunta importante, porque la historia nos hace quienes somos, y así, da forma al futuro. Como recuerdo, el presidente Gabriel Boric ofreció recientemente una narrativa conceptual amplia: “El estallido no fue una revolución anticapitalista”, ni tampoco “una pura ola de delincuencia” Más bien, “fue una expresión de dolores y fracturas de nuestra sociedad que la política, de la cual somos parte, no ha sabido interpretar ni dar respuesta”, reflexionó, y llamó a dialogar.
Distinta fue la reacción de uno de los empresarios más importantes del país. “A 3 años del estallido: aumenta la pobreza, violencia inaudita, peor desempeño económico de la región para 2023; y demandas sociales como pensiones o acceso a salud pendientes!! Basta de discutir sobre ideologías obsoletas sin avanzar en soluciones para las personas!!”, puso en su cuenta de Twitter. Fue un día antes de que su brazo bancario fue destacado a raíz de utilidades exorbitantes. Se explicaron principalmente a raíz de la inflación y la indexación de los créditos -un mecanismo que no se aplica así en los depósitos de las personas, razón por la cual es un buen ejemplo de trickle up (“chorreo” para arriba)-. Con razón, el mensaje citado parece más una fotografía ampliada que solo mira una pequeña parte de la imagen: válida, pero a la vez, omitiendo el contexto: el rol de la elite empresarial y su propio rol en relación con el 18-O. Al menos en el pasado, las empresas de su grupo no han impulsado reformas estructurales para avanzar sistémicamente hacia un mercado más competitivo, transparente y sostenible. Es de esperar que ello cambie un día. Una reforma como la creación de un registro de beneficiarios finales de empresas fue incluso más bien dificultado.
Dentro de todo, el mensaje del empresario citado no es lo más relevante en sí. Lo que sí importa es la percepción errónea que podría dejar: que el sector empresarial piensa de esta forma. La verdad es que aquí hay un abanico de visiones más amplias y holísticas también, presentes en especial en empresas multinacionales. La memoria del 18-O invita a hacerlas más visibles, precisamente porque el estallido no fue una revolución anticapitalista, pero tampoco una oda a sus bondades. Ha reflejado un malestar estructural con el mercado tal como está funcionando.
El mismo día del tuit mencionado -el lunes pasado-, Paul Polman (ex CEO de Unilever) estuvo en el ESE Business School Chile, apoyado por SQM y Colbún, transmitiendo un mensaje diferente. Fue inspirador escuchar su visión sobre los desafíos pendientes, y su llamado de hacerse cargo. Sin mirar las brechas, no hay mejoras. Su libro Net Positive -escrito junto con Andrew Winston, experto mundial en sostenibilidad- invita a las empresas a cooperar y a facilitar la creación de regulaciones que se hagan cargo de los “elefantes en la pieza” (como los llama Polman): evasión, brechas salariales, corrupción, dividendos excesivos, directorios no adecuados, esclavitud moderna y problemas de derechos humanos en las cadenas de suministro, lobby dañino, falta de transparencia, y falta de diversidad. A nivel medioambiental, dañar “un poco menos” tampoco es la solución, destacó Polman este lunes. Para el futuro necesitamos mercados realmente sostenibles, un objetivo que solo se logrará con reformas para apoyar las empresas en eso, alinear los incentivos y sincerar los problemas. Requeriría también que se hagan presentes nuevos liderazgos desde las empresas para ayudar a pre-consensuar una agenda de transformación para los próximos años y décadas, con la debida gradualidad y basado en evidencia y acuerdos. Polman lo destacó como su mensaje principal: el problema al final no son los “elefantes en la pieza”, es decir, los desafíos mismos. Es la falta de liderazgo en el sector empresarial -y político- para solucionarlos.