Las expectativas de crecimiento de nuestra economía se han ido ajustando al alza y se acercan a un 4% anual para este año y el próximo. Esta es una muy buena noticia, ya que este es el nivel de crecimiento mínimo al que debemos aspirar si es que queremos retomar el camino de desarrollo. Sin crecimiento es imposible seguir disminuyendo la pobreza, mejorar la distribución del ingreso y dar oportunidades de una mejor vida a millones de chilenos.
La mejora de expectativas es generalizada y se refleja, no sólo en las proyecciones de los economistas y del Banco Central, sino que en los indicadores de confianza de empresarios y consumidores. La recuperación de la confianza de éstos es de gran importancia y es el primer paso que debía dar el Gobierno del Presidente Piñera para mejorar las condiciones económicas y sociales a un gran número de chilenos. Sin la confianza del sector privado en la economía, no hay inversión ni consumo y, por lo tanto, no hay creación de empleos ni desarrollo. ¡Bien por el Presidente y su equipo!
Recuperar la confianza no es fácil y mantenerla es tanto o más difícil. Ese será quizás el mayor desafío para este Gobierno. Será un gran desafío, porque los chilenos tenemos la experiencia muy cercana de que no basta un gobierno eficiente y un buen ciclo externo para mantener la capacidad de crecimiento a largo plazo que nos permita seguir progresando. Para construir el Chile más próspero y más justo que todos queremos, y evitar que vuelvan a funcionar las retroexcavadoras que destruyan lo avanzado, será inevitable tomar decisiones que pueden tener costos políticos altos en el corto plazo.
El cambio en la gestión del Estado es un cambio cultural de gran envergadura, gran dificultad y de altos costos políticos. Sin embargo, estoy convencido de que si no se enfrenta, se convertirá en el obstáculo que hará que nuestro desarrollo sea muy improbable. La mala calidad de la educación, la mala atención y las colas que deben enfrentar en la salud pública la gran mayoría de los chilenos, son la cara más brutal de esta mala gestión. El costo político de hacer un cambio es muy alto, porque pasa por exigir mayor eficiencia y hacer efectivamente responsables del servicio de sus unidades a los directores de hospitales, consultorios y colegios; dándoles al mismo tiempo, las herramientas para poder gestionar las personas y los recursos de manera flexible. Esta mejora en gestión, también pasa por aceptar la participación del sector privado en la educación y salud. Es de una gran injusticia que la mayoría de los chilenos no tengan una alternativa en caso de que el sector público falle.
El reciente anuncio del programa "Todos al Aula", que busca que los directores y profesores se puedan enfocar más en la docencia y menos en la burocracia, es una muy buena señal no sólo por su objetivo, sino que por la composición transversal de la comisión responsable del programa. Esperemos que sus recomendaciones sean de amplia aceptación. La tarea es enorme y urgente, así que es vital que este programa tenga resultados relevantes y que se puedan aplicar a partir del próximo año. Si pronto tenemos un programa similar para la gestión de la salud pública, sería una segunda muy buena señal que permitiría mantener la confianza y los corazones arriba.