Actualmente, múltiples acuerdos importantes para Chile siguen pendientes y delicadamente entrampados. Esta situación no solo alimenta una mayor inestabilidad en el país por los pendientes frente al futuro. Una mirada a la historia nos muestra que per se es la propia complejidad-sin-respuesta que estresa el aquí y ahora. Como indicó una vez el biólogo canadiense Robert Bigelow, el ser humano recurre a la violencia cuando los problemas que se enfrentan exceden en complejidad la inteligencia (colectiva) del momento, escribía en el libro Guerra, sus causas y correlatos (1975). En el Chile de hoy, cuando nos sobra agresividad y cortoplacismo en la conversación, deberíamos reflexionar sobre ello.
Mayores niveles de agresividad -y jerarquías excesivas- suelen ser respuesta frente a la percepción de falta de “control”. Otra reacción es la búsqueda de mayor simplicidad. Los consumidores actuales lo reflejan, con una mayor disposición a pagar más por experiencias más simples, como mostró la agencia Siegel+Gale. Tampoco se trata de nada nuevo: a lo largo de la historia, los movimientos pro-simplicidad solían ocurrir en tiempos de cambios y alta complejidad, cuando las personas se sentían superadas, como ocurrió por ejemplo durante la Revolución Industrial en el siglo XIX.
Lo interesante es que tanto la agresividad como la búsqueda de simplicidad son formas de escaparle a la complejidad creada por nosotros mismos -la que solo se complejizaría en medida que no se aborda-. ¿Reforma al Estado? Desde años, hay recomendaciones estructurales, que se parecen desconocer desde el propio Estado. ¿Conglomerados financieros, grupos piramidales, competitividad bancaria, regulaciones pro-sostenibilidad? Desde décadas hay brechas y reformas planteadas pero ninguneadas desde sectores empresariales, aun cuando sean importantes para el crecimiento económico y la sostenibilidad. ¿Registro de Beneficiarios Finales? Desde años, esa herramienta clave contra evasión, corrupción y lavado de activos sigue pendiente en Chile y se ha frenado desde bancos y gremios como la Sofofa. A su vez, el proyecto presentado por el Ejecutivo -y rechazado este año- tampoco estuvo planteado con relevancia y seriedad adecuada. ¿Tienen conciencia las autoridades de todo el espectro político y los empresarios de que -de seguir así- Chile será el paraíso del lavado de dinero, y nuestro futuro crecimiento económico el de los narcotraficantes?
Los actuales problemas complejos requieren de respuestas complejas, considerando causas, capturas e interconexiones. Respuestas que son solo lineales y parciales, burocratizarán los sistemas, y no solucionan los desafíos. En otras palabras: una mayor complejidad solo puede absorberse con mayor complejidad. Para responder de forma adecuada el comportamiento de 12 personas en camisa roja que corren locamente por una cancha de fútbol, se requiere de otras 12 personas en camisa de otro color para hacer el match, escribía una vez Stafford Beer. En ojos de la cibernética, cuando los desafíos aumentan en cantidad/complejidad, hay dos formas para mantener sistemas viables: i) aumentar la cantidad/complejidad de las respuestas (y de la forma como estas se producen), y/o ii) inhibir la variedad de los problemas. En cambio, negar la variedad de problemas -como se hace en Chile- produce inestabilidad excesiva. Sería como poner 6 personas en una cancha, frente a un equipo de 12, y esperar que salga una buena partida.
Hacernos cargo de la complejidad implicaría crear respuestas complejas, y a la vez mejorar el proceso en sí para que las soluciones se elaboren en espacios especializados. En este sentido, para ciertas reformas del Estado y mercado debería conversarse sobre la necesidad de crear instituciones autónomas, colegiadas y especializadas, pequeñas, pero capaces de crear soluciones técnicas y gestionar reconciliaciones en espacios alejados del juego de poder -sin reemplazar este, pero complementándolo a nivel normativo-. Por sí solos, Congreso y Ejecutivo no han podido, y no podrán gestionar adecuadamente la complejidad de los problemas actuales. En sus manos, las propuestas suelen negociarse fuera de su propio mérito y con visión de corto plazo.
Crear soluciones frente a problemas complejos tampoco requiere de leyes rígidas, sino de procesos más iterativos, como ocurre en los sistemas naturales. Per se, ninguna solución debería tampoco constituir un big bang, o plantearse como si tuviera efectos predecibles. Sistemas y desafíos complejos no se dirigen sino se gestionan e influencian -idealmente, en un proceso lento y con fuerzas constantes, más heterárquico que jerárquico-. En suma, el pacto más importante que Chile requeriría sería uno que permite repensar cómo realizar continuamente reformas, y ajustar nuestra institucionalidad a la complejidad del siglo XXI.