Los medios de comunicación mencionan cada vez con más frecuencia el tema de la crisis demográfica, muchas veces asociada al envejecimiento de la población y la disminución de la fuerza de trabajo.

Alarmados por la rápida disminución de nacimientos, gobiernos como los de Japón y Corea están anunciando medidas extraordinarias para incentivar la maternidad, como la condonación de deudas por estudios y pagos por varias decenas de miles de dólares a las madres de un tercer hijo. Vemos preocupaciones similares en China y en varios países europeos, mientras que en Chile aparecen voces alertando por la disminución del número de hijos por familia.

Pareciera que cuando vemos la situación a nivel de países, faltara gente, especialmente niños.

Sin embargo, cuando miramos el conjunto de la población mundial la impresión es exactamente la opuesta: hace unas semanas Naciones Unidas nos informó que la población mundial superó los 8 mil millones de personas, lo que significa que desde que yo nací en 1953 hasta ahora, el número de humanos se triplicó. Este mismo organismo proyecta que hacia fines de este siglo la población humana superaría los 10 mil millones de personas y si a ello agregamos que el ingreso real por habitante creció más de 5 veces en ese período, no es de sorprender que estén apareciendo síntomas de que el planeta nos está quedando chico. Por tanto, cada vez hay más evidencia de que hemos entrado en una zona de riesgo para la continuidad de la vida humana en el planeta.

Chile no es diferente: entre 1953 y este año, los chilenos pasamos de ser algo menos de 7 millones a 19,6 millones. Los mayores lo notamos cuando comparamos la realidad actual con la de nuestra juventud, cuando nuestro país era mucho más pobre. Nos sorprende y nos choca el aumento del tamaño de las ciudades, la aglomeración en todas partes, el tiempo que toma viajar de la casa al trabajo y, ni hablar de las toneladas de basura y escombros que vemos al lado de los caminos.

Las consecuencias de un abuso de las capacidades de la naturaleza que vemos en todas partes ya se están palpando diariamente: desastres climáticos (no más que una sinopsis de lo que está por venir); contaminación tóxica desde Puchuncaví a Ohio; extinción o severa disminución de especies salvajes que nos ayudan a vivir, como las abejas, en fin. La lista es agobiante. La conclusión es una sola: hay mucha gente y además esta gran cantidad de gente consume cada vez más, por lo que está sobrepasando las capacidades de la casa común de nuestra especie.

Los modelos macroeconómicos nos dicen que el crecimiento de largo plazo de los países que han progresado rápido está declinando, en parte, porque la población en edad de trabajar crece cada vez menos, y en un par de décadas comenzará a disminuir. Esta es la fuente de tensión que impulsa políticas que, miradas desde una perspectiva global, parecen no tener sentido.

El envejecimiento de la población tiene su origen principalmente en la disminución en el número de hijos por mujer, que ha venido de la mano de las mayores oportunidades que están consiguiendo las mujeres a medida que las sociedades han progresado. Eso a su vez es lo que ha permitido que la población a nivel mundial y en Chile, en particular, esté creciendo cada vez menos. La disminución en el número de nacimientos debe ser visto como una consecuencia natural del progreso económico, así como una condición necesaria para evitar una catástrofe ambiental a nivel global. No hay que olvidar que, además, habrá que cambiar los patrones de consumo para bajar la presión sobre la naturaleza.

Este ajuste necesario del tamaño de la población a nivel global tenderá a reducir el ritmo de crecimiento económico, salvo que aumente extraordinariamente la productividad, incluyendo los impactos de la humanidad sobre el estado del medioambiente. Este es el gran desafío de las generaciones que están reemplazando a la mía.

La verdadera crisis demográfica ya ocurrió. Lo que sufren hoy muchos países es la consecuencia de la normalización de las tendencias de natalidad y mortalidad que es imprescindible para restablecer un equilibrio sostenible de la población: esto no se debe combatir, sino que se debe acomodar.

- El autor es profesor adjunto de Economía UC e investigador principal de Clapes UC