Rob Henderson, a quien sigo en Twitter por las interesantes cosas que difunde, habla de las “ideas lujosas”, opiniones y creencias que confieren estatus en las clases altas, pero al mismo tiempo infligen costos sobre los menos afortunados. Algo parecido a lo que hacen los “turistas del ideal” de los que hablaba Cayetana Álvarez de Toledo, para definir gente educada que vive en países ricos y que predica posturas buenistas para ser implementadas por países pobres, aun cuando los costos de dichas posturas ellos jamás estarían dispuestos a asumir. Economistas, como Mazzucato o Stiglitz, diciéndole a gobiernos fracasados de nuestro continente lo bien que lo están haciendo al sacar el crecimiento de las preocupaciones de la política económica, es un buen ejemplo de ello. Ideas lujosas que usted, seguramente, también ya está cansado de escuchar de este gobierno y de los líderes que lo acompañan.

Las ideas lujosas no parecen lujosas para quien vive en el lujo: santuarios naturales, más tiempo libre, estado de bienestar, un modelo de desarrollo diferente, etc. Para ellos, que al igual que usted y yo son parte de la minoría privilegiada de los habitantes de planeta Tierra (aunque a diferencia nuestra, ellos se crean casi santos), sus ideas lujosas, más que lujos, son “mínimos” económicos, civilizatorios, éticos, o lo que quiera. Para la inmensa mayoría que no vive en ese mundo, sin embargo, son cosas que están fuera del ancho de banda de sus preocupaciones. La “gracia” que les proponen estos afortunados, se traduce por desgracia para ellos en un mayor costo de vida, menores ingresos, imposibilidad de acceder a una vivienda, etc. Mientras una minoría está preocupada de frenar la construcción de un puerto por el daño al ecosistema marítimo (Chile tiene 4.000 km de costa, y estoy literalmente apostando a que no veré un nuevo puerto mientras viva), otra mayoría está preocupada de conseguir empleo, que no la asalten, que sus hijos no caigan en la droga. En fin, viven a varios pisos de distancia en la pirámide de Maslow, aquella pirámide que muestra las necesidades humanas desde las más básicas, como la supervivencia física, hasta las más ornamentales, como la autorrealización o ser reconocidos por los demás como “buenos”.

Esta semana vimos un despliegue como nunca y una preocupación absoluta del gobierno para crear conciencia de que el golpe militar ocurrido en Chile hace 50 años nunca más se vuelva a repetir. Si bien me parece correctísimo ese objetivo en teoría, para que ello ocurra en la práctica se requiere entender qué nos llevó al quiebre democrático, cosa que el gobierno pareciera no desear que se entienda. “El Golpe Militar fue como la creación del universo, un big bang de la nada”, me parecía escuchar del relato oficial. Como sea, me choca que, siendo la amenaza de un nuevo golpe en Chile diminuta en comparación a la amenaza latente de quedarnos en el subdesarrollo, de caer en la delincuencia, de ser otro mediocre país de nuestro continente, ni al Presidente, y ni siquiera a sus ministros “técnicos”, les preocupe esto último como les preocupa lo primero.

Por último, si usted es de los que piensa que la “amenaza” de perder la democracia, aun siendo menos probable, es muchísimo más grave que quedarse en la pobreza o vivir en un país dominado por la delincuencia, no se enoje conmigo, alégrese, quizás simplemente se deba al privilegiado piso de la pirámide de Maslow que usted habita.