Las universidades juegan un rol fundamental en la generación de conocimiento y la formación de profesionales para el país. Tradicionalmente se pensaba que bastaba ese conocimiento para que las empresas lo aprovecharan en el desarrollo de nuevos productos y procesos productivos. Es lo que se conocía como el modelo lineal y, en base a él, se justificaba el financiamiento público a las actividades de investigación al interior de las universidades. El conocimiento considerado como un bien público, al alcance de todos, donde las buenas ideas florecen y son aprovechadas por emprendedores ávidos de hacer negocios.
El mundo resultó más complejo que lo que suponía ese modelo lineal. Existen interacciones entre universidades y empresas, entre estas y las agencias estatales. Para que esas interacciones funcionen, hay que romper desconfianzas. Respetar los tiempos de unos y otros, alinear objetivos, aprender a desarrollar proyectos comunes, proveer de financiamiento para las buenas ideas y gestionarlas eficientemente para que sean exitosas. En este modelo, el rol de las universidades se vuelve más trascendental y activo. No basta con generar el conocimiento, hay que transmitirlo de mejor manera y fortalecer las asociaciones con el mundo privado. Ya no basta con formar profesionales de buena calidad, se requiere que estos tengan en mente el emprendimiento como una alternativa profesional y sean conscientes de los desafíos que enfrentarán en su negocio.
Las universidades pueden influir positivamente a través del desarrollo de las competencias que se requieren para emprender exitosamente. Los planes de estudio tienen que ser más flexibles e incorporar nuevas disciplinas. Un trabajo con egresados de un MBA en Stanford, realizado por el profesor Lazear, muestra evidencia consistente con su teoría de que los emprendedores son aquellas personas con habilidades balanceadas. Es un desafío para las universidades desarrollar mallas curriculares que permitan ese balance de habilidades, no sólo por la teoría del profesor norteamericano, sino porque el avance tecnológico y la inteligencia artificial contribuyen a procesos de obsolescencia más rápida. En la era digital, hay que reinventarse o morir.
Ese es el concepto Schumpeteriano que ha cobrado nuevo impulso en las últimas décadas y está plasmado en el reciente libro de Phillipe Aghion, Céline Antonin y Simon Bunel: “El Poder de la Destrucción Creativa”. ¿Por qué las economías crecen y progresan? Lo hacen porque los emprendedores entran en las industrias con mejores ideas y sacan a las firmas menos eficientes del mercado. Así, la competencia fuerza al incremento de la productividad y al crecimiento de las economías. Bajo este paradigma, las universidades tienen un desafío muy importante. Deben contribuir a generar nuevas ideas a través de su producción científica, impulsar una formación moderna e innovadora y transmitir el conocimiento al sector privado en forma eficiente y oportuna. Para hacerlo, no basta con las buenas intenciones y los discursos solemnes, hay que modernizar las carreras y los planes de estudio. Además, se debe mejorar el marco en que funcionan las universidades para que haya una mejor interacción con el mundo productivo. Necesitamos más y mejores investigadores, que respondan al paradigma Schumpeteriano de innovar o morir. Se requiere más tiempo para investigar y educar, y menos tiempo para enfrentar la burocracia y cumplir con normas innecesarias. Si eso no cambia, será muy difícil estar a la altura del desafío. No hay atajos, cuando estamos rezagados. Si el mundo corre, necesitamos correr más fuerte.