Joaquín Vial Profesor adjunto Instituto de Economía UC Investigador Principal Clapes UC

“El panorama laboral que enfrentarán las actuales y futuras generaciones se ve bastante más complicado que el que hemos vivido en las últimas décadas, con el agravante que los jóvenes que están sufriendo las pérdidas de aprendizaje debido a la pandemia y la crisis de la educación pública, van a salir menos preparados para enfrentar mercados laborales más exigentes”.

Las cifras que entregó el INE esta semana sugieren que el mercado de trabajo está reflejando la debilidad de la actividad económica. Ello se manifiesta en el alza leve, pero sistemática, de la tasa de desocupación desde un mínimo cercano al 7% a fines del año pasado al nivel actual, en torno al 9%.

Si bien las cifras de creación de empleo muestran aumentos sostenidos del 2% anual desde comienzos de año, hay indicios de que una parte significativa de esos nuevos empleos son informales. De hecho, los reportes administrativos de la Superintendencia de Pensiones muestran caídas persistentes en el número de cotizantes desde comienzos de año. Estamos lejos de una crisis, pero esto preocupa porque los desafíos futuros son grandes: en los próximos años el mercado del trabajo tendrá que absorber cambios normativos profundos que encarecerán significativamente el empleo formal.

El primero es la reducción de la jornada laboral a 40 horas semanales sin ajuste en las remuneraciones. Si bien el alza es gradual, lo que distribuirá el impacto en más tiempo, el punto de llegada representa un 10% de disminución en las horas trabajadas, y las empresas tendrán que compensar esto con mejoras en productividad. En algunos casos, ello significará reducción de empleos. En otros, especialmente en las empresas más chicas, el ajuste pasará por informalizar su relación con sus trabajadores.

Pero este no es el único cambio: entre las iniciativas que están tramitándose hoy en el Congreso está el proyecto que busca conciliar mejor la vida familiar y laboral, básicamente reduciendo jornadas laborales presenciales en algunos casos. Otro elimina el tope y hace obligatorias las gratificaciones y, además, se ha anunciado que el Ministerio del Trabajo está afinando un proyecto sobre negociación colectiva por ramas.

Todos estos proyectos tienen en común que buscan favorecer a los actuales empleados en empresas formales, pero ignoran completamente los incentivos que generan para que las empresas aceleren la automatización y el reemplazo de trabajadores formales por máquinas, así como para disminuir la contratación de nuevos trabajadores.

Al ver este conjunto de iniciativas da la impresión de que, en vez de estar avanzando hacia una mayor flexibilidad que facilite la adaptación al nuevo entorno, se está legislando como si los trabajadores fuesen los proletarios desprotegidos, sin educación ni alternativas, de comienzos del siglo XX.

Por otra parte, sabemos que, para enfrentar el desafío de las bajas pensiones originado principalmente en las lagunas en cotizaciones y la mayor longevidad, será necesario aumentar las tasas de cotización, habiendo consenso en que ellas deberían subir del 10% al 16%.

Las estimaciones oficiales que acompañan al proyecto de ley actualmente en el Congreso sugieren que el efecto sobre el empleo y la informalidad sería pequeño. Para ello se basan en un modelo de equilibrio general desarrollado por el Banco Central.

Esa conclusión ignora un hecho fundamental: por ser un modelo de equilibrio general supone que hay completa flexibilidad de salarios y que la economía converge a su crecimiento tendencial en el largo plazo. Sin embargo, cuando estos modelos se aplican a mercados con precios rígidos, como el del trabajo, es más difícil interpretar los resultados.

En efecto, el ajuste de los salarios reales que se requiere para lograr ese equilibrio, sin desempleo ni informalidad, muestran que ellos deberían caer en torno al 5% o más. Si usted cree que eso no es realista en Chile, posiblemente esté en lo cierto, pero eso significa entonces que, al menos durante un muy extendido tránsito hacia el equilibrio de largo plazo, habrá más desempleo e informalidad.

El panorama laboral que enfrentarán las actuales y futuras generaciones se ve bastante más complicado que el que hemos vivido en las últimas décadas, con el agravante que los jóvenes que están sufriendo las pérdidas de aprendizaje debido a la pandemia y la crisis de la educación pública, van a salir menos preparados para enfrentar mercados laborales más exigentes.