Una investigación realizada por la ONG británica Social Carbon, en colaboración con Fundación Eco+, institución que promueve la sustentabilidad en América del Sur, muestra que la mayoría de los proyectos forestales que buscan neutralizar las emisiones de carbono podrían no ser capaces de reestablecer los ecosistemas originales a largo plazo.
El estudio “Ver el bosque desde los árboles”, analizó más de 200 proyectos certificados y registrados por organismos internacionales desde 1999, con el fin de identificar tendencias en metodologías, escalas de operación y principales prácticas del mercado de los bonos de carbono. Uno de sus principales hallazgos es la baja diversidad de especies autóctonas en estas plantaciones, dificultando la recuperación coherente y natural del medioambiente. Además, los investigadores advierten la necesidad de un cambio de paradigma y un mayor involucramiento de la comunidad.
“Nos dimos cuenta de que aunque hay un aumento de proyectos de plantaciones forestales en los últimos años, esta expansión se da a costa de una menor biodiversidad”, señala Tiago Egydio, biólogo y gerente de la Fundación Eco+.
El estudio considera tres grandes prácticas utilizadas: forestación, reforestación y revegetación (FRR). Tanto la forestación como la reforestación pretenden recuperar lugares que nunca han tenido vegetación o que la han perdido debido a la acción humana. La revegetación, por su parte, también es una forma de recuperación, pero consiste en plantar especies con características específicas que les permitan soportar las adversidades ambientales del lugar degradado.
Los resultados revelan que el 44% de las iniciativas utiliza especies autóctonas, mientras que el 32% emplea variedades introducidas. Sin embargo, la diversidad sigue siendo baja. Sólo el 12% de estos proyectos incluye diez o más especies autóctonas, muy por debajo del mínimo ideal del 50% que podría promover un efecto de recuperación natural de un ecosistema. Incluso en las iniciativas que plantan sólo especies nativas la tasa de diversificación también es baja, de sólo el 18%.
“Los beneficios de aumentar la variedad de especies autóctonas son diversos. Entre otros, podemos mencionar la resiliencia de los ecosistemas para sobrevivir y adaptarse a los cambios del clima y el suelo; la restauración de la biodiversidad, generando un aumento de las distintas especies de flora y fauna nativas incluso en peligro de extinción. Además, se recupera la capacidad de los bosques para proporcionar recursos naturales como el agua potable”, destaca el gerente de Fundación Eco+.
Carbono eficiencia v/s ecosustentabilidad
Una tendencia común registrada en todos los análisis es la prevalencia de especies consideradas de crecimiento rápido, como el eucalipto o la teca. Esto se da principalmente en proyectos con un enfoque de gestión basado en los resultados, los que privilegian el uso de especies mixtas (autóctonas e introducidas) o solo foráneas para zonas degradadas.
“Nuestra conclusión es que los proyectos pueden estar seleccionando especies basándose únicamente en su potencial para almacenar carbono, en lugar de hacerlo desde la perspectiva de la salud del ecosistema. De ser así, pondría en riesgo muchos de los beneficios que un planteamiento correcto aportaría en el futuro”, afirma Divaldo Rezende, especialista en cambio climático, energías renovables y sustentabilidad de Social Carbon.
Asimismo, el estudio indica que la tala sigue siendo una práctica predominante en los proyectos que usan especies introducidas, lo que es contraproducente ya que, como resultado final, las variedades no autóctonas capturan un 31% menos de CO2 que las especies nativas. “Con la práctica de la tala, se considera que el carbono almacenado se devuelve a la atmósfera, lo que relativiza el efecto deseado”, concluye el gerente de Fundación Eco+.