Columna de Josefina Montenegro: “No soy mandona; soy la que manda”

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Josefina Montenegro, abogada y directora de empresas.

Hoy, con al menos dos candidatas confirmadas con intención de llegar a la presidencia, es fundamental seguir avanzando hacia una cultura política más equitativa, en la que el liderazgo femenino no sea la excepción.


El acontecimiento político que marcó la semana tuvo como protagonistas a dos mujeres: Carolina Tohá y Michelle Bachelet. Mientras la saliente ministra del Interior daba un paso al frente para aceptar el desafío de ser candidata presidencial, la expresidenta Bachelet daba un paso al costado en la carrera a La Moneda para dar cabida a nuevos liderazgos. Dos pasos en direcciones opuestas, pero con un mismo foco: el fortalecimiento del liderazgo femenino en la política.

Al otro lado de la vereda política, la exalcaldesa Evelyn Matthei se consolida como una de las principales cartas de la derecha, en su segundo intento por alcanzar la presidencia. Independientemente de los colores políticos, es innegable la sólida trayectoria de las candidatas que hoy están sobre la mesa.

Lo cierto es que actualmente en Chile contamos con una notable presencia de mujeres en la política, abarcando diversos niveles de representación: concejalas, alcaldesas, consejeras, gobernadoras, diputadas, senadoras, subsecretarias, ministras, candidatas presidenciales e incluso una expresidenta de la República.

Cuesta creer que recién en 1949, durante el gobierno de Gabriel González Videla, se promulgó la Ley N° 9292, que permitió a las mujeres votar en elecciones presidenciales y parlamentarias. En apenas 76 años -el equivalente a la vida de una madre o una abuela- las mujeres hemos pasado de ejercer el derecho a voto a ocupar puestos de representación política.

De hecho, tan solo dos años después de promulgada dicha ley, en 1951, Chile eligió a su primera diputada, Inés Enríquez Frödden, quien reemplazó al fallecido diputado Ángel Muñoz. Proveniente de una familia política y militante del Partido Radical, Enríquez mantuvo su cargo durante cuatro periodos legislativos.

Dos años más tarde, en 1953, María de la Cruz Toledo se convirtió en la primera senadora del país tras ganar una elección complementaria para ocupar la vacante dejada por el electo presidente Carlos Ibáñez del Campo. Como líder del movimiento feminista de la época, fundó el Partido Femenino de Chile.

Sin embargo, la irrupción de estas pioneras no allanó inmediatamente el camino para una mayor representación femenina en la política. Durante décadas, prevaleció la percepción de que la política era un espacio dominado por hombres, y los datos lo respaldan.

Un estudio de ONU Mujeres y el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género, presentado en enero de este año bajo el título “Participación política de mujeres: Construyendo la sociedad del cuidado”, revela que la subrepresentación femenina en la política es un fenómeno global. Según este informe, hasta octubre de 2024, solo 30 mujeres ocupaban el cargo de Jefa de Estado y/o de Gobierno, y en apenas 15 países las mujeres representaban el 50% o más de los gabinetes ministeriales.

El mismo documento evidencia las principales barreras que dificultan el acceso y la permanencia de las mujeres en cargos de poder político, tales como estereotipos de género, responsabilidades de cuidado no remuneradas y el rol de los partidos políticos.

La subrepresentación femenina en la política indica que tanto la oferta como la demanda de candidatas están limitadas, lo que resulta en un número reducido de mujeres en cargos electivos y designados.

En el marco del Día Internacional de la Mujer, mi reflexión apunta a aquello en lo que podemos contribuir diariamente para derribar una de estas barreras: los estereotipos de liderazgos. Diversos estudios han demostrado que los factores culturales tienen un impacto significativo en la participación política de las mujeres. Por ejemplo, persiste la creencia de que el liderazgo es una cualidad inherentemente masculina, lo que genera prejuicios hacia las mujeres en posiciones de poder.

Una campaña lanzada en Estados Unidos en 2014, bajo el lema “No soy mandona; soy la que manda” (“Ban Bossy”), buscó erradicar el uso de la palabra “mandona” para referirse a mujeres en roles de liderazgo. La iniciativa, que contó con el apoyo de figuras como la exsecretaria de Estado norteamericana Condoleezza Rice y la cantante Beyoncé, resaltó la importancia de centrar la conversación en el verbo y no en el adjetivo al describir el liderazgo femenino.

Hoy, con al menos dos candidatas confirmadas con intención de llegar a la presidencia, es fundamental seguir avanzando hacia una cultura política más equitativa, en la que el liderazgo femenino no sea la excepción.

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