Columna de Tomás Casanegra: “Volá”

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Tomás Casanegra Rivera

"Como ciudadano, les pediría a todos los futuros empresarios que tenemos en el gobierno y en el Parlamento que guarden esos impulsos hasta el término de sus mandatos, momento en que podrán desplegar sus habilidades empresariales de manera privada para el beneficio propio y de nuestra sociedad, a no ser que duela mucho".


Después de los balones de gas rosados, las farmacias populares, o la Empresa Nacional del Litio que felizmente nunca salió del PowerPoint, pensé que el período de voladas empresariales de gente que no arriesga lo propio se había acabado definitivamente. El negocio de crear riqueza, actividad que por definición requiere entregar un producto cuyo valor para el cliente (V) es mayor que el precio que este paga por él (P) y este precio a su vez mayor que el costo de producirlo (C), es un negocio muy complicado. Muchos lo intentan, pocos lo logran.

Cabe preguntarse entonces, ¿por qué estando el éxito empresarial reservado a pocos y el fracaso a muchos, la economía en su conjunto ha creado valor y no destruido a través de la historia? ¿Por qué el decrecimiento no ha derrotado al crecimiento? Mi simple explicación es: perder duele. Millones de emprendedores en el mundo tratan y retratan sin lograr el tan soñado V>P>C hasta que perder se hace inaguantable. Un mundo donde perder significa “perdí yo” es lo que nos da el milagro del progreso.

Así como alguien insensible al dolor físico puede hacer una tontera como poner sus manos al fuego, alguien insensible al dolor económico es proclive a hacer lo mismo. Un ministro o Presidente que por alguna razón cree que ser empresario (crear riqueza) es algo que se le da ahora que puede emprender con lo ajeno, aunque previamente nunca lo había hecho con lo propio, nos expone al viejo problema de agencia que estudian los economistas. Problema en el cual quien toma la decisión se beneficia de ella, mientras el dolor lo sufre otro. “El costo lo asumirá el Estado”, usted bien sabe, quiere decir en castellano “el costo lo asumirá una masa anónima a través de impuestos, inflación y mayores tasas de interés”.

El ministro de Energía tuvo su “volá” recientemente con esa idea de tener una empresa de distribución estatal. Una pena, porque considero que el ministro partió con el pie derecho al hacer algo que cualquier persona sensata sin conocimiento de la industria y que está en una posición de poder hubiese hecho: ponerle metas de reposición de servicio a Enel. Positivo tanto porque ayuda a que la empresa apurara el tranco, como a la imagen pública del ministro al mostrarse como autoridad al mando.

Por suerte, rápidamente tres ministras le dijeron que se había pegado una “volá” con lo de la distribuidora estatal, una se lo dijo textualmente. Debo confesar que fuera yo el Presidente, lo mato por improvisar aquello (figurativamente hablando). Con el historial de propuestas al aire del gobierno que sólo cuentan con un titular, poner una más a la lista era de locos.

Quien coqueteó con otra “volá” fue el ministro de Economía, al proponer un plan siderúrgico y dar a entender que si CAP hubiese abierto la puerta a la estatización de Huachipato otro gallo cantaría, pero ahora sería demasiado tarde. Problema: miles de empleados de Huachipato van a perder su empleo. Solución: que el Estado produzca acero, fue el razonamiento de políticos y otras personas que no razonan. Mantener a esos trabajadores con su mismo sueldo sentados en sus casas es mucho más barato para el Estado que cubrir pérdidas anuales en torno a los US$200 millones que tiene la empresa.

Como ciudadano, les pediría a todos los futuros empresarios que tenemos en el gobierno y en el Parlamento que guarden esos impulsos hasta el término de sus mandatos, momento en que podrán desplegar sus habilidades empresariales de manera privada para el beneficio propio y de nuestra sociedad, a no ser que duela mucho.