Lo más grosero del caso fundaciones, que ha sacudido a la política chilena, es la evidencia de corrupción, despilfarro y frivolidad en el uso de dineros públicos. Es ofensivo que fueran fondos destinados a comunidades en extrema vulnerabilidad y obsceno que sea protagonizado por quienes enarbolaron una supuesta superioridad moral como credencial que les otorgaba el derecho a hacerse con el poder… y el control presupuestario que este otorga, por cierto.

Pero hay un substrato a este caso que contiene un problema conceptual en que, a mi juicio, la izquierda chilena se ha ido extraviando.

Lo que revela el caso de fundaciones es el abuso sistemático del mecanismo de tercerización de funciones públicas para hacer clientelismo.

Por tercerización entendemos la contratación, por parte del Estado, de empresas, fundaciones y organizaciones civiles que tienen conocimientos, capacidades y experiencias valiosas para la función pública. A veces es simplemente más barato, rápido y eficiente para el Estado hacer uso de esas capacidades, ya que tomaría mucho tiempo desarrollarlas y hay urgencias sociales que no pueden esperar.

Por clientelismo entendemos una forma de hacer política que consiste en obtener votos a cambio de favores o beneficios sociales arbitrados por un líder político. Un quid pro quo: yo te consigo esto, tú me das votos. La práctica es muy antigua, de hecho, la palabra proviene del latín cliens (cliente) que denominaba a personas comunes que eran protegidas por un patronus (patrón) y también representadas por él ante las cortes, el Senado y el Estado romano.

En simple: la autoridad política autoriza recursos y prestaciones que son tercerizados mañosamente a un aliado para que los entregue como patrón político a sus clientes. Ese patrón se prestigia (con recursos públicos) y luego levanta una candidatura cosechando los agradecidos votos de la clientela. En seguida, cuando logra la silla en el consejo regional, municipal, en la Cámara o el Senado, se continúa con la misma dinámica: el patrón exige aparecer en todas las inauguraciones, que se le aprueben gastos y que se le contrate a cercanos; lo necesita, tiene que mantener agradecida a la clientela.

En principio, el clientelismo no es de izquierda ni de derecha. Sin embargo, hay que reconocer que es un problema más grave y un peligro inminente para quienes creemos que es necesario, por diferentes razones, aumentar el tamaño del Estado y el espectro de las actividades que acomete.

El punto es que el clientelismo abre espacios evidentes a la corrupción. Incluso cuando se realiza siguiendo todas las reglas administrativas, porque fomenta la infantilización de los ciudadanos, convirtiéndolos en sujetos de favores, en vez de sujetos de derechos.

Hay otra forma de ser de izquierda: consiste en pensar las políticas sociales no como una oportunidad de clientelismo, sino como un conjunto de prestaciones y derechos que el Estado, en representación de la comunidad toda, les otorga a los ciudadanos como una herramienta para liberarlos de la esclavitud que genera la necesidad, la pobreza y la vulnerabilidad. La idea, en ese caso, es lograr que la mayor cantidad de ciudadanos pueda dejar de necesitar estas ayudas y consiga un estado de autonomía y resiliencia económica. No es la idea reemplazar la dependencia del patrón capitalista por la dependencia del patrón clientelista. La idea es liberar a los ciudadanos de los patrones de cualquier tipo.

Esa es, por si acaso, la idea detrás de los estados de bienestar que han construido muchos países desarrollados. Son sistemas para corregir las dinámicas del capitalismo, que no tienen por objeto generar clientes sino ciudadanos libres que puedan desarrollar en forma autónoma sus proyectos de vida y contribuir al desarrollo de sus países. Es la idea de desarrollar la economía generando empleo, infraestructura, capacidades y oportunidades. Desarrollar la economía para desarrollar autonomía. Una izquierda desarrollista, no clientelista.

Y es un enfoque que tiene una larga tradición en nuestro país. Es trazable a figuras como Pedro Aguirre Cerda, fundador de la Corfo y de la FEN, o al profesor Aníbal Pinto Santa Cruz, de esta misma escuela. Es trazable a iniciativas como la reforma agraria, los pilares solidarios previsionales, la promoción popular y las políticas de vivienda centradas en la casa propia.

Es una forma diferente de ser de izquierda que lamentablemente ha pasado de moda. Es desarrollismo, en vez de clientelismo.