Hace algunos días, aquí en Ginebra, el Foro Económico Mundial (WEF por sus siglas en inglés), dio a conocer su Índice de Competitividad Global 2018. La medición, que este año incluyó a 140 países y modificó su metodología para incorporar los desafíos de la Cuarta Revolución Industrial, representa el estudio más importante a nivel internacional para conocer el factor de productividad total de las distintas economías, y ubicó a Chile una vez más a la cabeza de América Latina en el puesto 33, superando con distancia a México (46), Uruguay (53), Colombia (60), Perú (63), Brasil (72) y otros países vecinos. Pero, ¿qué valor tiene hoy una medición como ésta en cuanto al camino al pleno desarrollo?

En tiempos de tensiones económicas, una señal de estabilidad de parte de un instrumento de benchmarking global es sumamente importante. Y no es la única: a este liderazgo se suma el ajuste en la proyección de crecimiento que hiciera el FMI para la economía chilena, al aumentar en dos puntos para llegar al 4%. En un contexto en que las principales economías de la región registran turbulencias, Chile luce buenas cartas credenciales para el comercio internacional y la inversión extranjera. Pero no puede confiarse. Vivimos en un escenario global incierto. Las consecuencias de la guerra comercial entre Estados Unidos y China están por verse y el mensaje del WEF y otras instituciones es claro: un conflicto de este tipo no tiene ganadores, y -aunque Latinoamérica no esté al centro de la disputa- las economías de la región con su persistente dependencia a commodities no serán la excepción. Una de las consecuencias más complejas del ruido proveniente de las tensiones comerciales es que desvía el foco del debate en que las economías de Latinoamérica deberían estar centradas. Que los titulares no nos nublen: mientras los medios se preocupan de una guerra comercial que según el fundador de Alibaba Jack Ma puede durar 20 años, se desarrolla una revolución tecnológica que va a definir los próximos 100. La Cuarta Revolución Industrial - caracterizada por la velocidad exponencial de los cambios que genera - avanza sin respetar fronteras, y nuestros países necesitan subirse rápidamente a su carro para enfrentar los desafíos y oportunidades que ofrecen nuevas tecnologías como la inteligencia artificial, blockchain, internet de las cosas, 3D-printing, realidad virtual aumentada, drones, vehículos autonómos, big data, pagos móviles y la ya prevalente presencia de la nube. Son temas en que los estados no sólo tienen que ser usuarios tempranos, sino también legisladores pioneros, ajustando políticas y regulaciones de cara a un escenario internacional donde cerrar brechas digitales será tan o más importante que ganar guerras comerciales. Promover y aprovechar la reconocida penetración tecnológica de Chile permitirá no solo generar mayor innovación e inversión y estar en un mejor pie para enfrentar esta crisis y las que vengan, sino también convertir al país en protagonista de la revolución tecnológica que definirá el orden global futuro. Luego, el reto definitivo - junto a los esfuerzos por aumentar competitividad y productividad - será garantizar que sus réditos se extiendan a todas las personas, consolidando el camino de Chile a liderar también la agenda del desarrollo inclusivo, para lo que esta Cuarta Revolución Industrial se presenta como un aliado esencial.