Poco y nada ha planteado la Organización Mundial del Comercio (OMC) en momentos en que la guerra comercial, si ya no es una realidad, está cerca. La OMC lleva un tiempo bajo la lupa de sus estados miembros, dadas las dificultades que han encontrado para negociar la actualización de las reglas para la solución de conflictos.

Ante la inconformidad por la toma de decisiones en base a normas ambiguas o incompletas, se acumulan los casos en el Órgano de Apelación, justo cuando la institución se enfrenta a un desafío de marca mayor: el proteccionismo de Donald Trump. Una muestra de ello es que escala el promedio mensual de disputas activas en la OMC, de 38,8 en 2017 frente a las 20,6 que se contaban a principios de la década. Las recientes medidas proteccionistas de Estados Unidos complican el libre comercio y genera una serie de incertidumbres. El incremento de aranceles a ciertos productos de China, pero también los dardos de Estados Unidos apuntaron a productos de Europa, México y Canadá, entre otros. La respuesta no se ha hecho esperar y la escalada proteccionista parece haber llegado para quedarse, al menos por un rato.

Este tenso escenario ha llevado a que los inversionistas estén preocupados por los impactos globales en las diferentes economías, principalmente en los mercados emergentes. De hecho, en un escenario marcado por la volatilidad de los mercados externos, el principal índice de la bolsa chilena, el Ipsa, no logró recuperar terreno en el semestre, acumulando una contracción de 4,73% en los primeros seis meses del año debido a factores como la fortaleza del dólar y el incremento en las tensiones comerciales internacionales.

Pero la preocupación va más allá de los mercados, es un aspecto estructural. El libre comercio es beneficioso para la economía y el crecimiento es la mejor herramienta para mejorar la calidad de vida de las personas. En este contexto, las tibias advertencias de la OMC ante esta amenaza no son suficientes.