Una generación completa de chilenos está viviendo por primera vez los duros efectos de una persistente y creciente alza de precios en la economía. Luego de más de 25 años de estabilidad en los precios de la mano de un Banco Central autónomo, la nueva experiencia de enfrentarse cotidianamente a una inflación en dos dígitos no solo golpea con fuerza a la población de menos ingresos, sino también genera disruptivas sensaciones y emociones en la mayoría de la población, especialmente aquella que no supera los 40 años de edad y que no ha tenido cercanía con aumentos persistentes de precios.
En lo que marcó una verdadera sorpresa en el mercado, la inflación de abril subió 1,4%, con lo que superó la barrera de los dos dígitos en términos anualizados (10,5%), su mayor nivel en casi 30 años. El inédito escenario inflacionario para la historia reciente de la economía chilena es acompañado por una escalada de alzas de tasas de interés, una economía desacelerándose con rapidez y el fantasma de una posible recesión hacia el segundo semestre de este año.
Antes de 1990, sin la presencia de un Banco Central autónomo, los escenarios inflacionarios rebeldes y de alto impacto eran recurrentes en la historia de Chile. Los registros más confiables apuntan a espirales de hiperinflación extremos en la década de los 70. Entre 1972 y 1976, por ejemplo, la inflación anual superó el 150%.
Emociones en juego
Frente a este delicado menú económico, sociólogos, cientistas políticos y economistas intentan aterrizar el impacto social de este indeseado retorno inflacionario y sus derivadas políticas. Una reciente encuesta de Criteria Research revela que la ira, el miedo y la tristeza son las emociones más marcadas entre los chilenos frente a la espiral inflacionaria y que el 99,5% de los sondeados reconoce alzas significativas de precios en los últimos seis meses.
Pero el estudio va más allá y muestra que un 44% de los encuestados recuerda una época de su vida en que no pudo llegar a fin de mes debido a las alzas significativas de precios. Dentro de ese grupo, el recuerdo es más nítido está en los encuestados de mayor edad. Mientras el 30% del grupo más joven (18 a 29 años) reconoció tener esta memoria histórica, el 65% del segmento de entre 55 a 64 años evidenció el recuerdo.
El director de Criteria Research, Cristián Valdivieso, explica que la emoción de la ira está mucho más concentrada en los segmentos más jóvenes de la población, mientras que la tristeza o el miedo es más recurrente en los mayores de edad. “Los más jóvenes se articulan mucho en torno a la ira, están enojados, y están más disponibles a atribuir el problema inflacionario a la colusión (empresarial). Sin embargo, la generación de más de 55 años, que tiene recuerdos de alzas fuertes de precios, tiende a entender que este es un problema más complejo”, sostiene el especialista.
Para el cientista político de la Universidad de Talca, Mauricio Morales, las alzas sostenidas de inflación son desconocidas para la actual generación, la que -sostiene- siempre se desenvolvió en un contexto de precios relativamente estables. “Dado que es una generación que se forjó al alero del consumo, no le será tan sencillo adaptarse a esta nueva época. Además, es una generación que se frustra con facilidad, cuestión que se podría exacerbar producto de que esa frustración toca directamente el bolsillo. Y dicha frustración conduce al malestar y probablemente a la protesta”, afirma el experto.
Más cauto es el director de Tuinfluyes, Axel Callís, quien asegura que ninguna generación es inmune a la inflación como experiencia teórica o práctica, y afirma que muchos jóvenes de clase media y altos ingresos han podido viajar y palpar los efectos de la alta inflación en países atacados por el flagelo. Sin embargo, el sociólogo repara que en el caso de los sectores de menores ingresos, la realidad es distinta. “El joven popular puede sentir mucho más la inflación que el joven de clase media, no porque no estén expuestos a lo mismo, sino porque tienen consumos que son distintos”, dice Callis.
El impacto político
El economista de la Facultad de Economía y Negocios (FEN) de la Universidad de Chile, Guillermo Larraín, aventura que los chilenos nacidos después de 1978 no han tenido “experiencia inflacionaria” en su vida laboral. “Eso quiere decir, por ejemplo, que el Presidente Gabriel Boric o muchos integrantes del Frente Amplio no tienen la experiencia inflacionaria. Eso es complejo porque les plantea un tema (como gobierno) al que no están acostumbrados y eso pone riesgos”, sostiene el exsuperintendente de Valores y Seguros.
Dado que la solución al problema inflacionario es larga y costosa, Larraín cree que hay riesgos de que el gobierno pueda sentirse presionado por diversos sectores a tomar decisiones rápidas y populistas.
“En la medida que se acelere y prolongue la inflación, existe el riesgo político de que la forma de enfrentar el tema se descarrile con propuestas que han probado no funcionar, como la fijación de precios”, alerta el economista.
Cristián Valdivieso repara que hay un riesgo, especialmente en las generaciones más jóvenes, de atribuir las alzas de precios al “abuso empresarial”, más que a las ayudas económicas del gobierno, los retiros de las pensiones o la guerra en Ucrania.
“Si el fenómeno inflacionario se usa por la clase política para confrontarse con la lógica que se jugó con la pandemia, donde hubo un tema técnico que se discutió en forma muy política, la ciudadanía -que ya no está encerrada y está enojada y agobiada por el alza de precios- puede salir a protestar de manera muy enfurecida en las calles”, explica Valdivieso.
El director de Criteria estima que este escenario podría hacer reflorecer “las dos almas” de la coalición gobernante a la hora de dar soluciones a la coyuntura. “Una más responsable fiscalmente y cercana al ministro Mario Marcel, y la otra alma es más populista”, precisa.
El cientista político Mauricio Morales cree que para el gobierno será difícil repuntar en materia de aprobación, dados los problemas económicos que genera la inflación en las personas y la crisis de orden público e institucional ya presentes. “El gobierno no tiene margen. El control de precios está razonablemente descartado y sólo le quedan dos caminos: elevar el sueldo mínimo -cosa que ya hizo- e impulsar una política de subsidios mucho más agresiva. Esto implica, por cierto, abrir la billetera fiscal y salir en ayuda de los más necesitados”, afirma Morales.
Sin embargo, el sociólogo Axel Callís destaca que la presencia del ministro Marcel en Hacienda puede aminorar las tensiones que se generen en la ciudadanía. “Si no tuviéramos a Mario Marcel o un equivalente en Hacienda, tendríamos un problema, porque las personas asocian a que el ministro (de alta evaluación en el gabinete) está preocupado de la lucha contra la inflación, lo que es distinto a que esté solucionando el problema de la inflación”, explica.
Con todo, anticipa que la forma en que el gobierno enfrente este escenario se pondrá a prueba en el segundo semestre, donde podría persistir una alta inflación y sumarse la falta de liderazgo en el Ministerio del Interior en materia de violencia, y un escenario político muy crispado, a propósito del plebiscito de salida de la nueva Constitución.