Supongamos que el PIB por trabajador de Chile fuera un auto que en el último siglo promedió 100 km/h.* Ciertamente, algunas décadas iba más lento. De hecho, en la última década el auto estuvo más flojo, a cerca de 50 km/h de velocidad media. Como comparación, en otros periodos hemos estado aún peor, porque las décadas de los 70s y 80s fueron bastante más lentas, promediando unos 30 km/h. En el otro extremo, el periodo 1990-2010 fue turbo, promediando como 150 km/h. Parte inicial de esto se debió a un efecto rebote, por lo lento que íbamos antes. En esa época tuvimos varios proyectos por hacer y nos pusimos al día. Resulta muy importante transmitir en simple las magnitudes de cómo se mueve el PIB por trabajador, porque está íntimamente ligado a los salarios reales, esenciales para los trabajadores en Chile.

¿Pero hoy, cómo podríamos hacer para recuperar más velocidad? Lo que pasa es que la capacidad de hacer proyectos de inversión oportunos se ha ido deteriorando mucho en Chile - por múltiples razones -; y está siendo el cuello de botella que limita nuestro desarrollo. Por eso, para crecer más, deberíamos facilitar la inversión oportuna. No con beneficios tributarios, sino con velocidad y sin ceder en conciencia ambiental o impacto.

Si bien se está poniendo sobre la mesa una serie de reformas legislativas bastante valiosas, quiero recalcar que no bastan para acelerar todo lo que necesitamos, ni con la urgencia que se merece el tema. En parte, porque estas leyes demoran bastante en procesarse y entrar en vigencia. Por eso hay que generar una sensación de urgencia colectiva del Estado, y también que el Gobierno tome medidas administrativas rápidas para facilitar la inversión. Estamos hablando de trabajos y de impuestos clave para el desarrollo. Se puede hacer mejor protección ambiental y más rápido si le entregamos urgencia.

Evitemos caricaturas de lado y lado. Por ejemplo, botemos a la basura el nombre “tramitología”, porque suena como si fuera sólo una patología antojadiza de un funcionario público, con manguitas detrás de un mostrador. Claro que hay muchos desafíos de gestión pública, como los incentivos que les damos, aplicando las penas del infierno si se hay mínimos errores en el proceso. Esto induce extrema aversión al riesgo y demoras. Pero el sector privado no está libre de pecado. Varias normas y procesos fueron instalados después de un historial de desconfianzas. Tal como argumentan Ed Glaeser y Andrei Shleifer - economistas de Harvard -, cuando los empresarios responsables de un proyecto dañino saben que los eventuales castigos no son disuasivos, entonces los países terminan poniendo muchos parches antes de la herida, generando excesivas regulaciones previas a los proyectos. Quizás los recientes cambios en responsabilidad de los ejecutivos abran una pequeña puerta para poder negociar mejoras en este sentido. Los gremios tienen bastante que hacer también.

Lo otro es sincerar que facilitar proyectos de inversión no es “un favor” que el Gobierno le hace a la Sofofa, la CPC o la Derecha; como moneda de cambio para que apoyen reformas del Oficialismo. Esto es algo que genuinamente le interesa al Progresismo, porque la recuperación de la inversión permite mejoras de salarios y además recaudación tributaria para financiar un Estado de bienestar. En 2025 no habrá ajedrez político ni comunicacional que funcione si no aceleramos el auto hoy, facilitando más inversión.

* Calculos del autor en base a Diaz, Lüders y Wagner (2016). La República en Cifras. Metáfora es que 1,6-1.7% de crecimiento anualizado serían 100 km/h

* El autor es PhD Harvard. Profesor Escuela de Negocios UAI.