Columna de Nicolás Eyzaguirre: “¿Paralelos forzados?”
"Podríamos preguntarnos entonces ¿por qué no acordar al menos ese umbral mínimo para acotar el péndulo? Bueno, tales acuerdos son más bien la excepción en el mundo contemporáneo y difíciles en países con altos niveles de desigualdad. Por eso el retroceso en aspectos básicos imprescindibles para ese pacto social es preocupante".
La reciente derrota de la izquierda en España, junto a lo ocurrido en Chile en las últimas elecciones, llevó a algunos entusiastas a sugerir agregar “de la izquierda” a la ya famosa frase de Fukuyama “el fin de la historia”. Error.
Juntar a Chile y España en la misma tendencia -más allá de similitudes aparentes, en particular de las expresiones políticas jóvenes de más a la izquierda- es más un espejismo que un análisis riguroso. Hace 50 años, España tenía una carga tributaria equivalente a la mitad de la de Alemania y un ingreso per cápita de solo 60% de esta última. Hoy su presión tributaria es similar y la brecha del nivel de vida con el país germánico se ha acortado en cerca del 40%; en síntesis, es un país desarrollado con un estado social en forma.
Por eso el paralelo con Chile parece forzado. La crisis de los partidos progresistas en partes de Europa obedece a factores muy distintos. Habiéndose consensuado transversalmente el estado social, incluida España, las controversias de izquierdas y derechas se centran en los efectos de la migración y la globalización sobre las clases trabajadoras. La derecha nacionalista ha ofrecido soluciones a estas dificultades, dudosas en mi opinión, que han cautivado más a los votantes, mientras el progresismo parece desorientado. Pero la ciudadanía no ve en riesgo el pacto de bienestar, menos aun cuando se ha absorbido la crisis económica de hace una década y que motivó expresiones como “Indignados” y “Podemos”. Son, por así decirlo, movimientos pendulares acotados.
Esto es muy distinto en nuestro país. Si bien migración y seguridad han copado la agenda más reciente -con ventaja para la derecha-, los severos problemas estructurales de un estado social muy incompleto permanecen bajo la superficie. Hace demasiado poco tiempo que resultaron en un fuerte estallido, como para intentar barrerlos bajo la alfombra. Por lo mismo, es preocupante la actitud reciente de la mayoría de la derecha en temas donde antes parecía haberse avanzado, como los tributarios y previsionales.
Hace sólo un par de años, con motivo de la elección en EE.UU., diversos articulistas del “Financial Times” -un periódico tan reputado como insigne defensor del libre mercado- advertían del error de extrapolar las tendencias electorales que ya se insinuaban en Europa a la decisión norteamericana. Y su punto era precisamente el que aquí comentamos: las debilidades del Estado de bienestar del gigante americano le dan al Partido Demócrata, expresión progresista en ese país, una tracción que han perdido las socialdemocracias europeas. Y si los EE.UU. tienen un Estado de bienestar incompleto, ¿qué queda para nosotros?
La medición del coeficiente Gini -que captura el nivel de desigualdad- antes y después de impuestos y transferencias, es una forma de medir la profundidad del Estado de bienestar. Mientras la acción pública mejora este indicador en un 36% en España -el Gini baja de 0,51 a 0,33-, en EE.UU. el avance es más moderado con algo sobre 20% y en Chile ¡¡sólo de 8%!!
Si las debilidades del Estado de bienestar en EE.UU. establecen un ciclo político distinto al europeo, resulta evidente que identificar lo ocurrido en España y Chile carece de rigor. ¿Significa esto que, inexorablemente, la lucha por la justicia social se tomará exitosamente el escenario político nuestro en el futuro cercano?
Lamentablemente no. Con seguridad la conflictividad social emergerá tarde o temprano, pero podremos seguir con el péndulo varias veces más sin arribar a un equilibrio. Es eso lo que subyace a la llamada trampa de los ingresos medios. El caso de EE.UU., conforme algunos historiadores, parece fijar el umbral mínimo de redistribución de oportunidades tal de compatibilizar libertad individual con cohesión social. Y si bien hay tensión, también estabilidad. Pero acá estamos aún lejos de ese umbral.
Podríamos preguntarnos entonces ¿por qué no acordar al menos ese umbral mínimo para acotar el péndulo? Bueno, tales acuerdos son más bien la excepción en el mundo contemporáneo y difíciles en países con altos niveles de desigualdad. Por eso el retroceso en aspectos básicos imprescindibles para ese pacto social es preocupante. El péndulo es seductor en el corto plazo cuando se mueve hacia nuestro costado; pero es engañoso y, lo peor, nos condena a un círculo vicioso. Bien lo sabemos quienes, desde el progresismo, no pudimos o no supimos detener la radicalidad cuando el péndulo se orientó hacia la izquierda.
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