En 2008 el tamaño de la economía de Estados Unidos y de la Zona Euro eran similares. Han pasado sólo 16 años y resulta impactante, ya que hoy la economía norteamericana es cerca de 1,8 veces la de la Eurozona que, por lo demás, en dicho período ha sumado a países como Estonia, Letonia y Croacia.

Hay varios factores que pueden explicar el estancamiento de Europa, como los altos costos de contratación y despido, que dificultan la reasignación de recursos y limitan las mejoras en productividad; la elevada carga tributaria relativa, que desalienta la inversión; y la sobrerregulación que no sólo afecta industrias existentes, sino que también las nacientes.

Es muy decidor que mientras Europa fue líder en investigar la inteligencia artificial en 2022, logrando el mayor número de publicaciones científicas revisadas por pares sobre este tema en el mundo (Tribunal de cuentas europeo), la inversión en esta materia es varias veces inferior a la de Estados Unidos y China. Si la primera aproximación frente a la irrupción de una nueva tecnología es regularla en lugar de desarrollarla, no es de extrañar que no sea el lugar elegido para crear empresas innovadoras que llevan el nuevo conocimiento un paso más allá.

Por el contrario, es en Estados Unidos donde mayormente se están creando las nuevas tecnologías y sus aplicaciones productivas. Nueve de las diez empresas de mayor capitalización bursátil en el mundo son norteamericanas, y de las 100 empresas más grandes, 63 también son de dicha nacionalidad; mientras que sólo 19 son europeas, incluyendo países fuera de la Eurozona como Reino Unido (4) o Suiza (3).

Sin duda Europa tiene cientos de virtudes, pero copiar su modelo actual de cómo hacer las cosas no parece ser el camino para alcanzar un crecimiento económico sostenido. En este sentido, se debiera repensar la cómoda estrategia de sugerir “copiar lo que hace la OCDE” frente a cualquier desafío relativo a políticas públicas. Más que mal, 17 de los 20 países que conforman la Zona Euro pertenecen a la OCDE y son casi la mitad de los países que componen dicha organización.

Chile aún es un país con grandes necesidades, con un alto porcentaje de la población que funciona al margen de la economía formal, con salarios medianos bajos, es decir, es un país que requiere de las mayores oportunidades que genera el crecimiento. Por lo que hay que distinguir qué modelo dentro de la OCDE queremos emular. Si bien es el grupo de países que “hace bien las cosas”, no es un grupo homogéneo en sus instituciones y los dispares resultados así lo muestran.

En otras palabras, el estancamiento de Europa es una fuente de aprendizaje para países que aspiran al desarrollo como el nuestro y un llamado de atención para aquellos analistas y expertos que sugieren simplemente “copiar a la OCDE” como si ello fuera una receta de éxito. Por ejemplo, se da como argumento de autoridad para justificar alzas de impuestos que la carga tributaria, descontando las cotizaciones a seguridad social, en Chile es inferior al promedio de la OCDE, pero no se dice que es mayor a la de Estados Unidos.

La invitación es a distinguir y a analizar en su mérito –sin olvidar nuestra propia historia— cada propuesta de política pública y no refugiarnos en el cómodo “llevémoslo al promedio de la OCDE”. Esto vale para la carga tributaria, costos de contratación o despido, regulaciones y cualquier otra materia bajo análisis. Además, en un mundo globalizado, seguir las recetas de países que se desarrollaron hace décadas, en un mundo muy diferente, no es garantía de éxito.