Los vehículos eléctricos han tenido un buen funcionamiento y confiabilidad, con una baja tasa de fallas. Sin embargo, una de las debilidades de esta tecnología es el desafío de encontrar modelos que se adecuen a las necesidades operativas de las empresas.
Estas son algunas de las conclusiones de un estudio realizado por Acción Empresas e In-Data, sobre la incorporación de la electromovilidad en grandes compañías, para lo cual se recogió la experiencia con 10 empresas pioneras de distintos rubros, abordando aspectos de costo, ahorros, manejabilidad, infraestructura de carga y mantención con vehículos eléctricos en sus operaciones.
Firmas como Mall Plaza, en el área de retail; Arauco y CMPC, en el rubro forestal; Aguas Andinas, en el área sanitaria, y Unilever, en la categoría de multinacionales, fueron parte del análisis. “El objetivo fue identificar brechas, experiencias y buenas prácticas en la implementación de estas flotas, y así conocer los avances en la materia, y los principales problemas y soluciones que se han generado”, indica el estudio.
Revisando los datos, la mayoría de las empresas comenzó incorporando la electromovilidad entre los años 2014 y 2017 con el fin de cambiar la matriz energética y en aras de reducir la huella de carbono en el futuro. Por ejemplo, una de ellas espera tener el 50% de su flota con esta tecnología para 2030. O sea, “en el marco de proyectos de sustentabilidad y/o de responsabilidad social empresarial (más que por evaluación inversión económica inicial)”, según las conclusiones del informe.
“Considerando que el transporte es responsable de aproximadamente el 25% de las emisiones y que la matriz de generación eléctrica es cada vez más renovable, la electromovilidad es una gran oportunidad para contribuir a la estrategia de carbononeutralidad del país”, comenta Marcela Bravo, gerenta general de Acción Empresas.
En movimiento
Con respecto a lo que dice relación con la inversión y los costos variables de los vehículos eléctricos, en términos generales las empresas comentan que los primeros vehículos utilizados entre los años 2015-2016 (automóviles, camionetas, furgones) tenían una proporción de costo en relación a un convencional de 3 a 1, ya sea en términos de arriendo o de compra. En cuanto a los de mayor tonelaje, como los camiones, el valor era el doble o el triple comparado con uno convencional.
Si bien ese valor ha ido disminuyendo poco con los años, según los encuestados, el costo de operación de los vehículos significa un ahorro de entre el 50% y el 80%, lo que representa una de las máximas ventajas entre ambos mundos. En lo que se refiere a la mantención, algunas empresas hacen estimaciones de ahorro entre el 10% y el 15% con respecto a un vehículo a diésel. Sin embargo, aún existe gran desconocimiento sobre valores de mantención, según concluye el informe. “Un bus eléctrico consume la quinta parte de un bus diésel. Ir a (la mina) nos cuesta $ 80.000 en diésel, mientras que en el eléctrico, son $ 18 de electricidad”, comenta uno de los consultados, refiriéndose a los buses.
Pero quizás el punto débil con respecto a los eléctricos, para la billetera de las empresas, está en otros factores, como el permiso de circulación, que puede aumentar en 5 o 6 veces frente a un vehículo convencional; o la póliza de seguro, que es de 3 a 4 veces mayor en los modelos eléctricos, según reconocen los entrevistados.
Los conductores
Otro factor clave, que analizó el estudio de Acción Empresas e In-Data, dice relación con los conductores que pasaron del motor convencional a uno eléctrico. Todas las firmas dedicaron tiempo e instancias de prueba. Si bien por lo general, las capacitaciones no duraban más de dos días, se requirió de más tiempo para que los choferes pudieran adecuarse. Las dificultades presentadas se debieron más que nada a la preocupación por la autonomía, que a la operación en sí misma y al riesgo de “saboteo” en los centros operativos, como destrozos a vehículos eléctricos, cuando estos no se adaptan a las necesidades de los trabajadores, como por ejemplo, no poder “correr” para cumplir las metas.
El mayor cambio, según los propios conductores, es la sensación de manejar sin ruido, la mejora del confort y del entorno laboral. Existe un menor cansancio (por la ausencia de embrague) y una concepción de mayor seguridad y tranquilidad. Incluso, llama la atención que en condiciones extremas como barro, nieve, lluvia o altura, existe una mayor sensación de seguridad en la conducción. En otras palabras, el vehículo se nota “más engranado” y en “marcha constante”, se plantea en el informe.
“Al mismo conductor lo hacíamos operar un vehículo convencional y uno eléctrico, y le montábamos un GPS escondido. Los perfiles de conducción son totalmente distintos. La persona en un vehículo eléctrico es muy difícil que exceda velocidades, mientras que las transiciones entre velocidades, entre aceleración y la frenada, son mucho más suaves, por lo tanto el vehículo tiene mucho menor deterioro”, comenta el encargado de esta área, de una de las empresas incluidas en el estudio.