Columna de Pablo Halpern: “Empresas en guerra”

Qué teléfonos serán compatibles con Starlink, el Internet satelital de Elon Musk
Qué teléfonos serán compatibles con Starlink, el Internet satelital de Elon Musk. Foto: REUTERS.

Cuando pensamos en las guerras, solemos imaginar soldados, tanques y aviones de combate. Pero en los conflictos modernos hay actores inesperados que pueden inclinar la balanza: las empresas privadas. No solo las fabricantes de armas, sino tecnológicas, logísticas y digitales cuya intervención –o su retiro– puede cambiar radicalmente el curso de los acontecimientos.

Consideremos Starlink, la red satelital de Elon Musk, que mantiene conectada a Ucrania durante la invasión rusa. La coordinación militar, comunicación civil y resistencia a ciberataques dependen crucialmente de este servicio. Pero el hecho de que una sola persona pueda “apagar” esa red deja a un país soberano en una vulnerabilidad estratégica sin precedentes. Cuando Musk ha amenazado con cortar el servicio, aunque luego se retracte, se evidencia un nuevo equilibrio de poder en asuntos de defensa.

Lo que ocurre con Starlink representa una tendencia emergente en los conflictos modernos. Meta, la empresa matriz de Facebook, Instagram y WhatsApp, ofrece otro ejemplo revelador de esta dinámica. Durante la invasión rusa a Ucrania, estableció un centro de operaciones especiales con expertos, incluyendo hablantes nativos de ruso y ucraniano, para monitorear y responder en tiempo real a contenidos relacionados con el conflicto. Temporalmente, incluso permitió en algunos países publicaciones que llamaban a la violencia contra soldados rusos, lo que generó controversia y llevó a Rusia a restringir el acceso a sus plataformas en su territorio. Estas acciones han sido objeto de críticas y debates sobre posibles sesgos. Las políticas de moderación de contenidos de una empresa pueden modificar el flujo de información en un conflicto, afectando potencialmente a una de las partes beligerantes.

Imaginemos un escenario donde, en medio de un conflicto regional, una empresa tecnológica desactiva servicios críticos por presiones comerciales o deterioro de su imagen corporativa. O situaciones donde los algoritmos de redes sociales amplifican propaganda bélica porque generan más interacción y vistas. Estos no son meras especulaciones, sino posibilidades reales basadas en patrones de comportamiento empresarial que ya observamos en otros ámbitos.

A diferencia del pasado, cuando empresas como Ford reconvertían sus fábricas para producir vehículos militares bajo mandato gubernamental, hoy las corporaciones operan con autonomía inédita. Su naturaleza transnacional complica aún más este panorama: Google es estadounidense, pero sus decisiones afectan a usuarios en ambos bandos de cualquier conflicto.

Estas realidades plantean preguntas inquietantes: ¿Qué legitimidad tiene una empresa para decidir su nivel de participación en una guerra? ¿Qué ocurre cuando sus intereses comerciales no coinciden con los intereses estratégicos de un Estado? ¿Qué control tienen los gobiernos cuando la infraestructura crítica está en manos privadas?

El modelo bélico del siglo XXI parece diseñado tanto por generales como por CEOs. Un tuit de Musk puede tener tanto impacto como un movimiento de tropas. Esta nueva geopolítica corporativa opera en zonas grises. Las naciones firman tratados sobre armas químicas o nucleares, pero ¿quién regula infraestructuras digitales en conflictos? Cuando Meta decide moderar contenido relacionado con una guerra, ejerce un poder sobre el flujo de información comparable al que tradicionalmente monopolizaban los Estados en tiempos de conflicto.

La guerra, esa expresión última de la soberanía estatal, está siendo privatizada. A diferencia de las armas convencionales, las “armas corporativas” operan sin protocolos de uso, sin sistemas de verificación, ni consecuencias claras para quienes las emplean. El poder militar ya no reside exclusivamente en los arsenales estatales, sino en servidores, algoritmos y decisiones corporativas. Así, mientras los gobiernos siguen actuando bajo las reglas del siglo XX, las empresas tecnológicas han comenzado a escribir, sin supervisión ni contrapesos, las reglas invisibles de los conflictos bélicos del siglo XXI.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.