La inteligencia artificial (IA) es conversación obligada en todos los espacios. Su fácil acceso-literalmente en la palma de nuestra mano a través del celular-, además de hacer realidad gran parte de los sueños futuristas que alguna vez tuvimos, la ha convertido en una verdadera revolución que se está tomando múltiples industrias, abarcando rubros de primera necesidad como la atención médica, la seguridad y el transporte.
En el caso del desarrollo de la economía, podría mejorar la optimización de procesos críticos como la producción, el comercio y la industria financiera, ofreciendo soluciones innovadoras para hacer frente a los desafíos globales más urgentes, como la pobreza, la salud y la educación.
Su potencial es enorme, porque brinda a las personas y a las empresas la oportunidad de avanzar significativamente en distintas áreas abordando problemáticas complejas de manera efectiva, con soluciones que hasta hace pocos años atrás implicaban desarrollos tecnológicos sofisticados con inversiones significativas.
Pero la IA también implica la aparición de riesgos emergentes que requerirán de medidas mitigantes en todos los sectores. Muestra de ello es la preocupación planteada en marzo de este año por la organización sin fines lucro Futurelife, que en su carta con más de 3.000 firmas de respaldo, que incluye a Elon Musk (Tesla, Space-X) y Steve Wozniak (cofundador de Apple), plantean la necesidad de pausar el entrenamiento de los sistemas de IA, para generar un marco regulatorio que establezca acciones proactivas, para minimizar los riesgos y promover su desarrollo ético y responsable.
Uno de los aspectos para tener en cuenta es aminorar el sesgo que puede generar la IA en la toma de decisiones, asegurándonos que los algoritmos utilizados sean imparciales y equitativos, intentando superar las limitaciones técnicas que puedan tener.
A su vez, nos desafía el evidente desplazamiento laboral causado por la automatización de tareas en distintos ámbitos, tales como el procesamiento y análisis de datos, atención a clientes mediante chatbots, análisis de riesgo crediticio, detección de fraudes y diagnósticos médicos, entre otros. Por tanto, urge adoptar políticas y medidas corporativas acerca del uso de la IA de manera proactiva, que mitiguen los impactos negativos, fomentando la capacitación en el uso de estas tecnologías y la adaptabilidad laboral.
En nuestro país ya tenemos camino avanzado, en 2021 se publicó la Política Nacional de Inteligencia Artificial, que contiene los lineamientos estratégicos a seguir al año 2030, con el fin de acelerar la adaptación a los cambios producidos por la masificación de nuevas tecnologías y empoderar a la ciudadanía en su desarrollo y empleo. Esto conlleva el establecimiento de regulaciones y mecanismos de supervisión efectivos, que avancen a la misma velocidad para garantizar el uso responsable de la IA con acciones concretas que involucren a toda la sociedad.
Aún nos queda camino por recorrer, nos enfrentaremos a nuevos riesgos y la invitación es a crear las capacidades para gestionarlos de manera proactiva y colaborativa. La sociedad en su conjunto debe trabajar para establecer estándares éticos, políticas y marcos regulatorios que promuevan su uso responsable y seguro. Y es ahí donde los directores y ejecutivos tienen un rol fundamental para guiar este proceso, garantizando la seguridad y abriendo espacios para que todos los trabajadores puedan acceder al uso de estas herramientas. Para ello es vital evaluar su uso en las organizaciones que dirigen y administran, sumado a contar con la necesaria formación en estas temáticas para tomar las mejores decisiones.
La revisión de las políticas y procedimientos será muy relevante a la luz de esta tecnología por cuanto se trata de herramientas de uso y consulta diaria que implica actualizaciones permanentes.
Al hacer frente a estos desafíos, podemos aprovechar el potencial de la IA para mejorar nuestras vidas, abordando problemas complejos en muchas áreas. Con una atención inmediata y una mentalidad centrada en la ética, podremos construir un futuro en el que la IA sea una herramienta en armonía con nuestros valores y necesidades.
En mi caso, soy fan de la IA, pero siempre acompañada de supervisión y discernimiento humano.