Maximizar las utilidades y crear valor para los accionistas, como planteaba Milton Friedman en los años 40, dejó en la actualidad de ser el rol único de las empresas, para pasar a ser una más de las obligaciones que tienen las compañías de cara a la sociedad actual. Hoy, términos como responsabilidad y valor compartido hacen mucho más sentido frente a la mirada de diversos stakeholders, como accionistas, colaboradores, clientes, medioambiente y comunidades.
De acuerdo con Porter y Kramer, en su artículo “Creando valor compartido” (2011), este concepto puede ser definido como las políticas y prácticas operativas que incrementan la competitividad de una compañía, creando valor para todos los públicos de interés, desarrollando simultáneamente condiciones económicas y sociales que les permitan a todos crecer y desarrollarse.
A modo de ejemplo, la creación de valor compartido en los territorios puede contribuir a la mejora de las condiciones de vida de las comunidades locales y a la protección del medioambiente, y al mismo tiempo traer muchos beneficios a las empresas y sus accionistas, incluyendo una mayor competitividad, una mejor reputación y más lealtad de los clientes.
Por lo mismo, es clave medir este impacto a través de reportes de impacto que den cuenta de cuál es el real aporte de las compañías al entorno en el que operan, lo cual es adicional al reporte financiero y de sostenibilidad.
Este tipo de informes deben contar con focos o categorías de impacto que permitan visualizar la contribución de las compañías a las personas, el planeta y la sociedad. Entre estas se pueden incluir el aporte a la economía local; las oportunidades y el trabajo que se pone a disposición; cómo se fortalece a los proveedores; el apoyo en educación y el crecimiento de los territorios; cómo se aborda el cambio climático; la ética corporativa y la innovación, entre otras.
¿Por qué todo esto nos importa? Porque estamos convencidos de que el desarrollo sostenible es posible y debe impulsarse de diversas maneras desde las empresas, a través del desarrollo y capacitación de los colaboradores, el impulso de la educación técnica profesional, productos que promuevan una producción y consumo responsable, la promoción de programas de impacto social que generen un círculo virtuoso entre las compañías y sus comunidades, entre muchas otras.
Finalmente, la clave está en entender que el valor compartido permite que la empresa cree más valor, donde todos los públicos de interés se vean beneficiados.