El sistema financiero es una herramienta fundamental para la buena operación de las economías modernas. Los bancos se especializan en la captación de ahorros y excedentes de caja para canalizarlos a quienes, siendo solventes, desarrollan proyectos de inversión que enfrentan gastos hoy para generar ingresos para el futuro, o a los que tienen necesidades transitorias de liquidez.

Su espacio de operación es único: ellos permiten eliminar los desajustes temporales entre ingresos y gastos, algo esencial en economías complejas y dinámicas. El problema es que para hacerlo tienen que identificar muy bien a quienes son solventes y pueden (y quieren) devolver los créditos y pagar los intereses, a diferencia de quienes no lo son, y siempre existe el riesgo de equivocarse.

En la antigüedad, quienes hacían este trabajo eran los ricos que usaban su capital para prestar, cobrando elevados intereses, y las penas por no pagar eran muy grandes, como nos muestra magistralmente la historia de El mercader de Venecia.

En las sociedades modernas esto lo hacen principalmente los bancos que, junto con usar su capital como respaldo para prestar, también usan los recursos de los depositantes. En Chile, por ejemplo, los bancos han otorgado créditos por $500 billones (millones de millones) a empresas y personas. Ellos están respaldados por $32 billones de patrimonio de los dueños, y el resto son depósitos de sus clientes (empresas y personas).

El dinero que un banco presta a una empresa, esta a su vez lo deposita en su banco, y así sucesivamente, por lo que en el proceso se va generando una multiplicación del dinero. Esto implica una enorme responsabilidad: cuando un banco quiebra, todos los depositantes tiemblan, ya sea porque tienen sus cuentas corrientes o ahorros allí, o porque surge el temor de que otros bancos puedan caer. Por otra parte, al aumentar el temor y congelarse el crédito, se produce la reversión de la multiplicación del dinero. Para mi generación, la crisis del banco en la película Mary Poppins fue un anticipo cómico de la tragedia nacional sufrida en 1982, con consecuencias devastadoras sobre la economía nacional.

Una crisis financiera implica que se rompe el puente que une gastos actuales con ingresos futuros: todo se debe pagar al contado y el dinero para eso no alcanza. Por supuesto, el Banco Central puede ayudar a cubrir esa brecha por un tiempo, pero siempre que haya bancos que estén operando y que tengan una situación financiera sana.

Los bancos son esenciales, pero sin regulación y supervisión pueden llegar a ser instrumentos peligrosos: su negocio es la gestión de riesgos y la probabilidad de equivocarse siempre está presente. Además, cuando las ganancias provienen principalmente de prestar dinero ajeno, existe el incentivo a tomar riesgos más allá de lo prudente, especialmente si las ganancias se obtienen hoy y los riesgos se pueden materializar en el futuro.

Esta es la razón por la que los bancos son, por lejos, las instituciones más reguladas y supervisadas en el mundo. Esas regulaciones y controles buscan justamente evitar la toma excesiva de riesgos.

Cuando hay mucha incertidumbre sobre la economía y sobre cambios normativos o, incluso, dudas sobre la capacidad para hacer valer la ley, la labor bancaria se complica enormemente: entra una dimensión nueva de riesgos que estas instituciones no están acostumbradas a evaluar y que son difíciles de mitigar.

Es cierto que puede haber banqueros “coñetes”, pero incluso ellos pueden sufrir pérdidas inesperadas, como vimos también en Mary Poppins. Pero pensar que los bancos están dejando pasar oportunidades de ganar dinero prestando plata ajena porque son avaros, es desconocerlos profundamente. No le deseo a ninguna autoridad política o económica pasar por una crisis financiera por tener banqueros que olvidan sus obligaciones con sus depositantes.